Capítulo 34
.*Anna*.
—Saquen todos los artículos de mujer de este cuarto –les ordeno a todos los miembros de la manada que Josefina buscó y ellos, sin dudarlo un segundo, acataron mi orden.
Después de todo yo soy su Luna, su reina, su amuleto protector, el símbolo de paz, armonía, virtud y fertilidad de los hombres lobo. O al menos eso leí.
–¿Qué está pasando aquí? ¿A dónde llevan las cosas de Sophie? –Pregunta Adolfo con el ceño fruncido en lo que ve la masa de gente que sale y entra de su habitación.
–Lamento si esto te incomoda, querido –digo con aflicción, llamando toda su atención.
Sus ojos me estudian de arriba a abajo y sonrió internamente al ver lo nervioso que se pone.
«Josefina dio justo en el clavo, este hombre me desea y eso es un punto a mi favor» —pienso mientras él camina hacía mí.
—Me puedes explicar qué haces tú y todos ellos aquí —exige saber en un tono nada amistoso y varios pares de ojos se posan en nosotros, pero sin dejar de hacer lo que les ordené.
–Lo que pasa es que mandé a fumigar la mansión; estamos infestados de animales rastreros y tu recámara es la que está más contaminada —dije con inocencia, pero la enorme sonrisa que se dibujó en mi cara después delató mis verdaderas intenciones.
–No tienes ningún derecho de ordenarle a mi gente, tú no eres nadie –Habló un tanto molesto. Pero eso en vez de molestarme me pareció excitante.
Lo observe de pies a cabeza; el traje gris hecho a medida hacia lucir a los músculos de sus brazos más llamativos y el cabello peinado hacia atrás permitía detallar sus masculinas facciones y las diferentes tonalidades de azul en sus ojos.
*'Recuerda decir todo con sutileza'* –habló Velika y caí de regreso en la realidad.
«Nota mental: no perderme en su mirada» —me dije mientras calmaba mis hormonas y aclaraba mi garganta.
–Te equivocas, querido. —me acerco seductoramente a él y jugueteo con su cobarta, que casualmente es del color de mi falda.
«¿Fina tendrá algo que ver en esto?» —me pregunto mentalmente.
—Aunque tú y yo no estemos juntos, esto —inclino el cuello para que vea bien sus iniciales, su marca —demuestra que soy tu esposa. En otras palabras, prueba que soy la mate del Alfa, —su pupila se dilata con mi afirmación —lo que me convierte no solo en la Luna de está manada, sino en la "Luna Superlativa" –susurro lo último cerca de sus labios.
Lo bueno de saber que un hombre te desea es que con la persuasión correcta hará lo que tu quieras.
«Si Rachel James logró que Antoni matase a su propio hermano, yo conseguiré que este idiota me dé el lugar que me corresponde» —digo con convicción mientras no dejo de repartir pequeñas caricias, con mis manos, en toda la cara de Adolfo.
Sabía que está no sería una tarea sencilla, porque él prefiere a la tarántula, pero tampoco será tan difícil porque precisamente lo tengo donde quería; como un perrito sumiso que busca desesperadamente el cariño de su dueño.
—Ya es momento que me pongas al tanto de todo lo que acontece en esta y las otras manadas ¿no te parece?
–¿Qui..qui… —tartamudeó y yo esbozo mi mejor sonrisa al darme cuenta que conseguí desestabilizarlo. —¿Quién te dijo semejante estupidez? —recobró su altivez y levantó de nuevo sus barrera en cuando me alejó de él. —Tú no me puedes exigir nada.... –Lo interrumpo posando mi dedo en su boca.
–Claro que puedo —delineo sus labios y de su garganta se escapó un gruñido pero no para intimidarme, sino para demostrarme cuanto le complacía mis caricias.
*'No juegues con tanto fuego que te puedes quemar'* —me advirtió Velika.
—En este lugar tengo tanto poder como tú –Espeto después de poner distancia entre los dos. Él fruncido el ceño.
—No hasta que mi manada te acepte, cosa que no pasará mientras viva —atacó luego de que su cerebro procesara mis palabras.
No puedo contener la enorme carcajada que retumbó por toda la recámara.
—La manada ya me aceptó —señaló a todos los hombres y mujeres que están sacando las cosas de Sophie. —¿Acaso…
—Disculpe la intromisión, Luna—dijo una chica castaña de ojos azules —¿Qué hago con la ropa sucia?
Miré la pila de ropa; alguna era de Adolfo y la otra de la tarántula peluda.
—La de mujer apilala en el jardín junto con todo lo demás —le quitó una camisa de Adolfo y la Huelo —La de mi esposo igual, apesta a azufre.
Recalcó lo último y la expresión de Adolfo se endureció.
Lo del olor azufre no lo decía por él sino por el asqueroso olor Sophie, pero me daba igual si se lo tomaba para él.
—Como usted ordene, Luna. Con permiso Alfa —hizo una reverencia antes de retirarse.
—¿Necesitas otra prueba? —le pregunto con una sonrisa de superioridad.
—¿Cómo hiciste para que te aceptaran? —respondió con otra pregunta.
—La verdad fue muy sencillo, el día que llegamos tú me presentarte con ellos
La cara de estúpido que puso me dio tanta risa que no pude contenerla mucho tiempo.
—¿Qué es tan gracioso?
—Iván tenía razón, tu cara de tonto es muy graciosa —confieso entre risas.
—Por lo vistos mi hermano y tú son muy buenos amigos —en su tono de voz sentí una pizca de celos.
—Los mejores —le eche más leña al fuego.
—Pues dile que de ahora en adelante la información que te proporcione sea correcta, porque estás muy mal informada, mi amor —Arrastró las últimas palabras. —Yo soy el único que manda en este lugar porque soy el Alfa y en todo caso la que viene después de mí es mi actual pareja no tú.
Mis demonios internos se revolvieron con eso que dijo. Sin embargo no le demostré cuanto me había afectado.
—No intentes engañarme, estoy muy bien informada gracias a los libro de tu despacho —Aclaré para que Iván no vaya a tener problemas.