¿soy Borgia?

CAPÍTULO 7 — EL ECO DE UNA CRUELDAD MAL ESCRITA

Liora sintió la mirada de Killian perforándole la sien.
No tenía que verlo para saber cómo la estaba observando: con esa mezcla de incredulidad y desaprobación que había escrito con orgullo estúpido meses atrás.

“Killian preferirá siempre a Daphne. Siempre la elegirá. Siempre humillará a Borgia con su indiferencia.”

La frase estaba en el manuscrito.
Tal cual.
Y ahora cada palabra la azotaba por dentro.

Respiró hondo.
Había sido una autora cruel.
Imaginó escenas desgarradoras “para el drama”… sin pensar que ahora debía vivirlas.

Killian finalmente habló.

—Intentas llamar su atención —dijo con voz baja, fría, como una sentencia.

Liora se obligó a mirarlo.
Bonito error.

Los ojos grises la atraparon como una tormenta sin viento.

—¿La atención de quién? —preguntó ella, con una inocencia perfectamente fingida.

Killian ladeó el rostro.

—De ese tipo. Damian. —Sus labios se curvaron apenas, en una especie de sonrisa sarcástica—. Siempre te han gustado las risas fáciles, ¿no?

El golpe emocional fue tan fuerte que casi perdió el equilibrio.

Porque eso también lo había escrito.
Que Killian pensaba que Borgia era superficial.
Que solo buscaba coqueteos sin sentido.
Que no valía la pena defenderla.

—No sabía que te importaba —susurró Liora.

Killian soltó una risa seca, sin calor, sin diversión.

—No me importa. —Sus ojos la atravesaron—. Solo digo que no quiero otro escándalo como el de anoche.

Ah. El famoso “anoche”. La escena en la novela donde Daphne la hacía tropezar y Borgia terminaba en el centro del salón, llorando.
Ridiculizada por todos.

Liora se sintió enferma.

En la novela, Killian veía eso…
y dejaba que ocurriera.
No la ayudaba.
No la defendía.
Ni siquiera se acercaba.

Ahora que lo vivía desde la piel de Borgia, entendió realmente la humillación.

Y el remordimiento le quemó la garganta.

Ella había hecho sufrir a una inocente que no existía.
Pero ahora sí existía.
Ahora era ella.

Y ya no estaba dispuesta a repetir la historia.

—No habrá escándalo —dijo Liora, levantando el mentón.

Killian iba a responder, pero algo interrumpió la tensión.

Daphne.

Llegó con la elegancia calculada que había descrito palabra por palabra:
caderas ondulantes, sonrisa letal, mirada que se afila con el olor de la inseguridad.

—Killian —dijo ella en voz aterciopelada—, los socios quieren saludarte.

Killian asintió.

—Iré en un minuto.

Daphne giró hacia Liora.
Su sonrisa era un arma.

—Qué bonito eso que dijiste hace un rato… lo del maquillaje y el peinado. —Simuló un suspiro—. No sabía que te sentías tan insegura a mi lado.

Liora parpadeó.

¿En serio? ¿Celitos?
¿En esta escena?
Ella NO había escrito eso.

—¿Insegura? —repitió Liora, sorprendentemente tranquila—. Daphne, cariño… si yo fuera insegura, no estaría aquí luchando por lo mío. Tú deberías entenderlo, ¿no?

Daphne abrió la boca para responder, pero Killian intervino.

—Daphne —dijo él con tono neutro—, ve adelantando. Iré enseguida.

Daphne asintió, pero antes de irse, clavó una última mirada venenosa en Liora.

Cuando se alejó, Killian soltó aire como si hubiera estado conteniendo algo.

—No vuelvas a provocarla —dijo él, sin mirarla.

Liora alzó una ceja.

—¿Te preocupa que me haga daño?

Killian la miró por fin, con un brillo que no esperaba.

—Me preocupa que hagas el ridículo —respondió.

Liora sonrió.

Dolió.
Pero menos que antes.

—Entonces será mejor que empieces a elegir mejor a quién prefieres, ¿no?

Killian parpadeó.
No shock.
No enojo.
Sino… confusión.

Liora sintió un pequeño triunfo aflorar.

Y entonces…

La copa de un camarero tropezó con otra.
El líquido tembló.
El mantel se movió.
Una sutil brisa que no existía trató de hacer que el desastre ocurriera.

La historia intentando repetirse.

Liora dio un paso atrás, esquivando el vino antes de que cayera.

Killian la observó.

—¿Qué demonios…? —murmuró él.

Liora sonrió apenas.

—¿Nunca has tenido la sensación de que el destino quiere verte caer?

Killian frunció el ceño.




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