Capítulo 19
.*Anna*.
Desperté abruptamente a mitad de la noche y lo primero que hice fue buscar, por toda la habitación, el cuerpo de Adolfo, que al igual que los restos de sangre, había desaparecido. Lo segundo que hice fue percatarme de que traía puesta una camisola de seda blanca y que mi muñeca había sido limpiada y vendada.
«Todo fue real» —me dije a mí misma y quise salir de la recámara para averiguar lo qué pasó después de que me desmaye, pero por temor no lo hice, ya que no sé con qué me podría encontrar al cruzar la puerta.
Así que decidí pasar el resto de la noche sentada frente a la ventana mientras me torturaba con todo lo que había sucedido; mi casi violación, el regreso de mis pensamientos suicidas y el hecho de haberme convertido en una asesina.
«“¡ASESINA, LO MATASTE!”» —los gritos desgarradores de ese hombre retumbaron en mis oídos una y otra vez hasta que el amanecer llegó. Luego de eso mi mente entró en un estado de letargo; sin ver ni oír nada hasta que Margaret me tocó la espalda.
—Buenos días, ¿Cómo te encuentras? —No me atreví a responderle y mucho menos darle la cara. Me sentía tan avergonzada por lo que hice que oculte mi rostro entre mis rodillas. —¿Mi niña, pasaste toda la noche en el alfeizar de la ventana? —me límite a asentir. —¿Por qué? —inquirió.
«Porque el remordimiento de conciencia no me dejaba dormir» —respondí en mi mente.
—Mi nombre es Josefina, mi señora —habló una tercera voz juvenil que nunca había oído. —pero si gusta puede decirme Fina —agregó al notar que no diría nada.
—Ella viajó hasta aquí solo para arreglarte, mi niña —intervino Margaret. Giré un poco la cabeza para observar a la chica con mi vista periférica.
Era una como de 18 años, de tez trigueña, de cabello y ojos oscuros.
«¿Vino a arreglarme? ¿Para qué? ¿Mi ejecución?» —me pregunté.
—Sé que soy joven y piensa que soy inexperta —volvió a tomar la palabra mientras me veía con mucho interés. —Pero en mis manos está segura, le prometo que será la novia más bonita del mundo —esas palabras me hicieron levantar la cabeza y mirarlas con asombro.
—¿Habrá boda? —fue lo único que salió de mi boca, con voz pastosa por no haberla usado en un buen rato.
—Obviamente —respondió la chica en tono cantarín. —De lo contrario no estaría yo aquí —se acercó a mí y estudió mi rostro con detenimiento —No será una tarea difícil, es usted muy bonita —aparté sus manos de un manotazo.
—¿Margaret, Adolfo está bien? —le pregunto pero antes de que ella pudiese responderme la muchacha intervino, dándome la impresión que ser un poco entrometida.
—Por supuesto, él mismo me ordenó que la preparara para la boda.
—¿Margaret, estás segura que él está bien? —repetí la pregunta y esta vez ninguna de las dos pudo responder ya que alguien entró sigilosamente a la recámara.
—Veo que estabas deseosa de que estuviese muerto —habló Adolfo con resentimiento al aparecer en mi campo visual, pero no como una aparición ni como un fantasma; estaba recién bañado, con el cabello húmedo cayendo a los lados de su cara, luciendo una camisa blanca y unos jeans azul marino.
—Hablando del Rey de Roma y él que se asoma —comentó con humor Josefina y Margaret le dio un codazo para que se callara.
—Josefina, acompáñame a buscar el tocado que llevará Anna en el cabello.
—En la maleta tengo todo lo que necesitamos para... —Margaret le señaló la salida con la cabeza pero Fina no entendió el mensaje hasta que Adolfo gruño. —¡Claro! Ya entendí. Lo siento, alfa —Adolfo gruñó más fuerte y ambas abandonaron la habitación con la cabeza baja, dejándonos solos.
—Estoy esperando una respuesta —dijo exasperado al ver que yo solo lo miraba como si fuese algo irreal.
En cierta parte lo era, porque nunca había visto a un hombre tan bello como él; con esas espesas cejas que rodeaban esos enigmáticos ojos azules, que resaltaban en su tez blanca como si fuese dos piedras preciosas. Ese brillante y sedoso cabello rubio, que le otorgaba un aire de ser celestial. Y ni hablar de esos labios carmesí, que a pesar de ser finos se veían muy apetecibles, y en combinación del resto de sus facciones lo hacían lucir imponente y varonil.
—¿Te comió la lengua el gato? —comentó y un impulso, que no sé de dónde salió, me hizo poner los pies en el suelo y correr hacia él para rodearlo con mis brazos.
Mi acción lo tomó tan desprevenido que llegue a pensar que me empujaría, sin embargo, luego de unos cuantos segundos sus músculos se relajaron, apoyó su barbilla en mi cabeza y me correspondió el abrazo.
—Estás vivo —la agonía que me estaba ahogando disminuyó al sentir su corazón palpitando rápidamente contra mi mejilla —gracias a Dios —susurro e inexplicablemente mis ojos se llenaron de lágrimas.
—¿A qué se debe esto? —interrogó con desconfianza pero sin deshacer nuestro abrazo.
Sinceramente no sabía, supongo que fue por el alivio y la felicidad que sentí al comprobar que no era una asesina.
—Contéstame, por favor —pidió y antes de responderle levanté la mirada. Sus ojos estaban rojos, como si estuviese conteniendo el llanto, y al mismo tiempo brillaban con ilusión.
—No sé, solo tenía unas inmensas ganas de verificar que estabas vivo —contesto con simpleza y él esbozó una pequeña sonrisa ante de abrazarme con más fuerza, como si tuviese miedo de que desapareciera en cualquier momento.
—Por favor, no lo vuelvas a hacer —pidió con la voz quebrada —no vuelvas a tentar contra tu vida... Porque...porque no podría resistirlo —las lágrimas comenzaron a emanar de sus hermosos ojos y una extraña opresión se apoderó de mi pecho. —No concibo la idea de perderte.