Capítulo 37 parte 2 = Noche de insomnio
.*Anna*.
—¿Qué? ¿No te gusta que te digan la verdad? —inquiero al ver como cierra los ojos y cuenta hasta diez antes de volver hablar.
—Anna, —me miró fijamente —esta noche no quiero pelear, no tengo las energías suficientes, así que te propongo una tregua por 24 horas.
—¿Una tregua? —repito sin poder dar crédito a lo oído.
—Sí, cuando tengo insomnio me gusta estar solo, pero esta noche me gustaría que me hicieras compañía —Note algo de melancolía en su mirada, pero lo ignoré.
—No me pareces una compañía grata —respondo tajantemente, porque mi ego todavía estaba dolido por lo del helicóptero y no sé si sería capaz de mantener la serenidad y la mente fría junto a él.
*'No seas tan testaruda y di que sí, no te arrepentirás'* —me aconsejó Velika.
—Prometo que esta noche conocerás a un Adolfo muy diferente —acotó.
Su propuesta no me convencía, pero qué otra opción tenía ¿Darle rienda suelta a mi cerebro para que se pusiera creativo y me jugara sucio recordando cosas desagradables? Porque precisamente eso sucedería si no me distraía con algo.
—Esta bien, te haré compañía solo un rato, hasta que me dé sueño —no le importó el condicional, ya que una enorme sonrisa se dibujó en su rostro.
—¿Qué haces durante tus noches de desvelo? —preguntó para entablar una conversación trivial mientras me invita a tomar asiento junto a él.
Yo negué con la cabeza. Prefería quedarme de de pie junto a la puerta, así sus ojos no me hipnotizarían otra vez.
—Práctico yoga, estudio, contemplo el cielo nocturno por horas; me encantan las estrellas y la luna —aclaro al notar su mirada de confusión. —También opto por tomar una larga ducha, ver televisión o leer un buen libro hasta quedarme dormida. —Él se rió de forma sexy. —¿Qué te causa tanta gracia? —Pregunto.
—Es la primera vez… —su sonrisa se extendió y yo frunzo el ceño cuando un escalofrío me puso la piel de gallina. —Es la primera vez que me cuentas algo sobre ti, además me parece que te ves muy tierna cuando no me agredes verbalmente.
Rememore, en cuestión de segundos, las veces que he hablado con él y ciertamente sí le he dicho cosas feas, pero nada que no se mereciera.
—Quedamos en que no pelearíamos ni nos reclamaríamos nada.
—Tienes razón —levantó las manos en forma de rendición —¿Por qué escogiste la carrera de medicina?
—Me agobia sentirme inútil y así me sentía cada vez que no podía hacer algo productivo durante la noche. El señor Miller al enterarse de mi problema me dijo que estudiara una carrera en donde le pudiera sacar provecho a mis desvelos y de las opciones que tenía la que más llamó mi atención fue la medicina, aunque me gusta más la parte de investigación que la de atender pacientes.
Él se quedó en silencio por varios minutos, en los que no supe qué hacer o decir.
—¿Por qué quieres tanto a la familia Miller? —Me esperé cualquier pregunta menos esa, pero la respuesta me salió automática.
—Ellos me ayudaron a salir del hoyo donde me encontraba por culpa de... –Deje la oración a la mitad porque cuando recordaba mi pasado me ponía muy sensible y él no era de fiar para que me viese en ese estado.
—¿Qué sucede? —él frunció el ceño ante mi prolongado mutismo.
—No tiene importancia –realice un ademán con la mano para restarle importancia, pero por el tono de mi voz podía darse cuenta que no era así.
Sin embargo, no me presionó para que le contase, supongo que entendió que todavía no estaba lista para hablarle sobre esa parte de mi vida.
—¿Qué hacías en las noches cuando eras niña?
—Al principio ¡NADA! –exclamé con fastidio, recobrando la neutralidad de hace unos minutos. —Luego, gracias a mi madre, descubrí un hermoso cielo lleno de brillantes estrellas y una majestuosa luna, que admiraba cada noche y le formulaba millones de preguntas como si ella pudiese darme todas las respuestas.
—Me imagino las inquietudes de una niña de 6 años; ¿Por qué la luna me persigue? ¿Cómo se pegaron esos puntos brillantes en el cielo? ¿Por qué el cielo es negro durante la noche? ¿A dónde se fue el sol? o ¿Por qué la luna no se cae? –Adolfo se rió a carcajadas y yo me contagie de su buen humor. —Tengo una mejor ¿Por qué papá tiene tetas? –Los dos estallamos en carcajadas.
—¡Eres brujo! –menciono entre risas y él me interrogó con los ojos —Esa pregunta se la hice a mi papá —expliqué y su boca formó una "O" mayúscula.
—¡¿LA DE LAS TETAS?! –Asentí y volvió a reírse, pero esta vez tan fuerte que creí que despertaría a todos. —Espero que nuestro hijo no me haga esa clase de preguntas —mi sonrisa se borró.
«¿Por qué habla con tanta seguridad sobre nuestro hijo? ¿Acaso le dijiste que estoy embarazada?» —interrogo al lobo.
*'Yo no le he dicho nada, he insinuado cosas sobre tu estado, como acordamos, pero es tan bruto que nunca capta el mensaje'*.
«¿Entonces crees que sospeche algo?».
*'No sé, pero es mejor que cambies de tema hasta que lo averiguemos'*.
—Fue una bendición cuando aprendí a leer —continué como si nada —ya que me entretenía leyendo todos los libros que tenía mi mamá y después que mi hermana nació me encargué de vigilar su sueño –añadí con aflicción, pese a los años que habían pasado aun me dolía hablar sobre ellas.
—Yo también hice lo mismo con Iván. Dirás que estoy loco pero con cada noche que pasaba junto a él el amor que le tenía se iba incrementando.
Sonreí, ya que a mí también me ocurrió lo mismo con Claudia.
—¿Crees que tantas semejanzas en nuestra niñez se debe a que somos almas gemelas?