Soy del año 2050 y viajé a ver a Cristo

Capítulo 4: El misterio del tiempo

El silencio entre los olivos era abrumador. El eco de las palabras de Jesús aún resonaba en mi mente. Me senté sobre una roca y traté de organizar mis pensamientos. Si él sabía que yo venía del futuro, ¿qué más sabía sobre mí? ¿Cuál era el propósito de mi viaje?

Un susurro en la brisa me hizo voltear. No había nadie. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Por un instante, me pregunté si había imaginado todo. Pero el peso de la experiencia era demasiado real. Debía encontrar respuestas.

Me levanté y caminé de regreso al pueblo. La ciudad estaba iluminada por antorchas, y las sombras de los edificios de piedra creaban figuras espectrales en las calles angostas. Escuché voces en la distancia y me dirigí hacia ellas con cautela.

Un grupo de hombres discutía en una esquina. Entre ellos reconocí a Pedro, el discípulo de Jesús. Estaba gesticulando con vehemencia mientras los otros asentían con preocupación. Me acerqué lo suficiente para escuchar sin ser visto.

“Los romanos están inquietos”, decía Pedro. “Dicen que Jesús ha causado demasiado alboroto. No tardarán en actuar”. Mi corazón se aceleró. Sabía lo que esto significaba. La historia decía que Jesús sería traicionado y arrestado. ¿Podría yo evitarlo?

Me alejé de la escena con la mente en llamas. Si interfería, ¿cambiaría el curso de la historia? Y si no hacía nada, ¿sería responsable de lo que estaba por ocurrir? No podía quedarme de brazos cruzados.

Seguí caminando hasta llegar a una pequeña casa de adobe. Había visto a Jesús entrar allí antes. Golpeé suavemente la puerta y esperé. Pasaron unos segundos antes de que la madera rechinara y una mujer me mirara con recelo.

“Busco a Jesús”, dije sin rodeos. Ella me observó con detenimiento antes de abrir la puerta lo suficiente para dejarme pasar. Dentro, un grupo de personas se sentaba en círculo alrededor de lámparas de aceite. Jesús estaba en el centro, hablando con voz serena.

Todos se volvieron hacia mí cuando entré. Jesús sonrió levemente. “Sabía que vendrías”, dijo. Mi respiración se entrecortó. No dejaba de sorprenderme. Me acerqué lentamente y me arrodillé frente a él. “Necesito respuestas”, susurré.

Jesús asintió y tomó mi mano. “Todo a su tiempo, Daniel. No es la respuesta lo que buscas, sino la verdad en tu corazón”. Sus palabras me dejaron paralizado. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso ya conocía la verdad, pero me negaba a verla?

Antes de poder preguntar más, la puerta se abrió bruscamente. Uno de los discípulos entró con el rostro pálido. “Los soldados vienen”, anunció con voz temblorosa. Un murmullo de miedo recorrió la sala. Jesús se puso de pie con calma. “Es hora”.

Me quedé sin aliento. Esto era el inicio del fin. Mi viaje me había llevado hasta este momento crucial. ¿Pero qué debía hacer? ¿Salvarlo? ¿Observar? ¿O acaso estaba allí para otra razón que aún no entendía?

(Continuará…)




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