Narra Allison
Habían pasado exactamente cuatro días.
Cuatro días en los cuales no salí de mi habitación en ningún momento.
Cuatro días en los cuales mi cabeza se agotó de tanto pensar.
Cuatro días en los cuales lloré por horas.
Cuatro días en los que deseé haber ido con ellos aquella noche.
Así hubiera muerto...
Y no sabría la realidad de todo...
Así no sentiría el dolor que me estaba matando.
En estos cuatro días mi poca fe en la vida desapareció.
Con ella mi apetito, mis ánimos, y mi fuerza.
Porque decidí no pensar en nada más que en mi problema.
Cuatro días en los que seguía tratando de asimilar la realidad.
¿Acaso nunca sería una chica normal con el único problema de no saber con quién ir al baile del instituto y no saber qué estudiar?
No podía ser normal...
Porque mi vida era un completo caos lleno de surrealismo.
¡Mi padre era un demonio!
Dios...
¡Mi madre un ángel!
Y yo...
¿Entonces qué era yo?
¿Quién era realmente?
Nunca avanzaría en la vida, porque yo no la tenía.
Mi vida no es vida, es dolor, miserias, magia y locuras.
Y ya entendía por qué era más fácil creer que estaba realmente demente.
Todos en la casa no quisieron preguntar cómo me encontraba, sabían que no estaba bien, y aunque estaban preocupados simplemente pensaban que necesitaba tiempo para superar el trauma de haber sido acosada.
Y en parte, toda esa farsa era real.
El instituto no debía cerrarse, porque no era un humano psicópata lo que me había atacado...
Porque era...
Un demonio...
Desde aquella madrugada no sabía nada de Christian, no lo volví a ver.
Le pedí que me dejara y que no se le ocurriera venir más nunca en su vida.
Tenía el corazón partido, destrozado, roto, y dolía...
¡Joder!
Dolía demasiado.
Y en el momento en el que se fue dolió más.
No estaba hablando con la poca cordura que me quedaba, hablé con el odio, con la ira, con el dolor...
Porque luego de hacer las cosas, verdaderamente notamos lo que hemos hecho mal.
Porque humanamente no somos capaces de controlar nuestras emociones, nuestros sentimientos, y reaccionamos con los impulsos del momento, no con los de la cabeza y el corazón.
Y en este momento simplemente esperaba que no se lo hubiese creído, lo necesitaba, porque solo él sabía la verdad.
¡Era un demonio por Dios!
¿Cómo se superan esa clase de cosas?
Una semana había pasado y no era capaz de asimilarlo ni un poco.
Pero debía intentarlo.
No podía quedarme toda una eternidad en mi habitación, revolcándome cada día más en la miseria, en el pasado y la depresión.
No podía.
Debía buscar respuestas.
Debía buscar algo, o alguien que me ayudara, porque así como él seguramente habían más...
Porque si existían los demonios y estaban más cerca de lo que pensábamos...
Simplemente debía buscar...
Hasta ahora lo único que sabía era de esa marca, en la muñeca izquierda...
La marca del diablo.
La había visto en alguien más...
Yo lo sabía, pero ¿En quién?
Ya no me alcanzaban las pocas neuronas que me quedaban para recordar en quién la había visto.
Cuando terminé mi taza de café la dejé en el escritorio, y con la poca fuerza de voluntad me dirigí al baño y tomé una ducha.
Dejé ahí todas mis miserias, aquel sentimiento vacío, la ira, la pena, el llanto y el dolor.
Me obligué a mí misma a imaginar que el agua era una nueva vida, llenándome de su pureza y salvación, bañándome de luz, de paz...
Cerré los ojos y me permití imaginar, que cada pequeña gota del pasado se iba arrastrando por mi cuerpo hasta caer al suelo, donde se disolvía con el agua que arrastraba toda la oscuridad en la que tanto tiempo viví.
La oscuridad yacía en el suelo, bajo mis pies, y ahora más fuerte y luminosa se acercaba a mí la salvación...
Me abrió los brazos y se ancló a mi corazón.
Dejar ir para encontrar.
Dejar fluir para avanzar.
Dejar que pase lo que tenga que pasar.
Cuando volví a mí pequeña realidad solté un suspiro, debía salir y buscar respuestas.
Limpié las gotas que corrían por mi piel y sequé mi cuerpo.
Y luego de prepararme completamente me permití observar mi reflejo en el espejo.
Mi piel estaba más pálida de lo normal, llevaba días sin sentir el sol quemando mi piel, pero ya pronto sería.
Los golpes en mí piel apenas se veían, no quedaban marcas, aunque mi muñeca seguía con las vendas, y mi cabeza ya no dolía tanto.
Al caminar ya no me mareaba y al fin de cuentas, los analgésicos sí ayudaron.
Caminé por la suave alfombra de mi vestidor y tomé un pantalón ancho, luego un jersey rojo y decidí maquillarme un poco.
Debía ser luz.
Debía dejar atrás la oscuridad.
Y eso era lo que haría.
Principalmente iría hacia aquél lugar, donde conocí a Azrrael, él había comentado que le pertenecía, pero algo raro pasaba con él.
Así que si tal vez iba lo podría encontrar...
Aunque antes de ir al bosque pensaba entrar a la habitación de mis padres.
Aunque fuese tan difícil...
Porque confiaba en que me habrían dejado cualquier cosa para comprender todo esto...
Al terminar de ponerme los botines, salí de la habitación.
Era un día soleado, y ya había pasado el mediodía.
La señora María se encontraba limpiando la cocina, y Marcus merodeaba por la casa.
Si tenía algo de suerte, creerían que había salido a la biblioteca comunitaria, o algo así...
Aunque no tenía permitido salir sin avisar antes, tomé el riesgo.
Ya entraría más tarde a la habitación de mis padres...