Sonrisa de Mil Demonios

Capítulo 24

Narra Azrrael

Era miércoles, mi cabeza no descansaba, a todas horas escuchaba los susurros de aquellos que clamaban por mi presencia.

Mi deber y lealtad a mi padre y creador me hacía estar para ellos, debía interceder por ellos y librarlos en la batalla que el destino les presentaba.

Hace cuatro días no veía a mí amada... 

Sonaba algo ilógico llamarla así, pero para un ángel el amor lo es, en parte, todo.

 Acariciaba su rostro en el reflejo de mis pensamientos y oraba por ella al pie de la misericordia.

Desde el momento que me convertí en luz del mundo me fue asignada una tarea, un deber, y cuando es necesario, una persona.

Ella fue la persona por la cual me tocó velar a mitad de vida.

Todos los que la habían protegido desde la cuna terminaron en un mal paradero y desconocida encrucijada de muerte.

Recuerdo el día que mi Señor me llamó, estuve a sus pies a todo momento, dispuesto a dar lo mejor de mí en la batalla, incluso mi vida.

Al verla ese día por primera vez, tan débil, diminuta y rota, todo en mí se descompuso.

Ella era como un ángel de alas rotas, un humano con el corazón en pedazos...

La muerte de sus padres la había marcado de por vida.

Y había escuchado cada una de sus súplicas, escuché su grito en el vacío al intentar morir.

La vigilé por años, con la tarea de no acercarme, de no responder a sus súplicas y dejarla volver...

No fue hasta ese día, cuando no me resistí.

Ella había regresado a casa, estaba a punto de que todo su mundo le cayera encima, porque así como el imán busca al metal, y el metal busca al imán, ella era atraída hacia el peligro, una atracción infinita, única e imparable.

Subí a los Cielos pidiendo una gran súplica al Padre, lloré por ella y por su dolor, oré por su sufrimiento y pedí calmar ese dolor, el Señor era misericordioso, así que accedió a mí súplica dejándome velar por su alma, dejándome sanar su corazón.

Por semanas no supe cómo hacerlo, no tenía idea de cómo empezar mi tarea. No cumplía mi labor.

No era lo mismo pasar como ráfaga de viento a estar en carne y hueso, frente a frente, en la humanidad.

Sus sentimientos eran humanos, era inocente de su propia vida, de su propia realidad...

¿Cómo hacerlo? 

Destrozar la mínima gota de humanidad, romper las barreras que algún día para ella nunca existieron...

Cuando tuve la oportunidad de atraerla como un metal al imán, no lo dudé, me presenté ante ella y le hice creer en lo imposible, al mirar sus ojos, y sentir su presencia fue inevitable no caer.

El Señor era misericordioso, y lo comenzaba a entender...

 ¡Ella era hermosa! Parecía la mismísima princesa adorada, la luz de las estrellas y el fuego infernal.

Era luz y oscuridad.

Y todo en ella gritaba peligro, pero para un ángel como yo, era un honor poder adorarla.

El Señor quiso tener misericordia por mí, y yo clamé por ella.

Él sabía en dónde me encontraba, y en mi mente resonaba una clara advertencia de su voz.

Limpié sus lágrimas, reparé sus alas, y reconstruir su alma era mi última labor.

Pero todo era demasiado complicado, porque en sus manos yacía mi corazón.

Porque me enamoré de ella.

Porque con los sentimientos puros de un ángel su luz me atrapó.

Me prometí salvarla de sus miserias, prometí enmendar su error.

Pero siempre había algo, había alguien, había un imán que me separaba de su amor.

Aquella noche de miércoles la carretera estaba solitaria, el cielo estaba gris y en él se reflejaban las luces de los rayos, algo no andaba bien, y no tenía idea de qué era.

Ignorando la hora que marcaba el reloj marqué su número, la llamé hasta que mi corazón desistió y la niebla de los problemas me envolvió.

Una centella se iluminó en el cielo, mientras el agua caía a cántaros. Sin duda alguna, algo estaba pasando...

Traté de concentrarme en llegar a su morada, pero el mundano carro no daba más. 

No podría abandonarlo a mitad del camino, y mucho menos desobedecer a mí creador.

Los rayos se volvían un remolino y todos caían en el mismo lugar, el cual era su hogar.

El miedo se instaló en mi pecho, y la sensación de perderla me encontró.

Detuve el auto a unos metros de su casa justo al instante que una daga dorada iba en una sola dirección, no lograba divisar de quién era y mucho menos quién la rescató, tan solo escuché la fuerza del viento cuando sus grandes alas volaron con un gran resplandor de luz que me dejó helado.

¿Quién era?

¿Por qué alguien más la habría de cuidar?

Y no fue hasta que escuché el llanto y desespero que lo supe, algo malo le había pasado, y cuando quise acercarme salió corriendo con una gran fuerza sobrenatural hacia el bosque, iba descalza, manchada de sangre y con toda la ropa empapada y el cabello adherido a su piel.

Le había fallado...

¿Por qué no clamó mi nombre por su salvación?

Subí al auto y me adentré en su búsqueda, no fue hasta que veinte minutos después la conseguí tendida ante la noche gris y fría, donde el agua la cubría y el barro la abrazaba.

— ¡Allison! 

 Mi corazón se había acelerado y con la fuerza que me permitía corrí a su auxilio.

La lluvia me mojaba, mientras los relámpagos seguían resonando, mis pies se sumergieron en el barro mientras mis brazos la alzaban.

Sus ojos estaban abiertos y lloraba, de su boca salían sollozos y su inconsciencia me enfermaba.

Su cuerpo temblaba bajo mis brazos, sus brazos tenían vidrios incrustados por todos lados, su rostro tenía marcas y rasguños, sus labios estaban morados y su ropa manchada de sangre y...

Era un demonio lo que la había atacado.

Todo en mí se revolvió mientras corría al auto.

— ¡Allison no me dejes! 

 Gritaba su nombre mientras sus ojos se cerraban.




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