Antes de abrir los ojos sentí el bamboleo y el rítmico golpeteo bajo mi cabeza. Reconocía aquel familiar sonido, estaba en un tren. Al abrir los ojos me encontré con un compartimento cerrado y con mi cabeza apoyada sobre una almohada. No había viajado nunca en un coche cama, pero estaba claro que estaba en uno de ellos. Me incorporé, o al menos lo intenté, porque mi cabeza aún estaba algo inestable. Antes de que tomara una decisión sobre qué hacer, la puerta se abrió, dejando paso a un hombre de pelo y ojos grises. Notó que estaba despierta, y me sonrió, pero tuvo buen cuidado de cerrar la puerta detrás de él.
— Buenos días. Traje un analgésico y agua. Supuse que los necesitaría. - me tendió ambas cosas y yo las cogí, pero no hice gesto alguno de tomarlas. ¿Desconfianza?, me habían secuestrado, drogado y estaba en un tren dios sabía a dónde. No conocía a ese tipo, y no confiaba en que me diese algo que no me dejara KO de nuevo. Él sonrió levemente, y tomó asiento en la litera frente a mí. – No voy a drogarte, pero es tu decisión creerme o no. Por cierto, mi nombre es Arion. - tomó su teléfono y comenzó a teclear en él.
—¿Dónde me llevan? - él alzó el rostro hacia mí, dándome una pequeña sonrisa.
— Al lugar al que pertenece, mi señora. -
— No soy tu señora, Arion. Os equivocáis. Yo no…- la puerta se abrió de nuevo en ese momento, dejando paso a el primer loco con el que me topé. Recordaba su nombre, Evan.
— Ya estás despierta. - Arión se bajó de un salto de la litera, y pasó junto a Evan. Mientras salía le dio una pequeña palmadita en el hombro, como si le diese sus condolencias. No era justo, la que estaba retenida en contra de su voluntad era yo.
— Quiero que me dejéis libre. - Evan sonrió y se sentó en el mismo lugar que antes ocupó Arion.
— Buen intento. -
—¿A dónde me lleváis? -
— Al lugar al que perteneces. -
— Sí, eso ya lo dijo el otro tipo. Yo quiero que me des un nombre. -
— Manisa. -
—¿Manisa?, ¿y eso dónde está? -
— En Turquía. - ¡Ah, no!, ni loca iba yo a dejar que estos locos me llevaran a Turquía.
— De eso nada, yo no voy allí. - Evan dejó escapar el aire de sus pulmones lentamente.
— Creo que ahora es un buen momento para que te cuente quién eres. -
— Sé quién soy. Soy Victoria Fontseca, tengo casi 22 años y estudio enfermería. Nací en…- — Evan alzó la mano, y me interrumpió.
— Esa es la identidad que tienes ahora, y sí, es parte de ti, pero tú eres mucho más. -
—¿A sí?, ¿y quién se supone que soy?, ¿la hija perdida de algún emperador, la concubina de un jeque qué…? -
— Eres la reencarnación de un ser mitológico, de un ser único. -
—¿Un qué? - la incredulidad y la risa se unieron en mi voz, para hacerla parecer más un graznido que otra cosa.
— Eres una Náyade, una muy especial. - esto sí que estaba bueno.
— Perdóname, pero aun aceptando esa estupidez de la reencarnación, ¿qué se supone que es una Náyade? -
— En la mitología griega, existían lo que se denominaban Náyades, también conocidas como ninfas de aguas dulces. -
—¡¿Qué?! - otra vez salió aquel graznido de mi garganta.
— Las Náyades eran seres de gran longevidad, de origen divino, decían que hijas de Zeus, pero que, a diferencia de los dioses, eran mortales. Estaban vinculadas a una masa de agua; una fuente, un manantial, un río. Si este se secaba, la Náyade moría. – Ya puestos con esa tontería, tenía que saber más, porque el conocimiento es poder, y quizás, saber en que creían estos hombres, me ayudaría a escapar de ellos.
—¿Y eso es lo que me ocurrió a mí?, ¿mi fuente se secó? – Evan sonrió de una manera triste.
— Tu historia no es tan simple, es… tienes que recordarla para comprenderla. - ¡Ja!, ¿y cómo se pensaba este tipo que iba a recordar algo que le había pasado a otra persona, en otra vida? Estaban locos.
— Si, seguro. - sus ojos me miraron intensamente, como si mi falta de fe fuera ofensiva.
— Lo recordarás todo, te lo prometo. -
—¿Y cómo se supone que voy a hacer eso? -
— Retornando a tu fuente. -
—¿Así, y ya está? -
— Bueno, la sibila no especificó nada más. -
—¿Sibila? -
— Sí, la profetisa, o el oráculo, como quieras llamarlo. -
— Genial, pues tengo alguna pregunta más que me gustaría que me respondieras. - Evan se acomodó mejor en su asiento, y me sonrió afablemente.
— Lo que desees saber, te lo diré, si es que poseo el conocimiento de ello. -
—¿Nadie te ha dicho que hablas de una manera muy rara? - su sonrisa le hizo parecer guapo, pero no debía fiarme de un secuestrador, aunque tuviese un rostro hermoso.