Sonya: La Ultima Defensa

Capítulo XVII

El Tigr blindado rugió a través de las calles fantasmales de Moscú, devorando kilómetros de ruina y silencio. El disco duro, frío y pesado como una lápida, reposaba sobre mis rodillas. Cada bache, cada curva brusca que Dimitri tomaba para evitar bloques de escombros, enviaba un nuevo relámpago de dolor a través de mi costado. Pero el dolor físico no era nada comparado con el frío glacial que se había instalado en mi pecho. Las palabras de Aleksander resonaban en mi cráneo, mezcladas con los gritos desgarradores de su yo humano en los vídeos de la Cripta, con el chirrido de la sierra cortando hueso, con el nombre susurrado de su hermana. Y sobre todo, con la acusación final: Tu Πapa... firmó los cheques.

Dimitri no habló durante el viaje. Sus ojos, reflejados en el espejo retrovisor, eran pozos de horror y una pregunta muda: ¿Qué hemos encontrado? La verdad. Una verdad tan monstruosa que amenazaba con devorarnos a todos.

El "Perímetro Seguro Alfa" se alzó ante nosotros, más fortaleza que base ahora. Las defensas habían sido reforzadas: barricadas más altas, torretas adicionales, soldados con caras tensas patrullando los muros. El Tigr fue detenido tres veces, sometido a escaneos agresivos antes de que nos permitieran entrar en el patio interior, ahora un campamento de heridos y desesperados bajo lonas rasgadas. La sombra de Aleksander, aunque invisible, pesaba más que el plomo.

Schneider nos esperaba en la entrada del búnker principal. Su cicatriz palpitaba bajo la luz grisácea. Su mirada fue primero a mi palidez, a mi cabestrago, luego al disco duro que llevaba como un talismán maldito.

—¿Lo encontraron? — Su voz era ronca, carente de su habitual rugido autoritario. Había visto demasiado en los últimos días.

—Más de lo que queríamos, General — respondí, mi voz plana, sin vida. —Necesito ver a mi padre. Ahora.

Schneider palideció ligeramente.

—El Presidente está en el Centro de Comando Estratégico. Está... coordinando las defensas. No es un buen momento, Romanov. La tensión...

—¡AHORA, GENERAL! — El grito me salió de las entrañas, cargado de toda la rabia, el dolor y la traición que hervía en mi interior. Soldados cercanos se giraron, sorprendidos. Dimitri puso una mano cautelosa en mi hombro bueno. —O lo veo yo, o lo ve todo Moscú cuando este disco se haga público en lo que queda de la red.

Schneider me miró fijamente, evaluando la locura en mis ojos, la determinación absoluta. Maldijo entre dientes.

—Vengan. Pero advierto, Romanov... elige tus palabras. Rusia está pendiendo de un hilo.

El Centro de Comando Estratégico estaba en el nivel más profundo del búnker, una sala cavernosa iluminada por la luz fría de docenas de pantallas táctiles. Mostraban mapas de Moscú plagados de zonas rojas, puntos azules de resistencia cada vez más escasos, y ventanas con transmisiones de noticias internacionales que hablaban de "la Plaga Rusa". En el centro, rodeado de asesores pálidos y exhaustos, estaba Veniamin Romanov, Presidente de la Federación Rusa.

Mi padre.

Se veía diez años mayor. Su traje impecable estaba arrugado, sus ojos, tan parecidos a los míos pero ahora hundidos en ojeras oscuras, escudriñaban un mapa con una intensidad febril. El peso del mundo, de la guerra, de la posible extinción, curvaba sus hombros. Por un instante, la niña dentro de mí quiso correr hacia él, buscar consuelo. Pero entonces vi las imágenes de la Cripta sobreponiéndose a su figura. Vi la sierra cortando la pierna de Aleksander. Oí su grito: ¡Lo PROMETIDO! ¡ANYA NECESITA...! Y la voz de Aleksander susurrando: "Tu Πapa... firmó los cheques."

Πapa — Mi voz sonó extraña en el silencio cargado de la sala. Toda conversación cesó. Las cabezas se giraron. Mi padre alzó la vista, y por un segundo, el alivio inundó su rostro al verme. Luego vio mi expresión. Vio el disco duro en mi mano. Vio la mirada de Schneider. Su alivio se congeló, transformándose en una cautela profunda, temerosa.

—Sónechka... — comenzó, avanzando hacia mí. —¿Estás bien? Los médicos dijeron...

—¿Lo sabías? — Lo interrumpí, mi voz cortando el aire como el filo de la sierra. Levanté el disco duro. —¿Sabías lo que hacían en el laboratorio AG-010? ¿En la cripta?

Un silencio espeso, electrizante, cayó sobre la sala. Los asesores intercambiaron miradas nerviosas. Schneider apretó los puños. Mi padre se detuvo, a dos metros de mí. Sus ojos se estrecharon.

—¿De qué hablas, hija? La World Exploration fue declarada terrorista. Sus instalaciones son objetivos, no lugares de...

—¡NO ME MIENTAS! — El grito retumbó en las paredes de acero. Las lágrimas, de rabia y de un dolor insoportable, nublaron mi visión. Avancé, tambaleándome, sostenida solo por el bastón y el odio. —¡LA CRIPTA, ΠAPA! ¡El nivel Sub-7! ¡Las jaulas! ¡Las mesas con correas! ¡Las mutilaciones! ¡Las inyecciones de veneno para medir su umbral de dolor! ¡Aleksander Solovyev gritando el nombre de su hermana mientras le cortaban la pierna SIN ANESTESIA!

Cada palabra era un latigazo. Vi cómo palidecía mi padre, cómo un temblor casi imperceptible recorría sus manos. Pero su voz, cuando habló, fue fría, calculadora. La voz del político. Del sobreviviente.

—El Proyecto Prometeo... fue una iniciativa de alto riesgo para desarrollar contramedidas biológicas. Hubo... excesos. Mueller perdió el control. Dark lo corrompió todo. Pero la intención, Sónechka, era proteger a Rusia. Crear disuasivos...

—¿DISUASIVOS? — Solté una risa amarga, cortante. —¡Los convirtieron en MONSTRUOS! ¡Los torturaron! ¡Los destrozaron! ¡Y TÚ LO AUTORIZASTE! ¡FIRMASTE LOS CHEQUES MIENTRAS ELLOS GRITABAN! — Señalé el disco duro con mi mano izquierda torpe. —¡Está TODO aquí! ¡Informes! ¡Vídeos! ¡El diario de Mueller diciendo que eras consciente! ¡Que Solovyev te ODIA porque SABE que tú permitiste que lo convirtieran en esto!

El muro comenzó a resquebrajarse. La compostura de mi padre se desmoronó. Su rostro se contrajo en una máscara de agonía y culpa.




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