Soy la mate del alfa

Cap 23

Capítulo 23

 

.* Anna *.

—Allí viviré —mi boca se abrió de la impresión cuando mis ojos enfocaron la enorme edificación de 4 pisos oculta en medio de la maleza del bosque, que gracias a los rayos del sol que se colaban entre el follaje tenía un aspecto irreal, casi mágico.

—Sí, esa es nuestra casa.

—¿Casa? Debes estar bromeando —balbuceo.

Esto no era una casa, era una mansión y una mucha más grande que la del señor Miller.

—¿Por qué piensas eso? —quiso saber.

—Porque este lugar no puede catalogarse como una casa, es enorme. Además de que parece un paraíso oculto —murmuro por la vista tan magnifica que tengo enfrente.

—Pues este paraíso oculto es solo tuyo —me guiñó el ojo y siguió caminando a la entrada de la mansión, que estaba rodeada por un grupo de personas, a la espera de algo o alguien.

«Todos deben ser hombres lobo» —trague grueso y apreté el cuello de Adolfo por temor.

Creía que estas personas nos atacarían, como una pila de lobos hambrientos, pero lo que hicieron me dejó pasmada; a medida que Adolfo y yo avanzábamos ellos hacían una reverencia y se apartaban de nuestro camino.
 
«¿Será que el animal con el que me case los tiene bajo amenaza a ellos también?» —me pregunte.

—Hermanos, ella es Anna —les habló en ingles a todos los presentes, cuando subimos las pequeñas escaleras que nos separaban de la gigantesca puerta doble de madera, que tenía tallada en el centro una cabeza de un lobo y una luna menguante. —No habla nuestro idioma, por lo que deberán dirigirse a su soberana en inglés o español —todos estallaron en vítores y yo frunzo el ceño al no comprender el por qué de sus palabras.

«¿Dijo soberana? ¿Por qué dijo eso? ¿Acaso soy algo así como una princesa?».

—Como una reina, más bien dicho —respondió Adolfo a mis preguntas no formuladas.

Mi reacción con esa confesión fue boquear como pez y mirarlo con incredulidad. Aun no me acostumbraba a la idea de que él fuese una criatura mitológica que puede leer cada uno de mis pensamientos, pero  sin duda alguna lo que me dejó estupefacta fue saber que soy una reina.

—¡LARGA VIDA AL ALFA Y SU LUNA! —pronunciaron en inglés todos al mismo tiempo.

«Luna es equivalente a reina para ellos» —deduje e inmediatamente quise salir corriendo.

Si me reconocían como su reina me sería más difícil escapar, sin mencionar que al formar parte de una monarquía debía asumir muchas responsabilidades, de las cuales no estoy preparada ni quiero afrontar.

—Tranquila, —dijo al percibir mis nervios —eres mi reina, mi luna, mi vida, mi musa, mi todo —sus palabras sonaron tan autenticas, tan llenas de sentimientos, que las sentí como dulces caricias a mis oídos. —Nunca te dejaré sola y te apoyaré en todo lo que necesites —inspiró profundamente el olor de mi cabello y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. —No te imaginas que tanto te necesito en mi vida...

Acercó su rostro, rozando sus labios con los míos, y mi cuerpo reaccionó de forma inesperada; mi respiración se acelero, al igual que mi corazón, y por un impulso terminé de recortando la poca distancia que nos separaba.

Él pareció complacido con mi arrebato, pero antes de poder responderme el beso las puertas se abrieron dejando ver al mismo chico de cabello color zanahoria que nos había buscado en el aeropuerto.

—¡Bienvenida, Luna! —dijo antes de postrarse ante nosotros. —Lo siento, no era mi intención interrumpirlos —Adolfo lo miró con odio luego de gruñir como perro rabioso y yo aparté el rostro avergonzada.

«¿Por qué lo besé? ¿Acaso estoy perdiendo la razón? Estoy estropeando mis planes de huir de aquí» —me recrimino. Porque si antes él se negaba a dejarme ir, cuando yo era indiferente, ahora que sabe que su cercanía me agrada y turba los sentidos menos querrá.

—Será un verdadero honor para mí y para toda la manada protegerla y servirla —continuó diciendo el mismo chico.

—Tenemos muchos años esperando por usted —comentó una joven de rasgos asiáticos.

—Gracias a usted la manada se fortalecerá —opinó otro chico.

—Los cachorros están ansiosos por conocerla ¿Cuándo nos visitará? —cuestionó una mujer de mediana edad.

«¿Cachorros? ¿Aquí tienen perros?» —la sensual risa de Adolfo me puso los pelos de punta.

—Se refiere a los niños de la manada —me explico antes de que me volvieran a atacar con más y más preguntas.

Eran tantas demandas, tantas peticiones e información que empecé a sentirme mareada.

—Hermanos, —Adolfo captó la atención de todos. —Mi esposa, como se habrán dado cuenta, es humana y está exhausta por el largo viaje. En cuanto se acostumbre al cambio de horario y su cuerpo se sienta bien atenderá cada una de sus peticiones.

«¿Yo qué?» —giré mi cuello para enfocarlo.

—Entre tus deberes como reina está escuchar y conocer a tu pueblo.

Justo cuando iba a refutar una molesta e irritante punzada se apoderó de mi cerebro, impidiendo que escuchara o detallara las cosas a mi alrededor.

«¿Qué me sucede? ¿Por qué todo me da vueltas?» —Me sentía tan débil y el dolor era tan fuerte que varias lágrimas comenzaron a salir de mis ojos.

—¿Te sientes bien? ¿Quieres que llamé al médico de la manada? —la preocupación matizada en su voz no me paso desapercibida.

—No, solo necesito descansar —murmuro en lo que dejo caer la cabeza sobre su firme pecho.

Adolfo comenzó a andar, ignorado a todo el que se le cruzaba. Caminó por varios minutos, no sé por dónde porque en todo momento mantuve los ojos cerrados, pero sí sé que subimos unas escaleras.

«¿Dónde estoy?» —me pregunté en lo que mis pies se posaron en un brilloso piso de mármol negro. Miré a mi alrededor, estaba en un gigantesco pasillo. Pero eso no fue lo que capto mi atención sino que el dolor había menguado considerablemente.




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