Un encuentro predestinado
Rachel y Roberto se conocieron jóvenes, en un café donde el tiempo parecía haberse detenido. Su amor fue instantáneo e intenso, como si la vida misma hubiera orquestado su encuentro. Celebraron su boda con alegría y luz, rodeados de familiares y amigos. Pero el destino les tenía reservado un desafío inesperado: unos años después, Rachel descubrió que era infértil. Se sucedieron unas intervenciones médicas tras otras, sin éxito. Pasaron quince años y el deseo de tener un hijo permanecía intacto. Su amor no se había debilitado, pero el dolor de la infertilidad a veces llenaba el corazón de Rachel de amargura. Roberto, siempre a su lado, le susurró: «Cada prueba es una sorpresa de la vida... y tenemos el valor de afrontarla juntos». Fue en este contexto que conocieron a Salomón, un hombre sabio, durante un viaje espiritual. Él les aconsejó: «Encomienden su causa a Dios. Con Él, lograrán grandes cosas y superarán sus pruebas». Sus palabras resonaron en ellos. Comprendieron que la paciencia, la fe y la humildad serían ahora sus guías. Como dijo Aristóteles: «La sorpresa es una prueba de verdadero valor», y estaban preparados para afrontarla.