Imri.
Nunca me había detenido a pensar en la relación que tengo con Onil. Viéndolo desde la perspectiva de alguien que no nos conoce, es como si ni siquiera fuéramos hermanos a pesar de haber compartido el mismo día de nacimiento.
Por lo regular, los lobos que nacen en la misma camada tienen una relación diferente a las demás; no digo que existan preferencias entre nosotros, sino que los lazos son un poco más grandes. Así como un cachorro puede reconocer las voces de sus padres al nacer, nosotros podemos sentir a la persona que nos acompañó desde antes del inicio de nuestra existencia.
Yo nací junto a Onil y Breilin. Antes de que sucediera todo, mi relación con la última no era para nada mala, inclusive, cuando éramos niños, estábamos juntos la mayor parte del tiempo.
Ahora, Onil y yo nunca fuimos tan cercanos, es más, él no lo era ni es con casi nadie.
—¿Qué se cree esa mujercita tuya como para darme órdenes?— se ha estado quejando en todo el camino, a pesar de que, a fin de cuentas, terminó haciéndole caso.
—Se llama Lúa— contesto rodando los ojos.
Hace un par de minutos que salimos de casa y esta fue la primera vez que le respondí, el hombre no ha dejado de refunfuñar entredientes por lo que escucharlo, no podría ser más fastidioso.
—¿Y a mí qué? Se puede llamar Onil y ni así me va a importar— rechista con la frente arrugada.
Prácticamente, le prometí a Lúa que intentaría hablar con él, ¿pero cómo hacerlo? ¿Qué temas puedes tratar con alguien que no quiere saber nada de ti? No comprendo.
Así que, nosotros seguimos caminando por las calles solitarias de la ciudad. Es impresionante cómo a estas horas no hay casi nadie por el alrededor. En la autopista se observan varios vehículos pasar enfrente de nosotros.
—Dime la verdad, ¿qué es lo que quiere?— se detiene mirándome a los ojos. Tengo dos opciones: hablarle con la verdad o evadirlo —No soy idiota, ¿mandarme a comprar hielo? Por favor, para eso estaba Rem.
Pobre de él, Onil lo ha de tratar como su sirviente.
—Si tan interesado estás en saber la verdad, te la diré— suspiro. No tengo razones para engañarlo, no ganaré nada con eso —Lúa quiso que tú y yo fuéramos a comprar hielo para que compartamos un rato juntos.
Umh, era mejor no decirle nada.
La cara que puso Onil no tiene comparación; con sorpresa, abrió los ojos y arrugó el entrecejo. Cada expresión en su rostro me indicaba una sola cosa: horror.
La ingenuidad que Lúa muestra frente a la situación, no le permite ver que es imposible que entre él y yo haya alguna muestra de amistad o tan sola simpatía.
—Debes estar bromeando— es increíble la cantidad de segundos que tuvieron que pasar para que él dijera algo.
—Ella cree que podemos hacer las paces— vuelvo y suspiro —No te voy a pedir perdón, no por enésima vez, lo único que quiero es que no nos llevemos tan mal.
—¿Piensas que lo que me hiciste se va a solucionar con un montón de palabrerías?— se acerca con el ceño fruncido —¡Tú me desfiguraste la cara, te fuiste y luego regresaste pensando que con un «lo siento» se resolvería todo!
—¿Y qué debía hacer?— es cierto que Onil quiere algo, el punto es saber el qué —¡¿Qué querías que hiciera?!
—No me hagas perder el tiempo— dispuesto a evadirme, él da media vuelta de camino a casa.
—¡¿Por qué me odias tanto?!— mi grito lo detuvo —Sí, me duele recordar que te hice daño, y no, no puedo cambiar el pasado, ¡pero si el futuro!
—No seas ridículo.
Y otra vez reanuda su paso.
Esto será difícil.
—¡Oye!— rápidamente, me coloco delante de él —Solo dime por qué actúas así.
Su actitud se remonta desde mucho antes del accidente, Onil siempre fue un niño apartado, nunca estaba en las actividades que hacíamos, ni siquiera recuerdo dónde se encontraba o qué hacía cuando nosotros jugábamos juntos.
Es como si nunca hubiera existido hasta ahora.
—Si no te me quitas del frente, juro que…
—¿Qué harás?— provoco con el mentón tenso, lo que causa que él empiece a rezongar mostrando un poco sus colmillos —¿Esto es lo único que sabes hacer? ¿Evadirme?— me entro las manos en los bolsillos —Lúa está esperando el hielo, no nos vamos a ningún sitio hasta que lo compremos… y de paso, hablemos.
»Hace dos años no me esforcé lo suficiente y ahora lo reconozco. Sí, te pedí disculpas muchas veces, pero no indagué más en el tema como tal vez te hubiese gustado, ahora quiero hacerlo.
«Tú me desfiguraste la cara, te fuiste y luego regresaste pensando que con un “lo siento” se resolvería todo».
¿Mi hermano me odia o solo fue algo que acepté para salir de paso?
Él se queda en silencio. Considerando lo fuerte que es su personalidad, es raro que no me haya gritado o pasado por encima. Nada más está ahí, viéndome como solamente él lo sabe hacer, nunca he conocido a nadie que observe al otro de una manera tan intensa como lo hace Onil. A veces he creído que en ese periodo de mudez, él critica un montón de cosas que no le da tiempo a decir.
No sé si sea consciente del tic que se le mete en el ojo derecho cuando se queda callado, este hace que pestañee rápidamente sin siquiera cerrar el ojo; al mismo tiempo, su respiración (que no se escucha), se siente más pesada. Juntando esas características y su modo de mirar a la gente, tenemos a alguien bien intimidante cuando se lo propone.
—¿Por qué me alejas?— es lo último que digo para no presionarlo más de lo que estoy haciendo.
Esperanzado en que él me siga, yo le dejo el camino libre y continúo mi trayecto a la tienda. Por impresión que vi mejor disimular, Onil dio media vuelta y decidió acompañarme a una distancia prudente:
Como a diez kilómetros de mí.
Bueno, no tanto, como a un kilómetro.
Sí, se nota lo mucho que me quiere.
Bastante para ser preciso.