¿soy Borgia?

CAPÍTULO 3 — LA CENA QUE NO PUEDE EVITAR

Liora tardó varios segundos en recuperar la respiración después de que Killian salió de la habitación. Él no cerró la puerta de un portazo —como habría hecho Adrien en la junta—, pero tampoco la dejó abierta. La empujó con la misma indiferencia elegante con la que hacía todo.

Y entonces se fue.

O eso creyó ella.

Porque Killian no había dado más que unos pasos antes de detenerse en el pasillo, con la mano apoyada en el marco de la puerta, como si recordara a la fuerza que debía añadir algo más.

—Borgia —llamó, sin girarse.

Liora pegó un respingo.

El nombre la golpeaba como una bofetada cada vez.

—Sí… —murmuró, ajustándose las sábanas.

Killian giró apenas el rostro. No lo suficiente para verla del todo. Sí lo suficiente para que ella captara el filo helado de sus ojos grises.

—La cena es a las ocho. —Su tono era seco, merciless, casi mecánico.— No llegues tarde. Ya cometiste bastante vergüenza ayer.

Él la estaba juzgando por un “ayer” que ella no había vivido… pero Borgia sí.

Y ese era el problema.

—¿Y… dónde…? —Liora tragó saliva— ¿dónde es la cena?

Killian presionó la mandíbula, impaciente.

—En casa de los Northwell. Invitados importantes. Socios. Y, como sabes, necesitan ver un matrimonio… funcional.

Funcional.

La palabra cayó como una losa.

—Ah —susurró ella, sin saber si debía agradecer la información o esconderse bajo la cama.

Killian la miró un segundo más —solo uno— y luego terminó de alejarse por el pasillo. Sus pasos resonaron con la misma autoridad con la que Adrien Hale cruzaba los pasillos de la editorial. Rítmicos. Seguros. Dominantes.

Imposibles de ignorar.

Cuando el silencio volvió, Liora exhaló por primera vez desde que él había entrado.

La cena.

El evento.

La fachada.

En su novela, ese capítulo era un caos:

Borgia derramaba vino, tropezaba, decía algo inadecuado, y los invitados cuchicheaban.

Killian, avergonzado, la ignoraba toda la noche.

Liora se llevó la mano a la frente.

—¿Cómo se supone que sobrevivo eso sin quedar como idiota? —susurró para sí misma.

Miró la habitación.

Amplia. Moderna. Elegante.

Una mezcla cálida de madera, mármol y luz suave.

No había nada de época. Era su narración.

Su estilo.

Sus decisiones.

Cada detalle la estaba aplastando.

Se puso de pie con cuidado. El suelo estaba frío bajo sus pies descalzos. Caminó hacia el espejo y por primera vez vio a “Borgia Valeness” reflejada:

Pelo rojo largo.

Ojos grandes, expresivos.

Piel rosada por el susto.

La cara de una mujer atrapada por la pluma irresponsable de su autora.

—Soy… yo —murmuró—. Pero no soy yo.

Respiró hondo.

Tenía que prepararse.

Tenía que actuar como alguien que no era.

Tenía que fingir un matrimonio que jamás funcionó ni en papel.

Entonces, un sonido la sobresaltó:

Un golpe suave contra la puerta.

—¿Borgia? —La voz femenina sonaba conocida.

Idéntica a la secretaria de Adrien, pero con otro nombre aquí.

Liora abrió.

Era Melina, la asistente de Killian en esta realidad. Perfectamente arreglada, profesional y con una sonrisa que no llegaba a los ojos.

—Su auto estará listo en dos horas —informó—. Killian pidió que se prepare. No quiere… incidentes.

Incidentes.

“Lo que escribió.”

—Gracias —murmuró Liora, tragándose el orgullo, la vergüenza y el miedo.

Melina inclinó la cabeza y se marchó.

Liora cerró la puerta con cuidado, apoyando la frente en la madera.

Tenía dos horas para dejar de ser Liora… y convertirse en una versión funcional de Borgia.

Para no humillar a Killian.

Para no humillarse a sí misma.

Para sobrevivir a la cena.

Y para enfrentar la química inexistente con el hombre que tenía el rostro —y la frialdad— de Adrien Hale.

El hombre que ella creó sin querer.

El hombre que ahora podía destruirla dentro y fuera de la historia.




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