Sophia // Sus ojos vieron más de lo que deberían.

CAPITULO XII

Papito Querido.

 

Mis ojos se sentían pesados. Sabía que se debía a los ansiolíticos recetados del Dr. Müller.

Ya no sabía cómo pararle. Ya no podía hacerlo. El miedo me comería por dentro absorbiéndome poco a poco. Y yo no podía detenerle. Pese a que tanto me esforzara por verle el lado bueno de las cosas.

Ya nada podía hacer.

No importaban las maneras. Lo malo siempre pesaba más que las cosas buenas que comenzaban a pasarme.

No sabía cuándo me había quedado dormida pero algo dentro de mí supo que lo estaba en cuanto vi aquellos pisos de madera mohosos y sentí el eterno olor a humedad que lo acompañaba.

Entré por la puerta de la entrada, dejando la misma abierta. Sabía que eso haría a mamá enojar, pero así era yo.

El sonido del piso en cada paso que daba se volvía más agudo, como si cada encastre de madera fuera una pieza de un extraño y enorme xilófono.

¿Estaba sola en casa? ¿Dónde estaba todo el mundo?

El jarrón de la bisabuela. Mamá amaba ese jarrón, y lo cuidaba como si de lo más preciado que tenía se tratase. Supongo que era lo único que le había quedado de ella. Mamá decía que había una rara fabula que la abuela le contaba todas las noches, sobre el jarrón. Aquello debía de ser muy importante para ella ya que su abuela había sido mucho más mamá de lo que su madre jamás lo había sido.

Un sentimiento de tristeza me invadió al ver el tan preciado jarrón hecho añicos en el suelo. Mamá se debía de sentir muy mal al respecto.

Espero que no crea que fui yo…

Los cristales crujieron bajo mis pies. Yo junte los pedazos más grandes, dejándolos en aquella mesa frente a las escaleras.

Mi casa era igual de extraña que cualquier casa en donde jamás había estado. Al igual que espantaba tanto y más que la casa fantasma del parque de atracciones. Nunca sabía de donde y cuando algo espantoso asomaría, sacándote el alma de un tirón y el grito más agudo.

__Mamá?

No había nadie en la sala, pese a que una pequeña taza de café a medio tomar reposaba en la mesa frente al sofá. Mamá había cambiado el té de la tarde por el café a cualquier hora del día. Eso explicaba las horas que pasaba frente a la ventana del salón, mirando la luna como la cosa más hermosa.

Dos asquerosas moscas danzaban agarrotadas al sentimiento puro de pertenencia, sobre la taza de café. Como si no supieran que la taza era lo suficientemente grande para amabas. La cegués del egoísmo, hacía que bailaran atontadas, la triste danza de la muerte. Tarde o temprano morirían de cansancio, sin haber probado -Ninguna de las dos- una sola gota del amargo café. Que al final, no valía tanto la pena. Ni la vida.

Subí las escaleras, que llevaban a mi cuarto y al tercer escalón un extraño sonido hizo que fijara mi atención hacía el baño. Bajé aquellos tres escalones y caminé en línea recta por el salón hasta el baño de visitas.

¡¡Que no sean cucarachas!! ¡Que no sean cucarachas!

Frené mis movimientos y pensé. ¿Y que si era un ladrón?

Lo sabía muy bien. La televisión se hartaba en comunicar que la tasa de crímenes y delitos menores en el país había subido con notoriedad un quince por ciento. Respiré hondo.

Caminé. Con curiosidad hacía la puerta del mismo, la cual estaba entrecerrada. Quien quiera que sea que estaba allí, no se había percatado aún, de mi existencia.

Rosé con mi mano la puerta laminada del baño, y con un leve movimiento la abrí unos centímetros más.

Mis manos temblaban y contuve mi respiración sin darme cuenta.

__ ¿Papá que estás haciendo?

Tragué saliva y él subió su mirada.

__Vete de aquí Cariño... ¡VETE!

Salí corriendo de allí, algo estaba mal...

¿Por qué estaría él con una jeringa? ¿Acaso estaba enfermo?

__ ¿Mamá?

Caminé por aquel pasillo que me traía malos recuerdos. Y allí estaba ella.

Ella no respondió. En cambio tomó su hombro y en un movimiento brusco lo subió, tronando el mismo.

__ Mamá debes ir al hospital. –Dije inquieta,abriendo la puerta dejándome notar-

__Ya estoy mejor. Vete a tu cuarto. –Dijo fría.-

¿Quiénes eran ellos?¿ Dónde estaban mis padres? Los verdaderos...

__Te odio. Ojalá no hubiera nacido... -susurré-

__Ojalá. -Respondió, dándome la espalda desinteresadamente.-

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Mis ojos se abrieron pesadamente. Estaba nuevamente donde debía estar. Mis mejillas estaban húmedas, al igual que mi almohada, pero me limpié rápidamente la cara antes de que asomara el Sr. Clain por la puerta.




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