Capítulo 10
.*Anna*.
—Luis, el señor Miller se escuchaba muy preocupado, es mejor que bajemos del avión —le dije muy seria en lo que trancó la llamada.
—Tranquila, pulga —acarició mi mejilla —esta noche es para nosotros —dejó un beso en mi mano, provocando que mis mejillas se tornaran de color carmesí.
—¿Por qué huimos precisamente Sao Paulo? ¿Por qué simplemente no nos fuimos a hospedar en otro hotel? —pregunté para cambiar el tema, antes de que se pusiera cursi.
—Esta noche quiero que celebremos que ¡POR FIN! Estamos juntos y en Río nos podríamos haber encontrado con ese imbécil —su expresión de ternura cambió a una de odio puro.
Cuando le hablé sobre Adolfo aseguró que no le importaba lo que pasó entre nosotros, es más hasta dijo que no valía la pena recordar el incidente o siquiera mencionarlo, pero a medida que pasan los minutos pareciera que sí le importa y mucho.
—Así que era mejor irnos de allí y el vuelo a Sao Paulo era el más próximo a despegar —me explicó tomando mi mano y entrelazando nuestros dedos —¿Te he dicho cuánto te amo?
—No sigas diciendo eso —comenté avergonzada.
Escuchar la palabra te amo salir de sus labios era la cosa más sublime y fantástica que me pudiera pasar, pero sentía que si lo repetía mucho nuestro amor se podría desgastar o terminaría despertándome de este hermoso sueño.
—¿Por qué? —esbozó una enorme sonrisa. —Me encanta decirte que te amo y lo bella que eres —se llevó mi mano a su pecho para que sintiera lo rápido que estaba latiendo su corazón. —Quiero que sepas que solo tú eres capaz de descontrolar mi corazón de esa manera,
—Luis...
—También me gusta decirte que mi fantasía siempre fue estar a tu lado y perderme en tus bellos ojos grises —me miró con adoración, como si fuese lo más hermoso de la tierra. —Anna, te quiero entregar mi amor, mis sentimientos, mis sueños, mis anhelos y mi vida entera.
Unas traviesas mariposas se alborotaron en mí estómago, mis latidos se incrementaron y el rubor de mis mejillas se acentuó más.
—Deseo pasar cada instante de mi existencia junto a ti y ¡QUIERO —fue elevando la voz hasta gritar. —QUE TODAS ÉSTAS PERSONAS QUE VAN EN ESTE VUELO, SIRVAN DE TESTIGO! —miró en todas las direcciones, llamándo la atención de los demás pasajeros —¡LE ESTOY DECLARANDO MI AMOR A ESTA MARAVILLOSA MUJER! —me señaló y las azafatas se comenzaron a reír.
¡Este idiota está loco! Y lo peor es que me tiene completamente enamorada, no que digo completamente enamorada, completamente embobada.
—¡Ya basta, Luis! —le di un pequeño golpe en su tonificado brazo —Me estas avergonzando —él se partió de la risa ante mi comentario.
—Cariño, estamos en Brasil, aquí hablan portugués y yo hablé en español, así que pocas personas me entendieron —depositó un tierno beso en mis labios.
—Con más razón, idiota. —Lo volví a golpear. —Los que no entendieron nos tomaran por locos y..... —me robó un inocente beso.
—Ya deja de hablar y bésame —Sonreí como boba y nos besamos.
Con cada beso que nos dábamos sentía que lo que estaba pasando era real y esa sensación me lleno de felicidad.
(...)
— ¿Pulga, ya estás lista? —preguntó tocando la puerta del baño por quinta vez.
—No me estés apurando, si tanto quieres usar el baño renta otra habitación —conteste.
Normalmente hubiésemos dormido en habitaciones diferentes, pero Luis, aprovechando que no hablo portugués, le dijo a la recepcionista que eramos una pareja de recién casados y ahora tendremos que dormir en la misma habitación.
—¡Yo ya estoy listo! Le pedí a una de las camareras que me prestara el baño de una habitación vacía porque iba a salir con mi esposa y ella tenía el baño acaparado.
Mis mejillas se tiñeron de rojo con la mención de la palabra “esposa”.
Antes, pensar siquiera en llegar a ser la esposa de Luis Miller, era un sueño inverosímil para mí y ahora que lo pienso quizás estoy más cerca de conseguirlo de lo que siempre imagine.
«Espero algún cumplir mi sueño de ser su esposa y la madre de sus hijos».
—En ese caso, estoy casi lista —dije al observar una vez más mi atuendo; vestido negro de lentejuelas, tacones de aguja y mi cabello suelto.
No me sentía segura portando este vestido, porque lo que hicimos fue entrar en una tienda del aeropuerto y comprar el primero que se nos cruzo, ya que Luis quería ir a bailar y en mi maleta no tenía la ropa adecuada para ir a una discoteca.
—¿Cómo me veo? —pregunto en cuanto pongo un pie fuera. Aunque no fue necesaria una respuesta de su parte, por su cara de tonto y a esa enorme sonrisa que surcó su perfecto rostro supe que le gustaba lo que veía.
—¡Te ves hermosa! —declaró al abrazarme fuertemente. —Me siento tan orgulloso de que seas sólo para mí —dejó un casto beso en mis labios.
—Ya basta —dije al sentir unas extrañas cosquillas en mi abdomen bajo.
—Te estás poniendo roja como un tomate —se carcajeó. —No tienes porque sentir vergüenza conmigo, aunque debo admitir que me encanta cuando tus cachetes están tan colorados —juntó su frente con la mía. —No te imaginas cuánto te amo, eres parte fundamental en vida —me besó tiernamente. —Es mejor que nos vayamos, no hay que perder ni un segundo —ambos nos reímos como tontos y salimos de la habitación tomados de la mano.
Desde que nos bajamos del avión le dije a Luis que prefería quedarme a ver películas con él en la habitación, pero insistió tanto en venir a celebrar “el prominente futuro que nos espera” que me convenció de salir a una discoteca. Sin embargo, ahora que la mayoría de las mujeres se comen a MI LUIS con los ojos me arrepentí de estar aquí.