Abrí los ojos para encontrarme otra vez en el mismo lugar, en mi litera del tren. Pero esta vez, había alguien recostado en la litera frente a mí. Evan estaba dormido boca arriba, con la ropa puesta. Su rostro parecía tan sereno… Me puse en pie con sigilo, metí mis pies en mis deportivas y di mi primer paso hacia la puerta. Ya casi tenía mi mano sobre la manilla para abrir, cuando descubrí que no iba a ir a ninguna parte, al menos sola.
—¿Aprovechando que estoy dormido para escabullirte? - volví el rostro hacia atrás, para encontrarlo en la misma postura de antes, la misma paz en su rostro, solo que con una pícara sonrisa en sus labios. Maldije para mis adentros, pero no le di la satisfacción de darle la razón
—Voy al baño. -
—Arión te acompañará. A no ser que prefieras que lo haga yo. - uno de sus ojos se abrió, y giró la cabeza hacia mí para verme mejor.
—Puedo apañarme sola, gracias. – se sentó sin esfuerzo, dejando sus pies colgando de la litera.
—No eres una prisionera, Victoria. Pero dadas las circunstancias, entiende que no queramos correr ningún riesgo. Ninguno queremos perderte de nuevo. -
—Esto es un tren, no es fácil perderse. - abrí la puerta y salí. Arión estaba apoyado junto a la puerta, y me sonrió nada más verme.
—¿Al baño? - asentí pare él. Después de recorrer medio vagón, escuché su voz de nuevo.
—Puede que el chico sea algo duro contigo, pero es porque tu seguridad le importa demasiado. -
—Sí, eso se nota. - me paré junto a la puerta del baño, y volví mi rostro hacia él cuando me habló.
—Él volvería a bajar a los infiernos por ti, mi señora. Sin dudarlo. - entré en el baño y cerré la puerta. Estaba claro que Evan era el hombre de los misterios. No sabía hasta dónde llegaba la locura de estos hombres, pero cada vez me intrigaba más su historia.
Cuando regresamos al coche cama, lo encontré vacío. Evan había estirado las mantas de su cama, dejándola como si estuviese recién hecha, o como si nadie hubiese estado echado sobre ellas.
Pocos minutos después, él regresó. Traía una bandeja con lo que suponía era comida, porque estaba cubierto con una servilleta.
—Pensé que tendrías hambre. - esperó a que me sentase y después colocó la bandeja cuidadosamente sobre mis rodillas. Nada más mostrarme los bollos y la leche caliente, mis tripas empezaron a rugir. Traidoras.
—Gracias. - eso lo aprendí de mis abuelos. Siempre decían, ser agradecido es de bien nacido.
Evan volvió a sentarse frente a mí y observó mientras yo me disponía a tomar mi primer bocado. Entonces mi yo desconfiado se puso a pensar.
—¿Tú no comes? - él sonrió y se encogió de hombros.
—Ya lo hice, pero si quieres estar convencida de que la comida no está drogada, escoge lo que quieras y yo lo probaré primero. -
Seguro que esperaba que por simple educación rechazara su oferta, pero ¡eh!, yo era la que estaba retenida en contra de su voluntad. Cogí la taza de leche, la levanté hacia mí, pero en vez de llevarla a mi boca, se la ofrecí a Evan. Él asintió, sin apartar la sonrisa de su boca, tomó la taza en su mano y la llevó a sus labios. Bebió lo que pareció un buen sorbo que dejó ese bigotillo blanco en su labio superior. Lo lamió con su lengua y me devolvió la leche.
—Aún está caliente. -
Tomé la taza y di un largo sorbo al contenido. Su sonrisa se difuminó, mientras sus ojos se concentraban en mi boca mientas bebía. Se volvieron oscuros y brillantes, haciendo que el azul cobalto se convirtiese en un aro de un azul intenso. Podía ser que me hubiese engañado y acabara de caer en su trampa, o tal vez que encontrase pecaminoso el beber del mismo recipiente, no lo sé.
Dejé la taza sobre la bandeja y tomé uno de los bollos. Sopesé en dárselo y que él escogiera dónde morder, o ser yo la que partía el trozo. Opté por lo segundo. Cogí un buen trozo y lo tendí hacia él. En vez de tomarlo con sus dedos y meterlo en su boca, se inclinó y atrapó el pedazo directamente entre sus labios. Sus ojos no dejaron de mirar los míos en ningún momento. Hubiese sido tremendamente sensual, de no ser una mujer retenida en contra de su voluntad y él uno de mis carceleros.
No volví a darle más comida y él entendió que había traspasado una línea invisible, pero no parecía arrepentirse. Sonrió y se enderezó en su lugar.
—Háblame más de mí. -
—¿Qué quieres saber, mi señora? - su sonrisa se intensificó.
—¿Cómo me llamaba? -
—Neró tis zoís. - Vale, eso me pasaba por preguntar. ¿No podía tener un nombre normalito?, no, claro, era una ninfa griega. Qué ideas más locas tenía.
—Y eso significa…. -
—Más o menos agua de la vida. -