Soy la mate del alfa

Cap 1

Capítulo 1

.*Anna*.


Estábamos a punto de arribar a nuestro destino y todavía no me podía creer que yo estuviese aquí. El día que el señor Miller me dijo que debía acompañarlo a Río de Janeiro fue uno de los mejores de mi vida; asistiría por primera vez a una conferencia donde expondrían los avances científicos y tecnológicos que mejorarían la esperanza de vida en un 35%. Y también vería a mi prima Daniela después de 5 años.


Daniela y yo desde niñas hemos estado juntas, como uña y mugre, pero cuando cumplió 18 años se mudó a Brasil, sin darle explicaciones a nadie. No fue hasta seis meses de su partida que tuve noticias suyas, por medio de un correo electrónico, y desde entonces hemos estado comunicadas.


«Desde las alturas el Cristo Redentor se ve muy impresionante» –pensé al ver por vez primera el hermoso monumento a través de la ventanilla del avión, pero antes de poder seguir contemplándolo los rayos del sol me cegaron por un momento.


–Anna, colócate el cinturón de seguridad –me indicó el señor Miller, ya que las azafatas habían dicho que pronto aterrizaremos, pero como estaba abstraída en mis pensamientos no las oí. –El aeropuerto al que vamos a llegar es más conocido por Aeropuerto Internacional de Gmbre, pero su verdadero nombre es Antônio Carlos Jobim –volvió a hablar en lo que hice lo que me pidió. –Se llama así en honor a un gran músico brasileño considerado uno de los grandes compositores de la música popular del siglo XX.


Una de las cualidades que admiraba el señor Miller era la capacidad que tenía para compartir todos los conocimientos, que ha adquirido a través de los años, con el que esté dispuesto a escucharlo y yo estoy más que encantada de hacerlo.


Cada vez que él dice algo, por más pequeño e insignificante que sea, yo le presto toda mi atención, ya que soy de las personas que piensan que se aprende de tres maneras: viajando, leyendo o preguntando. Y el señor Miller es como una biblioteca andante.


–Gracias por el dato, ya quedó codificado –le sonreí amablemente.


–No hay nada que agradecer, Anna. Para mí es un placer ser escuchado por una estudiante tan aplicada como tú  –guardó silencio un momento antes de añadir. –Eres idéntica a mí –ambos nos reímos ante su comparación.


El doctor Miller es uno de los mejores neurocirujanos de América Latina. Es egresado de Harvard, con honores. Habla 4 idiomas (inglés, francés, español y árabe). Es un hombre de 65 años; ojos azules, tez blanca, inteligente, respetuoso, elegante y sobre todo tiene un gran corazón. Y yo soy solo una chica, con serios problemas de autoestima, que tiene la tez des oscura, los ojos grises y que está estudiando medicina en un país de América Latina.


–Que ocurrencias las suyas, entre usted y yo no existe punto de comparación  –digo entre risas.
–Magda piensa igual que yo –admite también entre risas.


Magda Miller, es su esposa o como  suele llamarla "su alma gemela". Ella es una enfermera de nacionalidad venezolana, que tiene la tez  trigueña, ojos color miel y cabello castaño claro. Actualmente su edad es 65 años y su pasatiempo favorito es recorrer la orilla de la playa en donde conoció al señor Miller.


Ambos se conocieron en la hermosa isla de Margarita, Venezuela, y fue amor a primera vista. Sin embargo, no fueron felices hasta que el señor Miller descubrió que ella había rechazado su propuesta de matrimonio porque no quería irse a Estados Unidos con él y abandonar a su familia.


Yo no tengo nada en contra del amor, pero no me parece que el señor Miller haya tenido que dejar el prominente futuro que tenía en New York para mudarse a un país en vías de desarrollo. Él pudo lograr muchas cosas allá, descubrir la cura contra el cáncer por ejemplo, y con eso hubiese salvado millones de vidas, pero prefirió el amor antes que nada.


–Anna, en lo que estemos en tierra firme me acuerdas para llamar a Brad –me pidió.


Brad Miller es su hijo mayor, idéntico a él tanto física como sentimentalmente. Hace un par de años lo nombraron gerente de una empresa muy importante en Alemania y tuvo que mudarse a ese país. Sin embargo, la distancia, la diferencia de horario y lo absorbente que es su empleo no han alterado nuestra relación. Cada vez que hablamos lo molesto, como buena hermana adoptiva que soy, y él me recalca que aunque no está a mi lado siempre podré contar con él.


Definitivamente, haber conocido a la familia Miller  marcó un antes y un después en mi vida. Antes de conocerlos me encontraba desorientada, sin saber qué hacer o a dónde ir, y todo por culpa de una de las personas que tuvo que amarme y protegerme hasta con su último aliento, mi padre.


Él constantemente me repetía que yo era un estorbo, una desgracia, una basura que nunca tuvo que haber nacido y que le haría un gran favor al mundo si desapareciera para siempre.


Fue tanto el veneno que absorbí desde que era niña que un día llegue al límite: robe un coche, lo maneje lejos de la ciudad (porque no quería lastimar a nadie) y choqué contra un gran árbol.


Para la velocidad que llevaba al momento del impacto mi muerte tuvo que ser instantánea, pero por un milagro de Dios sigo con vida. Cuando desperté del coma esto me pareció una desgracia, pero después que los Miller me mostraron que mi vida era tan siniestra, oscura y mala como yo decidía que fuese, le agradecí  al padre celestial que me haya dejado con vida.


–¿En qué piensas criatura? –me preguntó el señor Miller, al mismo tiempo que limpiaba una pequeña lágrima que descendía por mi rostro.


–En todo lo que su familia y usted hicieron por mí. De no ser por su paciencia, cariño y cuidados no sé qué sería de mí –sentí como de mis ojos se escapaban varias lágrimas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.