La Infancia De Muchos.
Narra Clain Johnson. (Federal)
3 de marzo de 1999
Tenía diez años cuando llegué al tercer orfanato. Aquí habían niños más de mi edad, (Significaba que aquí estaban todos los que nadie quería, puesto que muy poca gente adopta a niños de más de siete años) pero decirme que aquí encajaría mejor, era más considerado que decirme que jamás volvería a tener una familia. No aguante ni el primer día allí.
Estaba nevando y no tenía mucho abrigo, así que tomé una campera que reposaba ensima de una de las camas en la habitación que compartía. Creo que era de un tal Kevin.
No la necesitaría más que yo.
Até mis cordones con fuerza, y doble nudo. No quería que detuvieran mi paso en ningún momento. Y escapando por la ventana que me había asegurado de aflojar en cuanto llegué. Quité la tranca y salí a la fría libertad. Corrí como nunca antes lo había hecho, ni siquiera sabía a donde iba. No había Llegado hasta esa parte de mi estratégico plan.
Corrí y seguí corriendo hasta que ya no lo hice. De repente me encontraba frente a mi casa, o lo que había sido una vez mi hogar. Recordaba a mamá sentada conmigo allí en la cocina, esperando a que terminara las estúpidas verduras que solo ella creía ricas. Ahora una nueva familia compartía la cena, con sonrisas en sus bocas. Podía sentir la calidez desde mi posición de postal navideño.
Odiaba a mi madre.
La rabia hizo que pateara una pequeña piedra que se desprendía de la tierra entre la nieve. Y no lo pensé dos veces.
Odiaba a esta familia tonta y ridícula. Odiaba que mi mamá me dejara solo, y sin un lugar al que llamar hogar otra vez. Tomé la piedra entre mis dedos y la arrojé por la ventana justo frente a mí. El crujido del vidrio sonó tan fuerte que cada uno de ellos dio un grito, y el estúpido niño comenzó a llorar.
__ Esa es mi casa ! Váyanse de mi casa ! -Grité.-
La mujer comenzó a consolar al niño mientras el hombre salió de escena y no tardé en comenzar a caminar despacio por la calle, luego de cinco segundos en los que había quedado paralizado, pensando en lo que había hecho. No sabía cómo se había dado cuenta, pero un extraño y gordo policía llegó hasta mi en su auto y bajando la ventanilla me dijo.
__ ¡Oye niño! Ven aquí.
Lo vi por un instante y comencé a correr. No quería volver al orfanato. Nunca.
Podía escuchar las sirenas de la patrulla acercándose pero debía bajarse si pensaba atraparme. Corrí por toda la acera hasta que ya no escuché la escandalosa sirena y me quedé sin aire. Estaba sediento y mi estómago gruñía por no haber querido comer el asqueroso guisado del orfanato, que olía a mil demonios y sabía mucho peor. Aquello era una masa lo bastante pegajosa como para pegar la pata de uno de los bancos del comedor. Y se dice que incluso es tan ácido que corroe la piel. Una vez hicieron una apuesta con un chico llamado Thomas de que no podía comer no una, sino tres cucharadas de aquella cosa. Dicen que nunca más lo volvieron a ver.
Me quedé parado justo frente a una confitería que obviamente estaba cerrada, pero quizá si imaginaba que comía alguna de las cosas que mostraba allí, mi estómago dejaría de comunicarse.
Me senté en la entrada y comencé a pedir alguna moneda. A nadie parecía importarle. La gente seguía de largo con sus celulares caros, pegados a sos oídos y sus tapados de piel sintética. Pero como culparlos, hasta yo quería llevar uno de aquellos Nokia 6160 aunque no tuviera con quien tener una charla.
__ ¿Larga noche?
El hombre gordo de la patrulla estaba justo frente a mi. Tratando de esconder su agitada respiración y su visible cansancio. ¿Está gente era la misma que se encargaba de atrapar ladrones y asesinos? QUE RISA.
__ ¿No es muy gordo para ser policía?
__ ¿Esto? -Tocó su hinchado abdomen.- No es impedimento cuando tienes esto. - Y señaló su cabeza con su dedo índice.-
Mi estómago gruñó nuevamente y el uniformado Policía sonrió.
__ Vamos, está helando afuera.
Lo miré entrecerrando los ojos, y el solo se paró y siguió caminando sin mi. Entró a un comercio y se sentó justo frente a la ventana. Yo me quede afuera observando con cuidado su plan.
Pero un hombre llegó a su mesa con una gran y sabrosa pizza de queso y pepperoni. Mi estómago sonó a gusto y se decepcionó cuando tragué saliva y solo eso.
Entré al comercio con los ojos entrecerrados y me senté justo frente al gordinflón.
__ Come. -Sonrió de lado.-
No parecía haber trampa en eso así que no tarde en devorar el primer pedazo y tomar el segundo aún con la boca llena.
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Editado: 30.06.2021