A veces en la vida cometemos errores; errores que no afectan el curso de nuestro destino; errores que definen nuestra vida por completo; errores que nos destruyen. Si usted ha cometido uno de esos errores, eche una moneda y ayude a este pobre hombre que no le queda nada por culpa de un error.
—Tal vez debería ponerle más sentimiento. —dije para mí mismo mientras hacía girar el tarro -anteriormente blanco- marrón con un par de monedas en él y practicaba mi discurso.
La vida en las calles no era sencilla, era impredecible y decepcionante, en algunos momentos desesperante. No tenía hora específica para comer, ni siquiera día, debía estar en movimiento constante para aprovechar las multitudes.
Respiré hondo. Era tiempo de moverme.
Sacudí el tarro con la mano derecha, me había cansado de hacerlo con la izquierda. Mientras esperaba que alguien tuviera misericordia de mí, toqué mi barba áspera y descuidada, por unos segundos extrañé la suavidad de la crema de afeitar y la cortante afeitadora, irónico, solía detestar afeitarme.
Desde el otro lado de la calle un auto se detuvo y bajaron la ventana, una señora sacó su mano y me llamó.
—¿Yo? —grité.
—Sí, tú. —me respondió con amabilidad.
Me levanté de un respingo y comencé a correr hacia allá, no percatándome del auto a toda velocidad que se aproximaba en mi dirección, momentáneamente desvié la mirada y vi-