—¡Quiero bailar!
Sus ojos brillaban con un fuego hipnótico.
Algo no estaba bien.
Tan callada y delicada, tan temerosa de todo, ahora era segura de sí misma.
Román se hundió una vez más en el verde de sus ojos.
Pandora se levantó y caminó hacia el centro del salón.
Román tomó su copa.
—¿Esto no es piña colada?
La olió, probó un poco y escupió el líquido empalagoso con un toque amargo.
Era veneno.
Un veneno raro y costoso incluso en este mundo.
En pequeñas dosis, era una droga.
En esa cantidad, era un veneno sin antídoto.
Algo se tensó en su pecho.
Con un gesto y su voluntad, llamó a Merlín.
El mago apareció de inmediato.
Román le entregó la copa.
Merlín probó el líquido y también lo escupió.
—¿Quién es la víctima?
Ambos miraron a Pandora.
—Primero, cambiemos la decoración.
Ella sopló las velas.
La oscuridad absoluta reinó en la sala.
Pero en la penumbra, su piel comenzó a brillar.
Se detuvo en el centro del salón y, con un movimiento ligero de manos, dibujó la aurora boreal en el techo.
—¡Este hechizo lo estuve planeando durante meses y ni siquiera lo terminé! —exclamó Merlín, volviéndose hacia Román.
—¡Tienes que salvarla! ¿Hay alguna posibilidad de hacer algo? —la voz del conde, usualmente tranquila, ahora vibraba con una fuerza oculta y una ira apenas contenida—. Alguien quiere su muerte.
Una vena palpitó en su sien.
—Podría intentarlo… hmm… pero no estoy seguro de que funcione. Espero que haya bebido solo un poco —murmuró Merlín, pensativo.
Mientras tanto, Pandora continuaba tocando los instrumentos.
Una melodía fascinante llenó el salón.
—No hay tiempo. Te transmitiré el conocimiento directamente a tu mente. Será más rápido.
Un torrente de pensamientos y energía entró en el campo de Román.
Primero, tenía que absorber toda su energía, sus últimas fuerzas, pero no simplemente tomarla, sino ocultarla dentro de él, sin alterarla, para poder devolvérsela después.
Y luego, debía beber su sangre envenenada.
Eso era más complicado, pero tenía que lograrlo.
—¡Increíble! Ella está tomando energía directamente del cosmos… ¡Es tanta fuerza! ¿De dónde la sacaste? —Merlín susurró, más para sí mismo que para Román.
Pandora levantó los brazos, y tras la aurora boreal, aparecieron estrellas.
Bailando, flotaba sobre la sala.
—¡Y esto en un castillo donde incluso para mí es difícil hacer magia! —exclamó Merlín—. ¡Su piel brilla! No es una bruja ni una hechicera. ¿Entiendes quién es ella?
Román, cautivado por la danza, respondió:
—Mi esposa.
La energía fluía a raudales a través de sus dedos. Era hipnotizante.
La corriente de pensamientos de Merlín entró en el campo de Román.
—Si esto continúa, se agotará pronto. Su cuerpo no puede soportar tal flujo de poder. Crearé un escudo de aislamiento cuando le bebas la sangre.
—Ella es una diosa. Eso significa que su reserva de energía es casi infinita. Pero su cuerpo es humano. Así que debes absorber su fuerza cerrando el acceso al cosmos. De lo contrario, esa energía la destrozará.
—Espero que comprendas lo que estás a punto de hacer.
Román asintió.
Pandora descendió lentamente hasta el suelo de piedra, cayó de rodillas y tocó la superficie con las manos.
De la piedra comenzaron a brotar flores talladas en roca.
—Su cuerpo está al límite —llegó la advertencia de Merlín.
La música se transformó en un caos y se detuvo.
Pandora se levantó de rodillas.
Fuerte, hermosa y tan frágil.
Román se puso de pie y caminó hacia ella.
El eco de sus pasos resonó en la sala.
Debía solo absorber su energía, pero…
Era tan hermosa.
La besó.
Dulce, gentil, con dominio absoluto.
La bebía, la absorbía, saboreando cada gota.
Lentamente, su piel dejó de brillar, la aurora boreal se desvaneció, y las estrellas cayeron en las flores de piedra como gotas de rocío.
En cada gota, miles de diamantes reflejaban su ternura.
Ella, agotada, se desplomó en sus brazos.
Se apartó de sus labios y se inclinó hacia su oído.
—Perdóname, dolerá un poco —susurró con una voz ronca y grave.
Merlín envolvió a ambos en un escudo de aislamiento.
Sin despegar sus labios de su suave y aterciopelada piel, Román descendió hasta su cuello.
Con los labios, buscó la vena palpitante y hundió los colmillos en su delicada carne.
Su sangre, mezclada con veneno, fluyó en él, llenándolo de poder.
Jamás había sido tan fuerte.
Bebió hasta la última gota del veneno.
Luego lamió la herida, y las dos pequeñas marcas comenzaron a cerrarse.
La levantó en brazos.
El escudo de aislamiento se disipó.
En algún lugar, Merlín comenzó a encender las velas flotantes.
Dentro del círculo de flores de piedra, Pandora yacía en los brazos del conde.
Su palidez, el rubor ardiente en sus mejillas, su respiración apenas perceptible…
Román la estrechó contra sí.
Jamás se había sentido tan débil.
El público estalló en aplausos.
Sosteniendo a Pandora en sus brazos, salió del salón.
Seguramente todos pensarían que se dirigían a la alcoba, pero a él no le importaba.
Detrás, la celebración continuaba.
—¡A la laboratorio! ¡Rápido! —llegó la orden de Merlín.
Merlín ya estaba en su lugar cuando Román entró en el laboratorio. Colocando a Pandora en la camilla, el mago y científico le entregó un recipiente a Román.
—¡Escupe la sangre aquí, no necesitamos que te envenenes!
—¡Voy al baño!
—No, necesito su sangre. No querrás que vuelva a sacarle más, ¿verdad?
—¿Para qué? —Román frunció el ceño.
—Has bebido demasiado. Ella necesita una transfusión.
Román tomó el recipiente y se dirigió al baño.
Cuando regresó, Merlín ya había terminado de hacerle un lavado gástrico a Pandora. Tomó el recipiente con la sangre, determinó su tipo y encontró la correcta en el refrigerador. La conectaron al equipo de soporte vital y comenzaron la transfusión.
Editado: 06.03.2025