Soy la mamá de un niño lobo, ¿y ahora qué sigue?

Capítulo 39: Epidemia lobuna

 Ser adulto no es difícil, lo que es difícil es dejar de actuar como niños.

Helena tenía razón, no puedo pretender que duraré la vida entera en la universidad.

Confieso que mis aspiraciones de pequeña eran bastantes huecas y superficiales: cuando era niña, me imaginaba viajando por el mundo entero y comprando mucha ropa; ya en la adolescencia, introduje la presencia de un extranjero rico en la ecuación.

Ahora que soy una mujer de veintiún años, me pregunto qué diablos estaba pensando. No era como si tuviera la vida resuelta luego de cumplir los dieciocho. Mis aspiraciones no eran tontas, ¿quién no querría tener un closet lleno de ropa? El punto es que la ejecución de ellas, sí lo era.

Sé que llegará un momento en el que mi papá no estará para asistirme, que debo conseguir una vida propia; lo problemático del asunto es que tengo demasiadas dudas al respecto.

—Aay, quisiera quedarme aquí para siempre— susurro observando a Ra e Imri mientras duermen.

En esta situación los envidio; como lobos, ellos no tienen que reflexionar constantemente sobre el futuro porque sus vidas son más sencillas. Lo único que tienen que hacer es despertar, cazar algo para comer y quedarse tirados en un rinconcito del bosque hasta que llegue la hora de dormir.

—Umm— oh, por Dios. ¿Qué Imri está haciendo? Al mismo tiempo que el hombre tiene los ojos cerrados, está moviendo la punta de la nariz para arriba y hacia abajo en cuestión de instantes. Ra no se queda atrás, el niño mueve uno de sus pies con extrema rapidez. ¡Nunca había visto algo parecido!

Dispuesta a contemplarlos mejor, me acerqué al rostro de Imri con una sonrisa de oreja a oreja.

Es obvio que yo no amanecí pegada a él, ya en la madrugada cada quien se fue para su lado; el que no respetó eso fue el pequeño quién, como es usual, se le subió varias veces en la cabeza. Ha de creer que su papá es una montaña a la que se debe escalar.

Me dan ganas de hacerles un video, es que las expresiones que tienen ambos son bastantes graciosas. No me arrepiento de haberme despertado antes.

Ya luego de reírme un par de veces con sus muecas, decidí levantarme para así comenzar mi día. Tengo que ir a la universidad porque por más que quisiera dejar de asistir, simplemente no puedo hacerlo. Debería empezar a buscar una vocación en vez de permanecer estancada como una piedra.

Lo primero que hice al poner un pie en el suelo, fue dirigirme al baño. Allí permanecí por unos increíbles veinticinco minutos, la mayoría de ellos los desperdicié sobando una y otra vez mi piel con la cosa esa de enjabonarse. En verdad las ganas de salir de casa estaban en el suelo, me sentía como un zombi.

Los zombis clásicos, claro. No como los modernos que ni siquiera son muertos vivientes, solo se trata de gente que fue víctima de un experimento secreto del gobierno. Todavía espero el apocalipsis poscovid, es lo único que falta para con toda razón afirmar que comenzó el fin del mundo.

Para hoy, elegí algo simple:

Una camiseta sin mangas de color rosado, un pantalón blanco en forma de campana y en los pies, unos tenis igualmente blancos.

Como el día estaba nublado, mi elección de peinado fue rápida; entre bostezos me hice un moño alto sin tanto diseño. Terminé mi atuendo con un poco de polvos en la cara y listo, la rutina de Lúa había sido completada.

—Uy, Imri. Para no tener sueño, sí que te rendiste— comento entre dientes. Me acostumbré tanto a modelarle mis atuendos que ahora me siento vacía cuando no lo hago, es como si me faltara algo.

Pero, bueno. He notado que el hombre tiene problemas para dormir. Es regular que se queje de no poder hacerlo, así que mejor ni molestarlo.

Ya más adelante tendré la oportunidad de modelar otro tipo de ropa...

Cambiando de tema, desde que entré a la sala levanté las cejas con sorpresa al ver que el lugar brillaba casi a la misma intensidad que yo.

El piso estaba reluciente, los adornos ordenados y los juguetes de Ra guardados.

A lo lejos escuchaba un canto bastante familiar, así que buscando la fuente de la voz, caminé hacia el patio en donde di con Fei. El hombre se levantó temprano, limpió el interior de la casa y ahora está barriendo. Sí que es eficiente cuando quiere.

—¡Buenos días!— saluda enérgico y con un rastrillo en manos.

—Así que madrugador— comento observando mi alrededor. El cielo está horriblemente gris

—Es lo que menos puedo hacer— levanta su dedo pulgar —Aunque me estoy arrepintiendo, el viento no me permite barrer como quisiera.

—¿Y qué? ¿Ya sabes dónde te quedarás?

Aunque me beneficie con la limpieza, el problema reside en la poca confianza que le tengo. Dios es el único que sabe las consecuencias que podría desencadenar la presencia de Fei por estos lados.

¡Crash!

—Ay, se rompió.

—¡Oye!, ¡ya es el tercer rastrillo que me rompes!— grito enojada —¡Me has roto todo!

—¡No soy yo, es que ellos se rompen solos!— replica alzando el palo quebrado —No entiendo qué tienen tus cosas.

—Eres demasiado brusco, ¡eso es lo que pasa!

—Y bien— tose con la mano en la boca —Mis opciones son limitadas: tengo pensado dormir debajo de un puente o en un callejón de la ciudad— suspira poniendo cara de miseria —Quién sabe si no me terminan robando los tenis.

—Será toda una aventura— aplaudo con una sonrisa.

Admito que me siento mal por él, sin embargo, no me conviene que se quede.

Tampoco es que estuviera en quiebra como para elegir esos lugares para dormir, nada más está realizando un vago intento de causarme pena.

—Eres más cruel de lo que recuerdo— achica los ojos.

De ser cruel, no lo habría aceptado.

—Si por lo menos fueras de esos ex que apoyan a las que eran su pareja, no dudaría en dejar que te quedes— lástima que es un desgraciado.

—¡Soy un buen ex! Me preocupo por ti— palmea mi cabeza —Tú decides si quieres creerme.




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