Esa noche tuve una pesadilla y me desperté temblando, usualmente tenía pesadillas, solo que esta vez era diferente ya que Esther estaba ahí para calmarme y darme un abrazo tranquilizador, lo que realmente tuvo efecto.
Desde que había encontrado a mi hermana con un frasco de pastillas vacío a su regazo no había podido dormir bien, era como si hubieran terminado de arrancar lo poco de corazón que me quedaba, y desde ese entonces no había amado a nadie.
Todavía recordaba la noche en que mis padres murieron, ese día habían pasado tres veces por la casa, mucho más de lo solían hacerlo en días normales. Salieron a las 7:00 de la tarde para el aeropuerto y su vuelo despegó a las 9:30, tres personas más iban con ellos; Arthur, Pamela y Óscar: sus dos agentes y un abogado. Iban camino a Nueva York para una rueda de prensa, en la que iban a testificar sobre unos rumores que habían surgido.
Recibimos la noticia a las 3 de la mañana.
Nunca supe qué pasó con la familia de esas personas, no asistieron al funeral de mis padres ni se comunicaron en ningún momento conmigo.
—Múdate conmigo, Esther. -dije en mi mente.
—¿Cuándo? -preguntó de repente y fue cuando me di cuenta de que lo había dicho en voz alta. Alarmado me senté en la cama y me quedé mirándola.
—¿Enserio te mudarías conmigo? —cuestioné atónito.
—Nada me haría más feliz, cariño. —aseguró con una sonrisa—. Quiero cuidar de ti y pasar cada minuto contigo, no solo en el trabajo. —concluyó.
Podía sentir las lágrimas acumulándose en mis ojos y no pude evitar abrazarla con todas mis fuerzas, por fin ya no estaría solo.
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—¿Sabes? Me dijeron algo que me tiene muy preocupada. —comentó Esther mientras le daba una mordida a su tostada con mantequilla.
Levanté la mirada de mi teléfono y fruncí el ceño.
—¿Sí? ¿Qué pasa?
—Resulta que entre los encargos de ser gerente, es obligatorio mudarse al apartamento que está en el edificio para más accesibilidad. —explicó sin rodeos.
Ambos estábamos participando para ganar ese puesto, lo que significaba que
—Uno de los dos nos tendríamos que ir... —terminé.
El silencio se instaló entre nosotros, ese tipo de silencio que dice cosas que no quieren ser escuchadas.
—Tal vez... tal vez deberíamos dejar de postularnos. —propuso Esther con la mirada triste y cansada.
—No te pediría hacer algo como eso nunca en la vida. —respondí con voz firme, aunque en mi interior estaba destrozado.
—No tienes que pedírmelo porque lo voy a hacer de todas formas. —aseguró mientras asentía repetidamente.
—Pero... Entonces está decidido, ambos dejaremos de postularnos. —dije, causando que me mirara sorprendida.
—Sé lo mucho que esto significaba para ti. —bajó la cabeza y vi cómo una lágrima se deslizaba por su mejilla—. Pero es que no quiero perderte. Eres lo único que tengo. —terminó de quebrarse.
—Hey. —le forcé a mirarme—.Tú significas muchísimo más para mí. También eres lo único que tengo y por ti lo dejaría todo. —le aseguré con una sonrisa.
—Además. —continué —. No estoy dispuesto a perder a la única persona que jugando UNO no me pone un +4 cuando estoy a punto de ganar. —comenté con mucha seriedad.
Esther se echó a reír y aproveché para limpiarle las lágrimas de la cara y darle un beso en la frente.
—Te amo. —dije.
—También te amo. —me respondió.
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Esther y yo nos habíamos puesto de acuerdo en pasar más tarde para hablar con el jefe sobre lo que habíamos discutido. Yo fui primero, causando que el jefe me mirada decepcionado pero respetara mi decisión, Esther fue en la noche ya que estaba atendiendo unas videoconferencias en la tarde.
Mientras esperaba a que regresara decidí dar un recorrido por la casa y fue la primera vez en años que me detuve a observar las fotos y pertenencias de mi familia. El cuarto de mi hermana estaba cubierto totalmente de polvo pero como lo mantenía cerrado con llave no me había dado cuenta. Yo tenía la habitación de mis padres ya que era la más grande y de por sí ellos casi no dormían en la casa.
Estaba en un buen momento de mi vida, podía decir que tenía todo lo que quería, alguien que me amara. Tomé unas cajas que estaban debajo de la cama de mi hermana y me puse a ver los álbumes de fotos.
La mayoría de las fotos eran de cuando yo no había nacido, pero habían algunas que estaban en portaretratos que eran de unos años antes del accidente. Una de ellas me llamó la atención.
Estaban mis padres junto con Arthur y Pamela en la sala de una casa que no reconocía, pero lo que me llamó la atención no fue eso, sino la niña cómo de 13 años que estaba jugando con una tablet en una esquina.
Se veía exactamente como Esther.