Soy la mamá de un niño lobo, ¿y ahora qué sigue?

Capítulo 2:

El niño que me traje del bosque no es un niño normal

Sé que es una locura, pero me terminé llevando al niño a mi apartamento. Él se veía muy mal y ya era de noche, si llamaba a la policía no tendría la certeza de que estuviera bien y eso era lo que más me preocupaba. Decidí cuidarlo hasta que amaneciera, nada podría salir mal, al menos eso creo yo.

Cuando estábamos en el bosque, él no se interpuso a mí y aceptó enseguida que lo tomara y cargara, intenté preguntarle sobre sus padres, cosa que no pudo responder al ser tan pequeño, tal vez ni entendía lo que le estaba diciendo.

—No pensé que te gustaran los niños— comenta Rafa mientras me bajo del auto, tengo al pequeño cargado en mis brazos. Lo llamé a él porque por más que me resultara «intenso», es alguien que conozco —O que fueras capaz de cuidar de uno.

Cuando él me vio con el niño no pudo controlarse las ganas de preguntarme sobre su origen, tuve que mentir diciendo que se trataba del hijo de una de mis primas y que acepté cuidarlo porque ella trabajaba esta noche. También el hombre me preguntó sobre los rasguños y le dije que se había caído, aunque parece que no mentí del todo con esta última declaración.

—¿Qué te puedo decir?— saco dinero de mi bolso para pagarle —Amo cuidar niños— sonrío irónica —¿Cuánto es por el viaje?

—Ah, va por la casa— también sonríe apuntándome con su dedo —Que duerman bien.

—Gracias— él no es un mal tipo después de todo.

—Y por cierto, ¿estás libre ma…?— antes de que dañe el momento, le cierro la puerta a media oración y me marcho a mi apartamento.

Dios mío.

Lo primero que hice fue entrar y dejar al pequeño en el sofá. De unos de los estantes de la cocina saqué un botiquín y me decidí a tratarlo.

No entiendo qué hacía un niño de tan corta edad en el bosque, lo que sí sé es que necesita mi ayuda.

—¡Aah!— gritó adolorido cuando le puse una curita en la rodilla. Me encuentro de cuclillas en un intento de hacerle de enfermera auxiliar.

—Tranquilo, deja que te cure los rasguños— busco otra curita —Quédate quieto.

—¡Aaah!— y vuelve a gritar con los ojos llorosos, esta vez comienza a sollozar sin que yo lo pueda controlar.

—No, no llores— no soy buena en esto, eso lo tengo claro —¡Si no lloras, te compraré una paleta!

Oh, muy bien, Lúa; sobornando al bebé. Soy una experta en esto.

El niño seguía llorando sin hacerme caso, por lo que, no tuve de otra que respirar profundo y recordar el modo en que Helena lidiaba con Army cuando ella se lastimaba. Será vergonzoso. Gracias al cielo que nada más quedará entre él y yo:

—Ya, bonito, no llores— me dirijo a él con una vocecita chillona y a la vez tonta, la típica que hacen los adultos cuando hablan con pequeños —Ya, papi, no llores, ¿sí? ¿Quién es el más bonito? ¿Eh? Tú lo eres, tú lo eres— le doy un toque en la panza, lo que hace que guarde silencio mirándome con atención.

El niño no habla mucho y por su tamaño veo que mi teoría es cierta, debe poseer un año y unos cuantos meses. Su cabello es negro, bastante; tiene el rostro redondo y ni hablar de sus enormes ojos achocolatados. Es muy adorable.

Él está vestido con una ropa extraña, encima lleva puesto un gran abrigo de pelaje gris, unos pantalones cortos de color blanco (que por cierto, están todo sucio de tierra) y no tiene zapatos. Pobre, andaba todo descalzo en el bosque.

—¿Cómo te llamas?— pregunto sin esperar respuesta, sé que no me la dará —Y lo más importante, ¿en dónde están tus papás?

—Pa-pa— enuncia tomando un almohadón del sofá.

—Sí, «pa-pa», ¿dónde está papá?— me acerco mirándolo fijamente.

—Pa-pa, pa-pa— repite lanzando juguetonamente el almohadón al suelo.

—Oye, no arrojes eso— lo tomo y pongo a su lado —No es un juguete.

Pero claro, es un niño. Para él lo que hice fue como una invitación para jugar; así que, sonriendo, cogió otro almohadón y lo tiró al suelo con una sonrisa.

—Oye— refunfuño poniéndome de pie y buscando el objeto, que por cierto, lanzó más lejos. En lo que hacía eso, el pequeño se bajó del sofá y corrió en dirección a la cocina —¡Hey!— parece que tiene hambre. Solo hay que ver el modo en que intenta abrir la nevera.

—¡Umh!— ve de mí a la puerta y viceversa. Nunca va a conseguir abrirla dándole palmadas a la puerta.

—Ven— vuelvo a ponerme de cuclillas y le hago señas para que me permita cargarlo, él asiente acercándose a mí —A ver, ¿qué se le da a niños pequeños?— abro la nevera buscando una comida apta para él, termino por elegir una manzana.

Matata— señala queriendo tomarla —¡Matata!

—No creo que puedas morder esto— río sentándolo en una de las sillas del desayunador —No te bajes de ahí.

Para poderle dar la manzana, me acerco a la encimera y tomando el cuchillo del gabinete, empiezo a cortarla en pequeños trozos.

Mientras hago esto, miro al niño de reojo con temor de que se caiga de la silla, este le está dando varias palmadas al desayunador y parece que se está divirtiendo.

Viéndolo así me pregunto qué clase de padres tiene como para abandonarlo en un bosque, es obvio que eso pasó porque nada explica que un niño de esa edad estuviera allí a esas horas.

¡¿Y si se lo comían los lobos?!

¡Deben ser unos malditos!

—A ver, abre la boca— le indico con el mismo tonito chillón de antes, me siento a su lado para darle de comer.

Por raro que parezca, el pequeño olfatea la fruta como si de un cachorro se tratase, —Come la manzana, ¡está deliciosa!— le intento hacer ver, él, sin embargo, hizo una mueca de desagrado.

—¡Ah!— chilla mirando a otro lado, estaba por tirarse de la silla, pero pude agarrarlo a tiempo para que no cayera al suelo.

—¡Oye! ¿Por qué no quieres la manzana? ¿Qué a los niños de tu edad no les gusta?— no entiendo, creo que había visto a Army comerla varias veces —¿O acaso no te gusta a ti?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.