Soy del año 2050 y viajé a ver a Cristo

Capítulo 7: El camino al Gólgota

El sonido de los látigos desgarrando la piel de Jesús me hizo estremecer. Cada golpe resonaba en mi pecho como un eco de sufrimiento. Su rostro estaba cubierto de sangre, su cuerpo debilitado por la brutal paliza. Aun así, su mirada seguía llena de paz, como si supiera que todo tenía un propósito mayor.

Los soldados romanos le colocaron una corona de espinas en la cabeza, burlándose de él. “¡Salve, Rey de los Judíos!”, gritaban con cruel ironía. La multitud reía y aplaudía, mientras yo contenía las lágrimas. No podía intervenir, pero cada fibra de mi ser deseaba hacerlo.

Finalmente, le entregaron la pesada cruz. Jesús apenas podía sostenerla. Sus pasos eran lentos, sus piernas temblaban con cada movimiento. El camino hacia el Gólgota era empinado y pedregoso. Yo caminé junto a la multitud, observando en silencio, sintiéndome impotente.

Un hombre llamado Simón de Cirene fue obligado a ayudar a Jesús a cargar la cruz. Vi en sus ojos la duda y el miedo, pero también una extraña compasión. Se colocó al lado de Jesús y, juntos, continuaron la marcha. Mi corazón latía con fuerza. ¿Acaso este era el momento en el que debía actuar?

A nuestro paso, algunas mujeres lloraban por Jesús. Él se detuvo un instante y, con voz suave pero firme, les dijo: “No lloren por mí, sino por ustedes y por sus hijos”. Su mensaje me hizo reflexionar. A pesar del dolor, su misión seguía siendo salvar almas.

Llegamos al Gólgota. Los soldados arrojaron a Jesús al suelo y lo prepararon para la crucifixión. Le quitaron su túnica, exponiendo su cuerpo lacerado. Extendieron sus brazos sobre la cruz y, sin vacilar, clavaron los enormes clavos en sus muñecas. El sonido del martillo perforando la carne me atravesó el alma.

Grité en silencio, sintiendo un dolor que no era físico, sino espiritual. La cruz fue levantada y Jesús quedó suspendido entre el cielo y la tierra. A su lado, dos ladrones también fueron crucificados. Uno de ellos, con burla, le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, sálvate y sálvanos”.

El otro ladrón lo reprendió. “Nosotros merecemos este castigo, pero él no ha hecho nada malo”. Luego miró a Jesús y le suplicó: “Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. Jesús le respondió con serenidad: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

El cielo comenzó a oscurecerse. El aire se tornó pesado. Sabía lo que vendría a continuación. La historia avanzaba sin que pudiera detenerla. Pero en mi corazón, algo empezaba a cambiar. Tal vez mi viaje no era para cambiar el pasado, sino para entender su verdadero significado.

(Continuará…)




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