Es noche
noche cerrada.
Hace frío de nieve
y pasan rápido
las líneas delgadas
de la carretera
que está helada.
La música suena
muy alta.
Las calles están
completamente vacías
las casas blancas se erigen
como anónimas protagonistas.
Estás ahí
en la parada del bus
esperando a que llegue
inclinando a destiempo
las rodillas
combatiendo la sensación térmica
de menos siete grados.
Hasta veo tu respirar
a través de la ventanilla.
“Tengo los pies helados”
dices cuando entras
y te quitas del cuello
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tu nuevo pañuelo.
Luego me miras y
nos quedamos callados
como paralizados
tras tanto tiempo
sin mirarnos a los ojos
y conocernos solo
a través de las letras del teclado.
Me das al final
los dos besos de rigor
y haces una de tus bromas.
Te metes conmigo
me quejo y me río.
Meto primera.
Cuando el aire del coche
te calienta
te digo que abras tu regalo
que está en la guantera:
un libro
que siempre he esperado que leyeras
y tú siempre has postergado
como problema.
Tiene mi letra y mi firma.
También tu nombre
en la dedicatoria.
Al lado de unas gracias
en mayúsculas
y un perdón omitido
pero implícito.
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Ahí estás tú
entre esas líneas.
Lo demás todo lo demás
las copas las sonrisas
tus palabras y las mías
el abrazo que no es beso
y el beso que se torna abrazo
las dejo al azar
porque pueden ser
pero no serán.
No me leerás
ni en el asiento contiguo
te sentarás.
No sé si te podré firmar.
Lo que sí sé es que
no te vuelvo a empezar.
Que no te voy a abrir mi corazón
ni mi mente en canal.
No tocaré tu pelo rubio
solo de él
me tendré que acordar.