Narra Allison
Tres semanas habían pasado.
Tres semanas en la que el tiempo corrió tan rápido que nunca lo pude alcanzar...
Tres semanas en las que tuve que obligarme a cambiar.
Ya no podía ser lo mismo.
Ya nada era igual.
Mi vida había cambiado completamente, y no podía vivir aferrada a lo que tarde o temprano tendría que dejar atrás.
Tres semanas llenas de exámenes, del clima de otoño y de tres fiestas de Halloween a las cuales tuve que asistir por Jess.
El tiempo no me alcanzó para asimilarlo todo, no podía hacerlo, por más que quisiera, por más que lo intentara...
La misma pesadilla regresa una y otra vez a mi débil cabeza.
Azrrael había venido a cenar con toda la familia, ante ellos éramos oficialmente ese "algo".
Ya sabía Dios todas las mentiras que dijimos.
Para ellos él era un estudiante de ciencias que cursaba el tercer semestre, estudiante de la facultad de estudios teológicos, ocultos y misteriosos ante el ojo ignorante del ser humano.
Había dicho que tenía unos hermosos padres que vivían a las afueras de Portland, y una abuela la cual sufría de Alzheimer.
La verdad, no sabía en qué momento había preparado la historia, solo sé que todos quedaron encantados, y eso fue lo que me llevó a preguntar, ¿Acaso los ángeles tenían padres? Miles de preguntas rondaban por mi cabeza cada vez que decía alguna cosa.
Por otra parte, había invertido el tiempo en leer los libros de mi padre, me había llenado de tortura y oscuridad, pero más allá de palabras comprendía su oscuridad, su túnel sin salida, al final era lo mismo que habitaba en mí.
No lograba conciliar el sueño por las noches, mi vida se volvía larga, cada día habían más cosas por asimilar...
Mi familia actuaba extraño, nadie comentaba nada de mí pequeña escapada en la primera fiesta de Halloween y todos parecían no tener nada qué decir o reclamar.
En pocas palabras, me encontraba en un momento en el que no sabía cómo actuar ni qué hacer, sabía que todo cambiaría.
Sentía que no tenía el control de nada.
No entendía cómo controlar esa fuerza que me transmitía el poder que en mi habitaba.
Papá tampoco sabía hacerlo, pero él vivía en el infierno y su oscuridad no se apagaba, no era aplacada, era todo lo contrario, crecía y se multiplicaba.
Hasta que conoció a mi madre...
Así que mantuve la esperanza firme.
Porque debía mantenerme firme y buscar un lazo que me atara a todo lo bueno de mí.
— Despierta...
Un escalofrío me recorrió el cuerpo y fue entonces cuando abrí los ojos sobresaltada y bañada en sudor.
Mi respiración estaba acelerada, y el viento azotaba con fuerza mi ventana.
Se escuchaba el susurro de las hojas arrastrándose y las copas de los árboles batiéndose con intensidad.
Cerré los ojos al darme cuenta que estaba en mi habitación.
Nuevamente estaba allí... En aquel oscuro lugar.
Era el mismo sueño desde aquella noche, me encontraba en un laberinto, la oscuridad me rodeaba y sus grandes garras me tomaban, me arrastraba.
Clamaba por piedad y pedía ayuda, pero siempre era tarde, nadie lograba verme y la tierra se abría para tragarme...
Luego estaba él, un hombre vestido de negro esperándome al final del túnel, solo lograba apreciar su siniestra sonrisa, y cuando quería devolverme y correr ya era tarde, porque nuevamente era tarde, y siempre lo era.
El Rey Oscuro me encontraba.
Aparté las sábanas con cuidado y me puse de pie sintiendo la suavidad de la alfombra.
Caminé hasta el baño donde lavé mi cara con agua fría y suspiré viéndome al espejo.
— ¿Hasta cuándo seguiré así?
Un largo suspiro se escapó de mis labios y observé mi reflejo afligido.
Al salir del baño escuché como la brisa azotaba con más fuerza la ventana.
¿Qué estaba ocurriendo?
Cuando alcancé a observar afuera se me hizo un nudo en la garganta.
La luna estaba llena, y el cielo parecía sacudirse con un color anormal.
Los escalofríos volvieron y fue entonces cuando el sentimiento de haber vivido algo así me acompañó.
Los pinos se batían con tanta fuerza que la piel se me erizaba cada vez más, no había notado que mi respiración estaba irregular hasta que sentí que me faltaba el aire.
Aquél día el cielo estaba así...
Cuando...
Un pequeño jadeo interrumpió mis pensamientos, sacudí mi cabeza intentando controlarme.
Ignoré las punzadas de mi corazón.
Pero nuevamente sentía como si algo se quebraba en mí interior.
En ese instante sentí la madera crujir tras de mí, era como si de pronto una energía completamente extraña habitaba a mí alrededor.
Como acto de reflejo volteé inmediatamente y mi cuerpo se congeló.
Padre nuestro...
Sentí que mis pulmones se cerraron por completo.
Santificado sea tu nombre...
¿Acaso podría salir con vida?
Venga a nosotros tu...
De las sombras salía su oscuridad, su rostro marcado y su mirada atormentada...
Su sonrisa se agrandaba con cada paso que daba, y yo retrocedía por instinto cada vez más.
Mis pensamientos se detuvieron, mi mente había quedado en blanco ante lo que se encontraba ante mí, y el pánico se volvió aún más notable cuando sentí que el vidrio de la ventana estaba a mi espalda.
Sus ojos se distorsionaban y aquella baba negra salía de su boca sin control alguno.
El miedo aumentaba y mi corazón se aferraba a la única posibilidad de salir viva.
« ¡Debes concentrarte! »
Vamos...
Sentía que estaba tan cerca de mí que podría arrancarme el alma y dársela de cenar al mismísimo amo y señor suyo.
Sin tener idea alguna de cómo controlar mis emociones, cerré los ojos.
El sonido de mí corazón se intensificaba.
Sentía cada latido con impotencia.