Alegría Sencilla
El sobrino de Rachel, Gabriel, pasó sus vacaciones en la institución. Descubrió que la verdadera alegría no reside solo en los regalos o el dinero, sino en compartir y ser atento. Su hermana, Elisa, le enseñó a sonreír a los niños, a ayudar y a observar los pequeños milagros de la vida cotidiana. Rachel y Roberto comprendieron que la alegría suele ser una sorpresa: una carcajada inesperada, una palabra amable, un gesto espontáneo. «Cada sonrisa es un tesoro», decía Roberto, «y cada momento compartido es una sorpresa divina». Los niños, llenos de asombro, cantaban con ellos: «Puede haber milagros cuando crees…»