Capítulo 32
.*Anna*.
En lo que oí los gritos de esa mujer y los de Josefina me apresure a salir de mi habitación. Se suponía que ella estaba en México y no regresaría hasta dentro de dos semanas.
¿Qué la hizo volver antes de tiempo? No lo sé, pero algo me decía que venía a restregarme en la cara que Adolfo era de ella, como hizo la otra vez, y no podía permitir que viera a Velika; podría lastimarlo solo para verme sufrir, el cual era su pasatiempo favorito.
—¿Qu pasa… ¡FINA BAJA ESA ARMA! —digo de forma alterada cuando veo a Josefina apuntando con una daga a la tarántula.
Varias veces hablamos de cómo debíamos matar a esa sucia alimaña, pero era sólo bromeando, nunca dijimos que ejecutaríamos uno de los planes.
—¡POR FIN LA ZORRA SALIÓ DE SU ESCONDITE! —Escupió su veneno en lo que sus ojos se posaron en mí.
—Hasta donde yo sé, la única zorra de esta casa eres tú o se te olvidó que te metiste con un hombre CASADO —salió Josefina en mi defensa, como siempre, e hizo énfasis en la última palabra.
—No te metas en esto, gata —le dijo a Fina. —Además, yo no me metí con él. Adolfo vino a buscar en mí lo que no tenía ni tendrá nunca con ella —me miró de arriba a abajo, reparando en mi soso pijama de Hello Kitty y sonrió con superioridad
En otras circunstancias o quizás días atrás me hubiese sentido apabullada, intimidada y abrumada por esta mujer, pero hoy no. Hoy me siento renovada, más fuerte, más valiente y llena de viva.
—Querida, —solté una sonora carcajada —él te buscó porque yo lo rechace. Entiende que la primera opción siempre fui y seré yo —la expresión de Sophie se endureció ante mi respuesta mientras Josefina me observaba con la boca abierta.
La veces que Sophie había entrado en mi habitación a humillarme yo no me defendí, dejé que hablase todo lo que quisiera, total nada me importaba, pero ahora todo cambio, no pienso dejarme ella hinca pase por encima de mí nunca más.
—Eso no es así, él me conoció a mí primero, su primera opción soy yo porque su amor es solo mío —aseguró y Josefina comenzó a reírse.
—Si hubieses visto lo que yo vi no dirías eso —comentó entre risas.
—¡¿QUÉ FUE LO QUE VISTE, IGUALADA?! —exigió saber y para desviar la atención de mi amiga hablé:
—Sophie —su ojos me enfocaron —estás cociente de que si yo acepto a Adolfo como mi mate tu sales ipso facto de nuestras vidas —ella apretó sus puños. —Y si sigues metiéndote conmigo o con las personas que quiero lo haré solo para joderte.
Mi amenaza aumentó más la rabia que sentía la oxigenada, porque estaba que echaba humo por las orejas.
*'Te felicito, jamás pensé que le dirías sus verdades a la tarántula'* —opinó Pepe.
—¡TE MATARÉ ASÍ TENDRÉ EL AMOR DE ADOLFO SOLO PARA MI! —gritó y en menos de un segundo le quitó la daga a Josefina y se me vino encima.
Ambas caímos al suelo, ella arriba de mi, y comenzamos un forcejeo por el arma. Mi fuerza no se comparaba con la suya, pero debía luchar por mi vida. En sus ojos no se reflejaba más que locura y ansias de sangre. Ella quería verme muerta y no podía darle el gusto, no ahora que tenía dos motivos para vivir; mi hijo y Velika.
—¡MUERE DE UNA VEZ PERRA ASQUEROSA! —chilló como maníaca.
No sé de dónde saque fuerzas, tomando en cuenta que yo soy humana y ella una criatura sobre natural, pero logré quitarle el arma y clavarla en su cuello.
La sangre comenzó a emanar de su cuerpo manchando gran parte de mi pijama, brazos, cuello y cara. El olor metálico del líquido escarlata me mareó tanto que termine vomitando.
Con dificultad me puse de pie y me percate que Sophie seguía tendida en el piso.
Creí que por ser una mujer lobo su herida sanaría rápido. No obstante el reloj corría y su estado empeoraba; su piel cada vez se tornaba más pálida y la sangre seguía abandonando su cuerpo de manera alarmante.
«¿Será que le perfore la carótida común derecha?» —me pregunte mientras veía la daga ensangrentada.
—¡El médico viene en camino! —el gritó de Fina me hizo reaccionar.
—¡QUÉ LE HICISTE! —la potente voz del perro cobarde inundó toda la casa.
—Yo…yo… —tartamudeó.
No era mi intención hacerle daño a la tarántula, yo solo me defendí, pero la mirada de Adolfo era tan amarga, adusta e incriminatoria que me sentí culpable por lo que pasó.
—Lo siento, yo… Yo… lo siento —no dejaba de disculparme y blandir la daga.
Mis disculpas lo que hicieron fue aumentar su ira, porque se acercó rápidamente a mí, hecho una fiera, y me empujó.
—¡ALEJATE DE ELLA CON ESA COSA! —exigió después de que mi cara impactara con el gélido mármol.
Mis ojos empezaron a arder, mi respiración se hizo pesada y mi cabeza palpitaba, ensordeciendo mis oídos.
*'Trata de calmarte, esto no le hace bien al bebé'* —me aconsejó Pepe.
—Adolfo, no… —un sollozó se escapó de mi garganta cuando me mandó a callar con un gesto de su mano.
Me dolía que no me dejase explicarle lo que sucedio, me dolía que fuese tan frío conmigo, me dolía ver el desprecio hacía mí plasmado en sus ojos.
—Ve a tu cuarto, luego hablaremos —dijo con voz autoritaria y se agachó para auxiliar a Sophie.
—Mi amor…. —Balbuceó ella. —No...quiero perder...nuestro CaChOrRo.
Al oír eso sentí las extremidades entumecidas y un hormigueo en el rostro.
—¿Qué fue lo que dijo? —le pregunté con un hilo de voz, porque no creo o más bien no quiero creer que la haya embarazado.
—Sophie, —me miró de soslayo —está esperando un hijo mío —admitió y el mundo se me vino encima.
«Eres un desgraciado, no puedo creer que me hayas hecho esto» —pensé con la intención de que él leyera mi mente antes de perderme en la oscuridad.
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(...)
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