No te estoy diciendo
que perdonando olvides.
Aún incluso
mi cabeza no se perdona
y mi corazón no lo olvida.
Que eras tú la elegida
para alejar
a las consentidas y los días negros
de remordimientos
y de mi particular vagar
por las calles del mundo
de capa caída.
Que tus cabellos dorados
tenían
la fórmula perfecta
para tener un firme caminar:
dejarse llevar.
Esas palabras
que yo no entendía
porque parecían estar escritas
con tinta china.
Las mismas que no escuchaba
porque el diablo
disfrazado de ella
la oreja me mordía
cada vez que me convencías.
Lo pensé en su momento:
que me arrepentiría.
Que volvería.
Hasta tú estoy seguro
lo sabías.
Que otra oportunidad
no me darías
y que esto saborearías.
No te culpo
es lo justo.
No te digo que vuelvas
ni que quiero volver.
No te repito que lo siento
por enésima vez.
No lo hago y no lo haré.
Nunca lo hemos hecho.
Y mientras
pues que pase el tiempo.
Vendrá un bandolero
que te robe hasta el cuerpo
con el que yo no pude.
Me quedaré solo
pensando que
una vez te perdí.
Que te tuve.