Liora Deveraux siempre pensó que la fama era una curva ascendente… hasta que descubrió que también podía desplomarse sin aviso. A los veintiún años había escrito un libro que, por accidente o destino, se volvió un fenómeno mundial. Tres años después, seguía siendo “la autora de aquel éxito”, no de ninguno nuevo.
Y el fracaso empezaba a doler más que cualquier crítica.
La sala de juntas de Alfieri Publishing olía a café caro y tensión. Frente a ella, seis ejecutivos con rostros serios hojeaban el manuscrito que Liora había entregado después de un mes de encierro. Ella se retorcía los dedos, nerviosa, mientras su editor hacía una mueca que presagiaba catástrofe.
—Esto es… —dijo uno, deteniéndose en una página y frunciendo el ceño— absurdo.
—¿El perro de la villana se le hace pipí encima a la protagonista frente a toda la ciudad? —preguntó otra mujer, tapándose la frente.
—¿Y este diálogo? —leyó uno de los hombres— “Killian, mi corazón palpita como pollo en fuga".
Liora cerró los ojos. Quería evaporarse.
Y entonces, él habló.
Adrien Hale, CEO de Alfieri, se levantó de su asiento con el manuscrito en la mano. Alto, elegante, con ese tipo de presencia que hacía que el aire en la sala se acomodara a su manera.
—Deveraux —dijo con voz helada—, ¿esto es una broma?
Ella tragó saliva.
—Yo… intenté que fuera más emocional.
—Es un desastre. Tu protagonista vive desgracia tras desgracia sin ninguna evolución emocional. El romance es nulo. Él —alzó el manuscrito— tiene cero química con ella. Es como leer a dos muebles intentando enamorarse.
Las risas contenidas de los otros asistentes la hirieron más que cualquier palabra.
Adrien lanzó los papeles sobre la mesa. —Tienes un contrato millonario. Necesito un libro que venda, no un circo.
Se inclinó hacia ella.
—Vive lo que escribiste. Entra en la piel de tu protagonista. Si no puedes ni comprenderla, ¿cómo pretendes escribirla?
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, pesadas, afiladas.
Liora no respondió. No podía. Solo recogió los papeles con manos temblorosas y escapó antes de que las lágrimas le ganaran la batalla.
*****
Afuera, la nieve caía en silencio, cubriendo la ciudad como una manta fría. Liora caminó sin dirección, con el manuscrito abrazado al pecho. Cada frase que había escrito parecía burlarse de ella.
—Vive la historia… —murmuró con amargura—. Sí, claro. Como si pudiera vivir que un perro me mee encima. O que un tipo perfecto me ignore toda la novela…
Furiosa, abrió el manuscrito para romperlo. El viento empujó varias hojas hacia la calle.
Ella corrió tras ellas.
Y no vio el auto que patinó en la curva.
Un chirrido.
Un golpe.
Un grito que no sabía si era suyo o de otra persona.
Las hojas del manuscrito quedaron esparcidas sobre la nieve, y en una de ellas, antes de que todo se oscureciera, alcanzó a leer:
“Capítulo 1: La mansión Mercerheart.
Personajes: Borgia Valeness — Killian Mercerheart.”
Despertó con un sobresalto.
Techo alto.
Cortinas beige.
Una lámpara minimalista.
Y olor a madera pulida.
No estaba en un hospital.
Ni en su departamento.
Ni en la calle.
Estaba en una habitación enorme y moderna, con ventanales que daban a un jardín impecable.
—Señora Mercerheart —dijo una voz femenina—, llamé al doctor. El señor Mercerheart pidió que se revisara su estado apenas despertara.
Liora se incorporó como un resorte.
La mujer frente a ella… era idéntica a la secretaría de Adrien en la vida real.
—¿Qué… qué dijo? —balbuceó.
—Que el señor Mercerheart llegará en unos minutos. Quiere hablar con usted, señora Borgia.
Su corazón se detuvo.
Borgia.
Su protagonista.
El nombre horrendo que ella había escrito sin pensar.
—No… no puede ser —susurró Liora, llevándose una mano a la boca—. No.
La puerta se abrió.
Y entonces lo vio.
Killian Mercerheart.
Frío. Imponente. Bello de una forma casi inhumana.
Con la misma presencia dominante de Adrien Hale… porque lo había creado inspirado en él.
Él la observó sin emoción, como si verla respirar fuera una molestia más en su agenda.
—Borgia —dijo con voz cortante—. Tenemos asuntos pendientes.
Liora sintió que el mundo giraba.