Soy

Historia

La nena miraba desde una esquina de la casa.

Callada, nerviosa, asustada.

Los gritos llenaban todo el reducido espacio y su pequeño corazoncito latía veloz, incapaz de comprender lo que la rodeaba.

Aún no era consciente del bien o del mal, pero sabía que aquello no era lindo, no era bueno. Eran gritos de enojo, eran gritos de dolor, eran gritos de amargura.

Eran golpes en una pared muy pesada que no se caía, pero que si se desviaban solo unos pocos centimetros impactaría sobre un rostro que no debía ser golpeado. Un rostro que ella amaba y que adoraba acariciar en las noches. Porque era cálido, porque era suave. Porque era hogar.

Era todo niebla roja de rabia y oscuridad y la nena de solo tres años supo ese día lo que era el odio. Lo odiaba, porque había invadido su vida y su niñez para transformarlo todo en un infierno.

La nena cumplió años y jamás vio a ese extraño como lo que no era. Jamás lo llamó por otro que no fuese su nombre, jamás lo miró con otros ojos que no fuesen los del miedo y el rechazo.

Este extraño decidió cumplir en su vida el rol que a ella le faltaba. Daba orden que ella debía cumplir, aplicaba castigos que ella debía seguir. Admite ahora, la nena de grande, que con ella no fue realmente malo. Que la enseño, que la educó, que forjo en ella un carácter, una disciplina y le mostró los caminos que no debía recorrer.

Pero también sembró en ella la semilla de la desconfianza, del rencor, le creo traumas difíciles de curar.

La nena odiaba la música, odiaba el ruido, las fiestas. Odiaba el alcohol, el solo olor la repuganaba. Odiaba a los hombre con ojos rojos y sonrisas fáciles, sabía que toda esa alegría luego se convertía en violencia, en gritos.

La nena empezó a esconderse más, a volverse más pequeñita dentro de sí misma. Insegura, temerosa, con pánico a la soledad, sintiéndose invisible y volviéndose invisible dentro de cuatro paredes que debieron ser su refugio.

Y si eres invisible en casa, te vuelves invisible al mundo.

La nena creció más. Y los gritos siguieron ahí. Las noches de fiesta, de música muy alta, las borracheras, los platos de comida a rebozar, las cajitas blancas de líquido caliente y venenoso.

Todo siguió ahí y ella adoraba los días en los que estaba enferma. Los días en los que podía dormir y ser inconsciente de todo. Los días en los llegaba de la escuela y el closed tenía más espacio. Aunque aquella felicidad siempre duraba poco, pero eran lapsos de tiempo en los que ella era realmente feliz.

Y así paso la vida.

Vio muchas cosas que ojos inocentes no deben ver y su alma se fue marchitando.

Su alma se volvió temerosa, su cerebro se volvió depresivo. Su espíritu casi murió.

Pero de repente pasó.

La oscuridad finalmente se alejo. Finalmente nadie llegaba a la una de la mañana con mucho olor a alcohol. Nadie golpeaba la puerta, no tenía que salir corriendo para llamar a la policía.

Su mamá pasaba las noches con ella, y no la dejaba sola en medio de la madrugada para buscar a un hombre infiel y borracho que luego llegaba tirando piedras a la ventana esperando a que le abriesen.

Por las tardes jugaba tranquila, podía invitar amigos a casa sin pena, sin miedo. Sin espantos.

Ya no había monstruo en casa. Ya no había fantasmas debajo de la cama.

Un poco tarde en realidad, casi a sus 13 años y ella sintió que habían sido los 13 años más largos del mundo.

Pero su corazón comenzó a sanar esas heridas. Se comenzó a llenar de fe, de esperanza.

Dormía tranquila en las noches, soñaba cosas bonitas. No se enfermaba casi nunca y empezó a confiar en sí misma.

Empezó a darse cuenta que si ella quería no tenía que ser tan invisible.

Su vida cambió, cambió para bien porque cuando el monstruo volvió a tocar la puerta para invadir su mundo ella se la cerró en la cara.

Aunque si se colo en su ambiente, si volvió a contaminar a su mamá, no más hacerle pasar miedo, no más hacerla sentir invisible.

Ella lo hacía sentir invisible a él. Ese hombre ya no era nadie. Había decidido quitarle todo poder sobre ella, había decidido que no dejaría de ser feliz por él.

Si él estaba ella fingía que no. Si él gritaba ella se iba.

Sí él hablaba ella lo ignoraba y así pasaron dos años más.

Hasta que finalmente y esta vez pareció que sería para siempre....

Llego algo más tenebroso a la vida de madre e hija y el monstruo escapó y ella cerró la puerta y solo esperaba que fuese para siempre.

Una etapa difícil llegó, una en la que tuvo que luchar contra la tristeza, una época en la que tuvo que mantenerse fuerte, tuvo que resistir pero resistir tranquila y tener fe de que su mamá vencería el cáncer.

Y lo hizo, y ella fue la más feliz del mundo porque por primera vez en 21 años ella sentía que tenía una vida propia. Una vida en paz.

La nena finalmente estaba tocando su alma. Estaba buscando a la pequeña niña en su interior acurrucada en una esquina con los ojos fuertemente cerrados y los oídos sangrando de dolor.

La busco, la acaricio y beso sus cabellos.

-No tengas miedo. Fue un camino difícil y triste y doloroso. Pero ya pasó, la tormenta se fue y la vida continúa. Es hora de que levantes la cabeza, dejes atrás todo temor y camines al frente porque si llegaste hasta aquí, es porque cosas buenas te van a a pasar. Muchas cosas buenas están por venir.

La nena aun siendo una pequeña niña asustada limpio sus lágrimas y se miró en ese espejo futuro. Y sonrío...y agradeció que tanta tristeza hubiese llegado a su fin.

Porque ella era el fondo y ahora solo quedaba subir a la superficie. Ahora solo quedaba viajar a la luz.

Y ser muy inteligente pues ella se estaba jurando a si misma, a esa nena asustada, a esa adolescente tan valiente que supo salvarse a sí misma, ella se juraba a sí misma que jamás se repetiría esa historia.

*Las relaciones tóxicas, con personas con problemas de alcoholismo o drogadiccion cuando hay niños de por medio son un peligro. Tanto para la persona en la pareja como para el pequeño/a. No permitas que tus hijos crezcan en un ambiente así de hostil y cruel.



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En el texto hay: vida, verdad, personal

Editado: 18.01.2024

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