Narrador Omnisciente
Aquella noche el cielo estaba nublado, transmitía una sensación diferente.
Algo malo iba a suceder.
Ella lo sabía...
Porque rara vez el cielo estaba así, como ella lo conocía...
Las nubes no estaban normales, el sol se apagaba cada vez más. Estaba segura de que algo malo iba a suceder, y presentía que el momento había llegado.
Apartó la mirada del cielo con la piel erizada y alejó su mirada del ocaso, que algún día observó con tanta fascinación.
Tomó a su pequeña y hermosa niña de la mano, y caminó con ella hasta su habitación.
Observando su belleza, tan extraña e inolvidable.
Quiso jugar con ella, recordarle que era hermosa, hacerle saber que siempre sería su estrella y la guiaría en sendas de oscuridad.
En el fondo de su alma le dolía, le ardía profundamente no poder hacer nada más, pero el momento había llegado...
La habían encontrado, y ya no había vuelta atrás.
Lo único que podría salvarla era hacer lo que por tanto tiempo quiso evitar...
Entregar su alma...
Entregar su poder a quien le ha correspondido desde siempre.
Sabía que iba a ser algo egoísta al hacerla cargar con tanto, pero aprendería, su pequeña y dulce niña aprendería.
Y ella se iba a encargar desde las sombras del olvido...
Estaba segura de que él la cuidaría desde la oscuridad, y ella confiaba plenamente en él, a fin de cuentas...
Era su compañero.
Aunque muchas cosas malas podría traer el viento en un pequeño instante... Su hija; su adorada y hermosa pequeña, se encargaría.
Si algo había aprendido en todo ese tiempo de fugitiva, era que por más que huyó algún día la iban a encontrar, las sombras la alcanzarían y ante las decisiones de la vida debía enfrentar la realidad.
¿Difícil?
¡Sin ninguna duda!
Pero el que huye será encontrado, y el que busca encuentra.
Y la vida se cobraba todo...
En vida, y en muerte.
Su juicio apenas comenzaba.
Luego de estar segura de que su hija sabría manejarlo todo, lo hizo.
Bloqueó todo.
Congeló cada recuerdo de su pequeña e inofensiva mente, y le hizo saber que a su momento, cada situación, por más inexplicable que fuera, tendría su explicación.
La observó sonreír, y como aquella mirada brillaba con tanta fuerza.
Le depositó un dulce beso en la frente, y cubriéndola bajo las suaves mantas la acompañó hasta que su pequeño cuerpo se durmió.
Ese era su adiós...
Una lágrima traicionera se le escapó, y sintió como su hija dormía tranquilamente.
Acariciando por última vez su cabello le murmuró en sus sueños...
— Sonríe sin importar los demonios que lleves dentro mi pequeña, sonríe sin importar lo que haya en ti.
Su hija le regaló una de esas sonrisas que estremecían su corazón, se levantó y la dejó ahí, durmiendo con su fiel amiga, la soledad.
Bajó cada escalón lentamente, y al llegar hacia la parte baja de la casa admiró a aquellas personas, que por tanto tiempo se encargaron de cumplir un trabajo que con su poder había logrado ejercer en sus mentes.
Padres.
Por última vez levantó su mano, de la cual desprendió un poder luminoso que traspasó sus mentes humanas.
Y con los ojos cargados de lágrimas comenzó a hablar.
— Nada será revelado hasta que el mismo tiempo se lo revele. Vendrán tiempos difíciles, pero como todo; pasará, avanzarán y todo lo que un día pareció oscurecerse, brillará.
Ella los abrazó a través de sus sonrisas.
Sonrisas ingenuas, que parecían no entender lo que realmente pasaba.
Sintiendo mucha más culpa, por haberlos utilizado por años, se separó de ellos sonriendo, actuando lo que por años disfrazó como su realidad.
La mirada penetrante que tanto la admiraba, la hizo volverse hacia él.
Tomó a su amado esposo de la mano y saliendo finalmente de aquella casa, él apretó su mano con fuerza, intentando reconfortar su dolor.
Finalmente, cuando estuvieron lejos, ella se rompió en el llanto mientras aquellos brazos que tanto la amaban la rodearon.
— Ella nunca nos perdonará.— Exclamó aquella hermosa mujer sollozando.
Su amado, también con los ojos humedecidos, tomó el rostro de su amada intentando calmarla.
Porque aunque él lo experimentaba completamente diferente, de alguna u otra forma sentía una fuerte opresión en su pecho.
— Ella nos amará, no te equivoques mi ángel, ella nunca nos odiará.— La besó delicadamente callando sus penas, y la guió hasta el auto, donde ambos subieron hacia un rumbo desconocido.
Y muy lejos de su pequeña...
Nadie más que el Creador sabía dónde se encontraba.
Y eso bastaba para tener la paz que necesitaba.
Sufriría mucho, de eso estaba segura, así que neutralizó sus sentimientos como aquel viejo amigo le había enseñado hace tantos años...
Ahora lo entendía, entendía porque era mejor refugiarse a través de la soledad.
Así que tomando la mano de su amado, observó cómo aquellos pinos que algún día la vieron formarse, desaparecerían entre sí.
Pero no fue hasta esa misma madrugada cuando, ambas familias recibieron noticias...
Encontraron un auto destrozado.
El terrible accidente estremeció las noticias mundanas, dónde el cuerpo identificado de Bartók se encontraba completamente lleno de hematomas, había sangre por todos lados.
El brillante y espeso líquido negro salía de sus ojos, boca y heridas.
En su corazón se encontraba una daga dorada que lo atravesaba, y eso solo podría significar una cosa para quien lo entendiera.
Ya era tarde, los habían encontrado.
Pero lo más trágico de todo era que...
El cuerpo del ángel no se encontraba.
Estaba totalmente desaparecida.
No había rastro alguno de ella.
Los humanos jamás lo entenderían...