Soy del año 2050 y viajé a ver a Cristo

Capítulo 10: El regreso y la revelación

Abrí los ojos y sentí la brisa fresca golpeando mi rostro. Ya no estaba en Jerusalén. Me encontraba en el laboratorio del año 2050, exactamente en el mismo lugar donde comenzó todo. Mi cuerpo temblaba, mi mente tardó en asimilar lo que había vivido. Los científicos que monitoreaban el experimento me miraban con asombro. “¡Ha vuelto!”, exclamó uno de ellos. No sabían lo que yo había presenciado, ni la magnitud de mi viaje.

Me quitaron los sensores y me ayudaron a sentarme. Mi respiración era agitada. Uno de los doctores me preguntó qué había visto. Intenté hablar, pero las palabras se quedaban atrapadas en mi garganta. ¿Cómo explicar algo tan extraordinario? ¿Cómo contarles que había visto a Jesús resucitado? Tomé un vaso de agua y bebí lentamente. Miré a mi alrededor y supe que mi verdadera misión apenas comenzaba.

Pasaron los días y no podía contenerme más. Reuní a los científicos y relaté cada detalle de mi experiencia. Al principio, hubo escepticismo, pero mi convicción era tan firme que algunos comenzaron a escuchar con atención. “¿Y qué dijo Jesús sobre ti?”, preguntó uno de ellos. Recordé sus palabras con claridad: “La verdad siempre encuentra su camino”. En ese momento, comprendí que mi propósito era compartir lo que había visto.

Decidí escribir mi testimonio. Durante semanas, encerrado en mi habitación, documenté cada instante, cada emoción, cada visión. Las noches se hicieron largas y las madrugadas silenciosas fueron mis compañeras. Sentía que mi historia no me pertenecía solo a mí, sino a la humanidad entera. Lo que había presenciado debía llegar a todas las generaciones, sin importar la época.

Cuando terminé el manuscrito, lo envié a diferentes medios de comunicación y académicos. La reacción fue mixta. Algunos lo llamaron un delirio de un hombre perturbado por la ciencia, otros encontraron en mis palabras un eco de fe y esperanza. Pero lo importante no era la opinión de los demás, sino la verdad que ardía en mi interior. Lo que vi fue real. Lo que viví cambió mi existencia para siempre.

Meses después, una extraña sensación se apoderó de mí. Un día, mientras miraba el atardecer, sentí la misma luz envolviéndome, la misma presencia que sentí en Jerusalén. Cerré los ojos y escuché una voz en mi interior: “Has cumplido tu misión. Ahora deja que la semilla germine”. En ese momento, supe que mi vida ya no sería la misma. Yo era un testigo de lo imposible.

A partir de entonces, mi historia se convirtió en un legado. Se publicaron artículos, se hicieron documentales, la gente debatía si mi testimonio era cierto o no. Pero lo único que importaba era que la verdad había sido contada. Y en lo más profundo de mi ser, sabía que mi viaje no había sido en vano.

Palabras del autor:

Cuando comencé a escribir esta historia, nunca imaginé el impacto que tendría en mí mismo. A través de cada palabra, sentí la responsabilidad de transmitir algo más grande que una simple narración. Este libro es un testimonio de fe, de esperanza, de la idea de que hay misterios en la vida que solo pueden ser comprendidos con el corazón.

A quienes lean estas páginas, les dejo una pregunta: si pudieran viajar en el tiempo y presenciar los momentos más importantes de la historia, ¿qué harían con ese conocimiento? Espero que este relato inspire, provoque reflexión y, sobre todo, deje una semilla en cada uno de ustedes.

Con gratitud,

Jean Rivera




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