¿soy Borgia?

CAPÍTULO 4 — LAS VÍBORAS Y LA PELINEGRA

Liora apenas tuvo tiempo de arreglarse. La estilista —a la que reconocía como un personaje secundario sin diálogo— la maquilló con precisión mecánica, dejándola lista para salir al evento de esa noche.

Un evento que ella había escrito… y que recordaba con horror.

“La noche en que Borgia hace el ridículo… otra vez.”
Así lo decía en su manuscrito.

Liora se miró al espejo.
Pelo rojo largo y brillante.
Piel perfecta.
Ropa cara.
Todo en ella gritaba belleza.

Pero también vulnerabilidad.

Su estómago se retorció al recordar la escena: Daphne, la pelinegra imposible de matar, la empujaba al borde del llanto con un par de frases venenosas. La madre de Killian remataba. La hermana sonreía. Y Borgia… no se defendía.

No porque fuera débil.
Sino porque Liora la había escrito así.

“Patética.”
Esa palabra aparecía demasiadas veces en el borrador.

Liora apretó los labios.
No esta vez.

Cuando bajó las escaleras, Killian ya la esperaba.

Aún más imponente.
Más guapo.
Más helado.

El traje negro contrastaba con sus ojos grises, esos que la traspasaban como un examen constante. Ni un cumplido. Ni una mirada apreciativa. Solo fastidio educado.

—Llegas tarde —dijo él.

—Estoy lista —respondió ella con una frialdad que no sabía que tenía.

Una ceja se alzó apenas, sorprendido.

No dijo nada más mientras la escoltaba hacia el salón principal del hotel donde se celebraba el evento. Las luces doradas caían sobre las escalinatas, y Liora sintió un escalofrío.

Sabía exactamente lo que venía.

Y allí estaban.

Daphne.

Alta, pelinegra, labios rojos perfectos, vestido ajustado. Avanzó hacia ellos con esa sonrisa que en la novela Liora había descrito como “afilada como el borde de un secreto”.

—Killian… —susurró Daphne, deslizándose como si flotara, ignorando por completo a Liora— te ves increíble esta noche.

Killian apenas inclinó la cabeza.

No se alejaba de Daphne.
No la corregía.
No defendía a su esposa.

Porque así lo escribió Liora.
Frío. Inerte. Indiferente.

—Borgia —dijo Daphne finalmente, dedicándole una mirada rápida y despectiva—. Para ser tú, no te ves tan… mal.

La palabra “mal” cayó como veneno.

En la historia, Borgia bajaba la cabeza.
Tragaba.
Se encogía.

Pero Liora no.

Ella levantó la barbilla.

—Gracias, Daphne. Y tú te ves exactamente como te describí. —Sonrió con dulzura venenosa—. Intenso peinado, mucha sombra oscura… ¿no es agotador mantener una imagen así?

Daphne parpadeó.

Killian giró lentamente la cabeza hacia Liora, confundido.

Liora sintió algo dentro de ella encenderse.

Luego apareció Aurelia Mercerheart, la madre de Killian, arrastrando un abrigo de piel que gritaba superioridad. A su lado venía Leonie, la hermana menor: flaca, de ojos fríos, sonrisa cruel.

—Borgia —dijo Aurelia con voz empalagosa—, ¿no te parece que este vestido es un poco… demasiado para ti?

Leonie rió suave.

Liora respiró hondo.

Antes, Borgia se habría encogido.
Ahora… no.

—Curioso escucharlo de alguien que usa piel en un evento decorado con luces de verano —respondió—. Me pregunto si no es demasiado… caliente para ti.

Un silencio asesino se extendió.

Daphne abrió los ojos.
Aurelia entrecerró los suyos.
Leonie dejó de sonreír.

Y Killian…
Killian la miró con algo que jamás había mostrado:

Interés.
O tal vez desconcierto.

—Borgia —murmuró él, con voz baja—, ¿estás… bien?

Liora sonrió, muy tranquila.

—Perfectamente. A veces solo es cuestión de recordar quién es uno.

Y al decirlo, sintió un escalofrío:

Por primera vez, Borgia Valeness
ya no era solo un personaje humillado.

Era ella.

Y ella
no pensaba dejarse pisotear por nadie más.

Ni por Daphne.
Ni por Aurelia.
Ni por Leonie.
Ni por el mismísimo Killian Mercerheart.

La historia… iba a cambiar.




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