Sophia // Sus ojos vieron más de lo que deberían.

CAPÍTULO XXVI

Asesinos.


 

El Sr. Clain parecía motivado. Estos últimos dos días se la pasaba fuera de la casa, al punto de que nuevamente no fue a buscarme al consultorio del psiquiatra. En cambio King Kong me apresuraba para  llegar aún más rápido,de lo que mis pies podían, al batimovil que tenía por coche.

Todo parecía indicar que mi juicio se acercaba más y más. Y que se le caería la máscara al fraude que tenía por tío y aquella mujer que no llevaba sangre en las venas ni corazón en el pecho.

 

Pasaron dos días. Los medios se habían encargado de informar a todo mundo que el sospechoso Mike Campbell junto con su cómplice Marco Rossi habían sido arrestados por un sinfín de cosas que están mal. Pero nunca se habló de una mujer, o de que el asesino de mis padres era una niña rara y trastornada.
 

El Sr. Clain no me decía nada. Llegaba tan tarde en la noche, que no estaba despierta para ver qué en realidad a veces directamente no llegaba. Pero su cama tendida me lo informaría al día siguiente. No quería ser una molestia, por eso no me entrometí.

Me faltaban ganas y un título para poder hacerlo, pero sabía que tan competente podía ser la policía de Oregón.

El Sr. Mike , que no merecía ser tío ni padre, se recuperó con éxito hasta que llegó su juicio y el de Rossi.

Habían pasado siete días luego de que había salido del hospital. Se lo revisó a las dos semanas y se lo observó tan bien, que le dieron un lindo paseo hasta la corte.

Podría comer palomitas en este momento.
 

Aunque quizá era demasiado insensible de mi parte.


No. Quizá las palomitas eran un buen plan. 
 

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El Sr. Clain debía haber hecho las compras, pero de tanto trabajo y tan poco tiempo en casa ni se percató de ello.

 

No había más que algo de pan de molde, una naranja y café en grano. El bendito café en grano.

Tomé la naranja y caminé a mi cuarto. Estaba harta de sentirme en un cubo pequeño que comenzaba a cerrarse cada vez más.

 

Necesitaba sentir la brisa en mi pelo y la tierra en mis manos. Las suelas de mis zapatos más pesadas por el barro que había credo la lluvia.

 

Volví a la sala y comenté con inteligencia.

 

__ ¿Henry? En caso de que alguien me hiciera daño, tú podrías atacar a quien sea. Incluso a La Roca. Estoy segura de ello.
 

__ Quizá. -Contesto aquella enorme criatura.-

 

__ Créeme estoy muy confiada en lo que digo. Incluso creo que podríamos ir a la biblioteca y nadie se nos acercaría siquiera. ¿Cómo atreverse?.
 

__ Buen intento, Sophia.

__ ¿Y qué tal tu, Tom?

 

Él sonrió con paciencia, negando toda posibilidad de no volverme loca aquí dentro.
Y con mis ojos en blanco y la naranja en mi mano, di media  vuela encaminándome nuevamente a mi cuarto.

Me sentía un objeto encerrado en una pequeña caja que ponía ‘’FRÁGIL‘’. Sabía que era peligroso cuando aún creíamos que un asesino estaba tras de mi. Pero no existía tal asesino. Y no comprendía la exageración de mi cuidado.
 

Toda mi vida me había cuidado sola, me hacía mis propios trajes de la escuela sin ayuda, me preparaba mi propia comida y conseguía mi plata ayudando a los vecinos con el jardín de sus casas. Y vendiendo limonada en el verano con los limones caídos en el patio del Sr. Ambrus.
 

Dejé la naranja sobre la cama, y observé el destornillador que reposaba en la estantería mal construida de la habitación. Mientras me paraba en puntas de pié y me estiraba con Ímpetu desde el borde de la cama
 

Alcancé el mismo, tomándolo fuera del estante.

El cual estaba repleto de esas figuras raras y móviles de baseball.

Bajé con cuidado de no tirar ninguna con la mano, puesto que eso alertaría al Cesar, que custodiaba la puerta.

Y con la mayor de las sutilezas baje de la cama, el destornillador me ayudaría a hacer palanca y abrir la pequeña ventana a mi derecha.

Me detuve a pensar, si lo que hacía era correcto, y sonreí al ver la contestación de las figuras en la repisa, que aún movían su cabeza.

Solo serían unos minutos, y volvería. Nadie notaría que me fui.

Puse un viejo vinilo en marcha que comenzó a sonar. Miré algo asombrada de que aún funcionase aquel artilugio y volví en mí, prosiguiendo con mi plan de huida.

Presioné hacía abajo con fuerza, al encastrar la punta del destornillador en la estrecha línea vacía entre el marco.

Y con mis manos rojas por la presión y mis ojos cerrados instintivamente, abrí de un estruendo la ventana.

El aire fresco y el olor a césped invadió mis sentidos. Y con el destornillador cómo objeto obstaculizador para que no se cierre de un golpe, tomé la naranja sobre la cama y bajé con cuidado de no tirar la herramienta que soportaba el peso de la pequeña ventana, y de no cerrar mi única salida, y entrada a la casa.


 

Me solté de un salto y bajé al suelo. Ahora solo quedaba caminar.

La casa del Sr. Clain dejó de pisarme los talones al cabo de unos minutos y no miré atrás. Me detuve a admirar el paisaje, si algo me gustaba de aquí era el verde de las casas. Y las agradables familias que veías en ellas. Irónico. Creo que las únicas malas familias eran la mía y la de mis tíos.

Aunque una persona como yo pero con distinto nombre pensaría lo mismo de mi familia. Quizá uno lleva bajo la piel. el casi Instintivo pensar que todo es como se ve por fuera. Quizá por eso no me guste el aguacate en un principio... 

La verdad era, que pese a alejarme de las cosas que rodeaban mi vida, aún así la llevaba en cada pensamiento. Seguramente debido. a que vagar también era parte de mi y nunca terminaba de despegarme del todo de este mal hábito.




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