Capítulo 24
.*Anna*.
—Creí que durarías más —comentó Fina en lo que salí del baño.
La idea de tomar un baño de agua caliente era pasar al menos 30 minutos sumergida en la tina para relajarme un poco, pero ocurrió todo lo contrario, ya que en lo que el agua mojó mi cabeza el dolor empeoró y terminé de bañarme mucho antes de lo planeado.
—Cambié de idea, necesito dormir —omití lo del dolor porque no lo consideré importante. Había vivido tantas cosas en los últimos días que mi cerebro estaba sobrecargado y necesitaba descansar para volver a la normalidad.
—Voy a buscar algo para que te pongas —me avisó antes de adentrase en lo que supongo es mi armario. Aunque tomando en cuenta que esta es una mansión debe ser un vestier.
En lo que Josefina desapareció de mi campo de visión repare en lo magnífica y encantadora que era la recámara.
—Es sumamente hermosa, digna de una reina —digo en voz alta en lo que mi vista se queda en la cama.
Desde niña siempre había soñado con tener una cama como esponjosa, llena cojines, para poder saltar sobre ella.
«¿Sera que…? —Me asome en el cuarto que había entrado Fina y la vi distraída con toda la ropa. —«Es ahora o nunca». —Corrí hacia la enorme cama y comenzar a saltar en ella.
Una parte de mí reconectó con mi niña interior e inmediatamente sentí una inmensa alegría.
—La ropa… ¿Qué haces? —pregunta Fina de repente y yo me quedé congelada, como un niño cuando lo descubren en plena travesura.
—Nada —rodó los ojos y negó con la cabeza.
—No te digo nada porque yo también hice lo mismo cuando llegué —admitió y yo empecé a reírme. —Volviendo al tema inicial, toda la ropa es horrible —me dejé caer en la cama.
—No exageres, no puede ser tan malo como dices —me puse de pie y ella me lanzó un suéter tejido de color oliva.
—Eso es lo mejorcito que encontré, porque todo lo demás es horrendo tanto en color como de modelo y tipo de tela.
Tomo la prende entre mis manos y la evalúo minuciosamente; la tela es dura y áspera, tiene pequeños agujeros, las costuras parecen hechas por un niño de cinco años por lo torcidas que están, y para rematar no es de mi talla sino una mucho más grande.
Yo no soy una mujer que le guste andar con ropa ajustada, porque siento que me asfixio, pero tampoco me gusta usar ropa tan holgada, porque siento que me ahogo.
—La ropa de mi abuela es mucho más bonita que esto —puse cara de asco y tiré el suéter a la cama.
—¿Quién habrá comprado esta ropa? —se preguntó Fina.
—Adolfo dijo que había sido Sophia —la cara de Josefina se tornó roja de rabia.
—Debí suponer que esto solo lo podía hacer esa maldita perra plástica —dijo con rencor.
Entiendo que Sophie me tenga rabia por haberle quitado la oportunidad de convertirse en la señora Vuković, pero ella debió averiguar, antes de hacer algo como esto, que yo estaba aquí en contra de mi voluntad, por lo que no representaba ninguna amenaza para ella.
—Anna, hay que contraatacar. Este crimen de la moda —tomó el suéter —lo cometió con predeterminación y alevosía, no podemos dejarlo impune.
—¿Qué? ¿Por qué contraatacar? ¿Estás loca?
—Con esto —me volvió a lanzar el suéter —te declaró la guerra, ¿Es que no lo ves? —pronunció como si fuese evidente. —Esa zorra no te quiere aquí y hará lo que sea para perjudicarte.
—Lo que dices no tiene sentido, yo no le he hecho nada —rodó los ojos. —Además, ¿Qué gana “comprando” ropa tan horrible para mí?
*'Que Adolfo no vea tu trasero, ya que esa es la segunda parte que más le gusta de tu cuerpo'* —respondió la voz misteriosa.
«¿La segunda?».
*'Sí, porque la primera son tus ojos'* —mis mejillas ardieron. Muchas veces me han dicho que tengo unos ojos muy bonitos, sin embargo esta vez lo sentí más especial.
«¿Cómo sabes tú eso?»
*'Digamos que él y yo tenemos los mismos gustos'*.
No sé qué me sorprendió más, que yo hablase conmigo como si en verdad fuese otra persona o las respuestas que me dio.
—¡Ya sé! —el gritó de Fina me trajo de nuevo a la realidad. —Ya sé como haremos pagar a esa arpía por su atrevimiento —sin decir más salió corriendo del cuarto con una sonrisa perversa.
«¿Qué idea se habrá ocurrido? Espero no sea algo malo».
Caminé distraídamente a la peinadora, tomé uno cepillo de esos que usan las princesas de los cuentos de hadas y desenrede mi cabello. En lo que terminé Fina regresó con un boxer y una camisa en las manos.
—Usa esto —me lanzó las dos prendas en la cara. —Son del Alfa.
—¡Ni lo pienses! —las arrojé al piso como si tuviesen veneno. —Yo no voy a usar la ropa del perro cobarde.
—¿El perro Cobarde? ¿Como la caricatura? —preguntó con curiosidad.
«¡Metiste la pata! No puedes llamarlo así delante de sus empleados» —me recordé.
—Sí, así lo llamo yo —susurro sin mirarla a la cara.
Por un momento creí que se lo tomaría mal, pero en lo que comenzó a reírse como una loca me relaje y supe que con ella no debía cohibirme porque era de fiar.
—Ese apodo es muy original, aunque… si el Alfa se llegase a entrar se molestaría mucho —me advirtió.
La idea de verlo enojado me resultó tentadora..
«Puede que con ello le quede claro mi aversión hacia él».
—Por mi que se entere —dije como si nada.
—Conste que te lo… ¡HAY QUE BUSCARLE UN APODO A LA ZORRA! —no terminó la primera oración porque chillo como loca.
«Esta chica tiende a cambiar el tema de la conversación de una forma poco común» —repetí en mi mente para guardarlo como una nota mental.