Sophia // Sus ojos vieron más de lo que deberían.

CAPITULO IX

 

El Conejo En El Sombrero.

 

 

El viento hizo correr con más fuerza las lenguas. Lo sabía porque el Sr. Clain no hacía más que mirarme con preocupación y preguntarme como me sentía cada cinco minutos dictados por el reloj. Era obvio que el Dr. Miller ya se había encargado de comunicarle nuestra sesión de ayer al jefe de policía. Para esta altura ya todo mundo se había enterado de lo que creía. Ya todo el mundo había repasado en su cabeza la idea de los dos asesinos.

Estaba segura que me llamarían para un nuevo interrogatorio.

Yo meneaba la cuchara, revolviendo la avena con desgano, el plato de avena con arándanos no se veía apetitoso en este momento -No es que no lo fuera- pero aún no recobraba el apetito. Tan solo podía pensar en la niña.


¿QUIÉN ERA ELLA?

Ella no le temía al monstruo.


__ ¿Segura no quieres hablar Sophi?

__ Estoy bien. –Repliqué en tono suave.-

__ Sophi, hace media hora que solo ves tú plato y no dices nada. No quiero parecer insistente solo que…

__ No tengo hambre.

__ ¿Qué tal si salimos hoy? -Mis ojos que tan solo veían el movimiento de la cuchara y la avena subieron de inmediato.-

 

¿PODÍAMOS SALIR?

 

__Podemos?

Asintió. Sonreí.

Podía ir a un parque, o una biblioteca por un nuevo libro, comería comida callejera y actuaría como una persona normal por un día.

__ Pero antes debes comer algo…-Me retó.-

Obediente accedí a su condición y corrí a vestirme. Una vez pronta salimos en la patrulla (totalmente discreta). No me quejaría, si esta cosa me sacaba fuera de aquí aunque sea por un corto tiempo.

El día era cálido y estaba despejado, como si acompañara mi estado de ánimo.

Estacionó la patrulla en un hermoso y verde parque, y caminamos hacia un banco vacío de madera.

Él me miró, y habló.

__ ¿No irás a jugar?

El parque era tranquilo y verde. Había un enorme arenero, juegos y columpios. Un par de niños jugaban en ellos con entusiasmo mientras sus madres cotilleaban y reían de alguna cosa.

Yo era demasiado madura como para jugar en algo así. Nunca me había gustado la idea de venir a un parque a ensuciarme y lastimarme las rodillas como la mayoría de los niños que venían. Y mis padres no tenían tiempo de traerme, así que no era algo que me entusiasmara.

__ Eso es para niños... -Refuté y puse mis manos en las rodillas y observé a los demás niños jugar.-

Se veían felices. A pesar de ensuciarse y lastimarse.

Era como una especie de masoquismo dulce.

__ Adivina que eres... -Lo vi con enfado y él sonrió.-

__ Pues si tu no vas, yo sí...

El mismo policía que sostenía un arma en momentos críticos y quien llegó en una patrulla imponiendo respeto y autoridad, estaba sentado en la enorme caja de arena, cual niño de seis años.

Parecía pasarla bien. Se veía divertido. Apuesto a que yo podía hacer una torré de arena aún más grande que él...

Me acerqué despacio algo avergonzada y me observó.

__ Eres muy grande para jugar...

__ Adivina que eres... -Repliqué sentándome. No daría mi brazo a torcer. -

 

Era la primera vez que mis manos tocaban la arena. Se sentía incómodo, sucio y a mi madre no le hubiera gustado.

Pero no era tan molesto como creía. Quizá si era una niña después de todo.

 

Jugué hasta cansarme y comí perritos empanados hasta hartarme.

Pero debía de saberlo. No lo tenía permitido.

La cara del uniformado Sr. Clain cambió cuando tomó el teléfono. Algo estaba mal. El policía no dijo una palabra sobre lo que sucedía, en cambio me dio una media sonrisa y guardó el celular.

__ ¿Algo está mal? -Pregunté-

__ Debo llevarte a casa. Me llamaron de la seccional y debo ir ahora. -Asentí, lo entendía bien. Era demasiado bueno para ser verdad. Y aquello debía de ser muy importante si no podía esperar.- Vamos. -Volvió a decir-

 

Llegamos, y sin decir más nada se fue. Los dos hombres robustos seguían parados frente a la puerta y podía jurar que veía dos hombres más; que no estaban allí antes, en un auto -algo maltratado- estacionado enfrente a la casa.

 

¿Acaso no dormían, o comían nunca?

 

El Sr. Clain me dejó en la casa y volvió a meterse en la patrulla. No sin antes intercambiar palabras con los policías en la puerta.

Caminé hasta mi cuarto por algo de ropa para ducharme. Y lo escuché.

Justo antes de entrar uno de los hombres contestó una llamada. Habían encontrado a mi prima Tara.

Si eso era cierto, ¡habían podido encontrar al hombre que asesinó a mis padres!




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