¿soy Borgia?

Capítulo 10— APRENDER A NO PEDIR

Liora despertó antes del amanecer.

No por un ruido.
No por una pesadilla.
Sino por esa sensación incómoda de haber entendido algo que ya no podía desentender.

El lado de la cama estaba vacío.

Killian no había regresado.

Durante años —en la vida que no era esta— habría esperado su vuelta con ansiedad. Habría contado los minutos, imaginado explicaciones, ensayado disculpas que no sabía por qué debía ofrecer.

Esta vez, no.

Se sentó en la cama y dejó que el silencio se asentara. No era un silencio hostil; era uno nuevo, extraño, casi honesto. Se levantó, caminó descalza hasta la ventana y miró la ciudad desperezarse lentamente.

Así empezaba cada mañana de Borgia, pensó la voz interior que aún conservaba memoria y culpa.
Sola, esperando a un hombre que no miraba atrás.

Sintió el pinchazo del remordimiento. No como un castigo, sino como una lección tardía.

—Lo siento Borgia, cuando escribí tu vida, lo hice con mucha crueldad, sin saber que la vida misma me haria pagar, viviendo en tu piel cada injusticia que escribí para ti.—murmuró, sin saber a quién se lo decía exactamente.

Se duchó, se vistió con sencillez deliberada y bajó a desayunar sin apuro. La casa seguía en calma. El personal la saludó con la cortesía habitual. Nadie notó nada distinto.

Eso también era parte del dolor: el mundo seguía igual aunque ella estuviera cambiando por dentro.

Cuando terminó, no volvió a subir al dormitorio. Tomó su bolso y salió.

No dejó nota.
No preguntó.
No pidió permiso.

*****

Killian llegó entrada la mañana.

Traía el gesto tenso, el traje impecable, la mente aún revuelta por una noche que no había ido como debía. Esperaba encontrarla en el dormitorio. O en el desayuno. O en cualquier lugar donde pudiera retomar el control de la situación.

No la encontró.

—¿La señora Mercerheart? —preguntó, seco.

—Salió hace un rato, señor —respondió el mayordomo—. Dijo que volvería más tarde.

Dijo.

No avisó.
No explicó.
No esperó.

Killian frunció el ceño.

Subió las escaleras y entró al dormitorio. La cama estaba hecha. El baño ordenado. Nada roto. Nada fuera de lugar. Esa normalidad lo irritó más que cualquier escena.

Se quedó de pie, inmóvil.

Antes habría llorado.
Antes habría esperado.
Antes habría preguntado qué había hecho mal.

Ahora no.

No supo por qué, pero ese pensamiento le tensó el pecho.

*****

Liora caminó por la ciudad sin rumbo fijo.

No buscaba distracción. Buscaba algo más difícil: habitar su propio espacio. Entró a una librería pequeña, de esas que no frecuentaba porque Killian consideraba una pérdida de tiempo. Compró un cuaderno sencillo y un bolígrafo.

No para escribir el mundo.
Para ordenarse a sí misma.

Se sentó en un café, pidió té y abrió el cuaderno. No escribió nombres. No escribió planes. Solo una frase, honesta y desnuda:

“Hoy no pedí nada.”

Cerró el cuaderno.

Sonrió, apenas.

*****

Esa noche, cuando volvió, Killian estaba en el salón.

No se levantó al verla.
No preguntó dónde había estado.
La observó, midiendo, como si tratara de reconocer a una mujer que llevaba años creyendo conocer.

—Llegas tarde —dijo al fin.

—Sí —respondió Borgia.

Nada más.

Se quitó el abrigo y avanzó hacia las escaleras.

—¿Eso es todo? —preguntó él, incrédulo—. ¿No vas a explicar?

Borgia se detuvo. Se giró. No había desafío en su rostro. Tampoco sumisión.

—No me lo pediste —dijo.

La frase fue simple.
El impacto, no.

Killian sintió algo desplazarse dentro de él, como una pieza que ya no encajaba donde siempre.

—No funciona así —replicó.

—Tal vez antes —respondió ella—. Yo también estoy aprendiendo cómo funcionan las cosas ahora.

Subió las escaleras sin esperar respuesta.

Killian se quedó solo en el salón, con una certeza incómoda asentándose lentamente:

Borgia ya no estaba luchando por su atención.

Y eso…
eso no estaba en ningún acuerdo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.