El cumpleaños del abuelo de Killian siempre había sido una ceremonia más que una celebración.
No había globos ni risas desordenadas. Había mesas largas, copas finas, conversaciones medidas y una expectativa tácita: cada invitado debía ocupar el lugar que le correspondía sin salirse del molde.
Para Borgia, ese lugar había sido siempre el mismo: presente, silenciosa, ligeramente fuera de foco.
En la novela, ese día no existía para ella.
Estaba escrito así.
Borgia no asistía.
Se quedaba en la mansión, con la pierna dolorida, escuchando las horas pasar. Daphne ocupaba su sitio. La familia asentía. Killian no la mencionaba.
Pero ahora, el auto se detuvo frente a la residencia del abuelo, y Borgia bajó con paso firme, aunque el estómago le ardía de anticipación.
La casa era imponente, antigua, cargada de historia y de miradas. El jardín estaba perfectamente dispuesto, como si la naturaleza misma hubiera sido entrenada para no desordenarse. Música suave flotaba en el aire.
Killian caminaba a su lado. No la tocaba. No la guiaba. Solo avanzaba con esa seguridad automática que siempre parecía empujarla un paso detrás.
Borgia notó las primeras miradas apenas cruzaron la entrada.
Sorpresa.
Curiosidad.
Y algo más cercano al desconcierto.
—Pensé que no vendría —susurró alguien.
—¿No estaba lastimada?
—Qué raro…
Borgia mantuvo la cabeza alta. No sonrió de más. No se encogió.
En el libro, aquí empezaba el murmullo, pensó Liora.
Aquí se sentía fuera de lugar.
El abuelo de Killian estaba sentado en una silla central, rodeado de familiares y conocidos. Al verlos acercarse, alzó la mirada. Sus ojos claros se detuvieron primero en Killian… y luego en ella.
—Borgia —dijo, con un tono que no era hostil, pero sí distante—. No esperaba verte hoy.
Killian abrió la boca para responder.
—Estoy bien —dijo ella antes, sin alzar la voz—. No quise perderme el día.
El abuelo la observó un segundo más de lo habitual. Luego asintió.
—Me alegra.
Era una frase sencilla. En la novela, no existía. Allí, nadie decía eso.
Killian la miró de reojo, apenas.
La escena avanzó. Conversaciones formales. Brindis. Comentarios educados. Borgia se movía entre grupos con una atención casi quirúrgica: escuchando, respondiendo lo justo, sin dar pie a lástima ni a sospecha.
Y entonces apareció Daphne.
Vestida de manera impecable, con esa elegancia calculada que nunca parecía esforzada. Se acercó con una sonrisa amplia, demasiado perfecta para ser casual.
—Borgia —dijo—. Qué sorpresa verte aquí.
—Lo sé —respondió ella—. Yo también me sorprendí de estar.
Daphne ladeó la cabeza, como si intentara descifrar si eso era una broma.
—Pensé que necesitarías descansar —continuó—. Después de lo de ayer.
Ahí está, pensó Liora.
El intento de recolocar la escena.
—Fue solo un tropiezo —dijo Borgia—. Nada que justificara perderme esto.
Daphne sonrió, pero la sonrisa no llegó a los ojos.
—Qué fortaleza —comentó—. Killian siempre dice que eres… resistente.
Killian tensó apenas la mandíbula.
En la novela, este seria el momento exacto en que Borgia se sentía pequeña. Agradecía el “cumplido” con torpeza. Se retiraba del grupo.
Esta vez, no.
—No es fortaleza —respondió—. Es elección.
El silencio fue breve, pero palpable.
Daphne bebió un sorbo de su copa, disimulando la incomodidad.
—Claro —dijo—. Elecciones.
Se alejó poco después, dejando una estela de perfume y tensión.
Killian se inclinó hacia Borgia.
—No provoques —murmuró.
—No lo hice.
—Sabes que ella ...—
—Sé exactamente quién es —interrumpió ella, sin dureza—. Y no voy a desaparecer para que se sienta cómoda.
Killian la observó unos segundos, como si quisiera decir algo más… pero no lo hizo.
La celebración continuó. El abuelo recibió regalos. Hubo aplausos. Fotografías. Borgia se mantuvo en su lugar, presente en cada momento que, en la novela, le había sido negado.
Pero la historia no se rendía tan fácil.
Cuando llegó el momento del brindis principal, alguien pidió unas palabras a Killian. Él se levantó con naturalidad, copa en mano, y habló de tradición, de familia, de continuidad.
Borgia escuchaba con atención. En el libro, esa era la parte donde Killian agradecía el apoyo de “quienes siempre habían estado allí”. Daphne a su lado. Ella ausente.