Dicen que el amor a primera vista no existe, y estoy totalmente de acuerdo.
Si existiera ya me hubiera casado unas 15 veces, porque mujeres hermosas hay muchas, solo que no hay muchas que llenen mi concepto de hermosas.
Tengo un gusto muy peculiar en cuanto a chicas, y por esto culpo a mi madre, ella era del tipo de persona que miras y dices "Wow, qué pena que hay personas como ella". Siempre muy extravagante con la filosofía de "muestra pero no enseñes", nunca olvidaré esas palabras, ¿cómo hacerlo? Las repitió cada día por 20 años.
Pero Esther llenaba ese concepto, es más, lo rebosaba, ella era del tipo de persona que iluminaba un lugar con su mera presencia incluso cuando no lo estaba intentando... aunque la mayor parte del tiempo sí lo intentaba.
—¿Qué opinas de este vestido? —Esther tenía media hora probándose vestidos en el centro comercial, y, aunque me sintiera halagado por la invitación, debía admitir que ya estaba cansado.
—Igual de hermoso que los otros 4 —respondí con una sonrisa inocente. Mi respuesta pareció no agradarle ya que rodó los ojos y volvió al vestidor.
Habían pasado cuatro meses desde nuestra primera cita, éramos oficialmente novios pero las cosas en el trabajo seguían prácticamente igual, excepto porque intercambiábamos incontables miradas en lo que transcurría del día y unos cuantos besos en el elevador.
Ahora le estaba acompañando a elegir un vestido para un baile de gala al que asistiremos por invitación del jefe de la oficina. Todos los años se realizaba ese baile pero esta era la primera vez que iba acompañado, cabe destacar que por esa razón nunca antes había asistido.
Estaba perdido en mis pensamientos cuando escuché como alguien carraspeó, levanté la mirada y me encontré con el vestido más despampanante que mis ojos habían presenciado. Esther al notar mi expresión sonrió satisfecha consigo misma y regresó al vestidor mientras musitaba "ya nos vamos".
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Un traje negro brillante sonaba como una buena opción para la gala, considerando que Esther iba a utilizar un vestido rojo vino ceñido al cuerpo. Esta vez me tocaba a mí ir a recoger a Esther puesto que la última vez fue al revés. En eso éramos muy estrictos, o mas bien, ella era muy estricta.
Al llegar a su casa le tendí mi brazo para tomar su mano y le di un pequeño beso en la parte de arriba, todavía admirando lo preciosa que estaba, usualmente no me gustaban los colores fuera de lo común en el pelo, pero a Esther le sentaban bien todos los tonos, lo digo porque en los últimos 5 años había pasado de rosado, verde, azul y ahora morado. Sí que era el arcoiris más hermoso de todos.
Esther mostró una de sus bellas sonrisas y se sonrojó, luego agarró mi mano y nos encaminamos al auto.
—Estás tan guapo, sí que soy una mujer afortunada. —soltó de la nada mientras íbamos camino a la gala.
Me sonrojé violentamente y no pude responder ya que las palabras no me salían.
Una vez llegamos a la gala me apresuré a salir del auto para poder abrirle la puerta, ella me sonrió en agradecimiento y me dio un pequeño beso en la mejilla. Toqué allí donde me dio el beso y sentí unas mariposas en el estómago, o tal vez solo fueron los tacos que me comí antes de venir que estaban haciendo efecto.
De todas formas, solo me quedaba decir: Rayos, me enamoré de Esther Morgan.
El salón de eventos era hermoso, lámparas gigantes y candelabros dorados brindaban al lugar un aire de elegancia y sofisticación. La mayor parte de las personas que estaban allí eran conocidos para mí pero otros, que probablemente eran sus parejas, no los había visto antes.
Esther me arrastró a la pista de baile junto con la multitud, en ese momento me confundí y cuando entendí la situación entré en pánico. Era un pésimo bailarín.
—Tal vez deberíamos sentarnos, seguro estás cansada del viaje. -traté de convencerla.
—¿Estás loco? Vinimos aquí para pasarla bien y eso implica bailar un poco, no trates de escaparte, que aunque tenga tacones soy más rápida que tú. -dijo en tono amenazante. No pude evitar reír, solo ella salía con ese tipo de cosas.
—No me culpes si terminas con los pies hinchados de tantas veces que te pisé. —manifesté en voz baja y antes de que me respondiera le robé un beso que se convirtió en uno de los más apasionados y largos que nos habíamos dado.
Cuando nos separamos para recuperar la respiración, Esther me miró sonriente y me propinó un golpe en el hombro.
—¡Hey! ¿Y eso por qué? —me quejé todavía sonriendo.
—Por callarme con un beso. —explicó, haciendo un puchero de lo más adorable.
Le miré con suficiencia y asentí en señal de que podíamos bailar.
Entre risas y quejas bailamos las canciones lentas que sonaban, en un momento Esther apoyó su cabeza en mi hombro y bailamos abrazados, la sensación de felicidad y amor quemando en mi pecho como un constante recordatorio de que esa era la mujer de mi vida.