Soy la mate del alfa

Maratón 2

Capítulo 44

 

.*Anna*.


Siguiendo los consejos de Josefina opte por usar un vestido corto y sin tirantes de color rojo, que me recordó un poco al que llevaba puesto la noche que Adolfo y yo estuvimos juntos.


También aplique labial color rojo pasión en mis labios, maquille mis ojos para que resaltaran, puesto que a Adolfo le encantan, y recogí mi cabellera negra azabache en una media cola, para dejar su marca a la vista, porque sabía que le gustaría.


Extrañamente me sentía emocionada por cenar, por pasar tiempo a solas con él. Era como si esta noche fuese a iniciar un nuevo comienzo entre nosotros.


En lo que llegue al comedor  mi emoción aumento, ya que el servicio se esmeró mucho en preparar la perfecta cena para dos; la iluminación era emitida por muchas velas aromáticas, la música era suave e instrumental y decoraron todo con rosas rojas y blancas (mis favoritas).


En otras palabras, era el escenario perfecto para una cena romántica a excepción de un pequeñísimo detalle… el novio no estaba y por los vientos que soplan jamás llegaría.

 

, ya que la mayoría de las velas se han consumido y de Adolfo no se ven ni las luces.

 

Admito que me siento muy decepcionada, enojada y triste por este desplante, me había arreglado especialmente para él y ni siquiera tuvo la consideración de avisarme que no vendría.


«¿Le habrá pasado algo?» —fue lo primero que pensé cuando pasó la primera hora, pero luego pensé que de ser así me hubiese enterado, ya que las malas noticias son las primeras en llegar.


Lo que dejaba una sola opción que justificaba el retraso del perro cobarde; se había olvidado de nuestra cita.


«¿Tan poco le importaba pasar tiempo conmigo? ¿De esta manera pensaba ganarse mi perdón? ¿Era tan poca cosa para él que se olvidó de mí?» —el ruido que hace un florero al romperse contra el piso interrumpe mis pensamientos.


—¿Quién anda allí?  —hablé en alemán y un Adam asustado se arrodilló delante de mí.


—No se asuste, Luna, soy yo —bajó la mirada al suelo.


—Adam, por favor levántate del suelo y llamame por mi nombre —el chico se puso de pie rápidamente pero mantuvo la mirada clavada en el frío mármol. —¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Adolfo? ¿Le pasó algo malo? ¡RESPONDE! —le grité al no obtener respuesta.


Había pasado tantas horas sin tener noticias suyas que tenía la ansiedad y los nervios a millón.


—El alfa está bien —susurró y sentí como la tensión que había acumulado en todo este tiempo iba descendiendo.


—¿Por qué no vino? ¿Por qué se olvidó de nuestra cita? —pregunté más seria de lo que pretendía. Pero no pude evitarlo, ahora que sabía que estaba bien la ira se apoderó de mí.


«¡Qué tonta eres! Él nunca dijo que esto sería una cita» —esa molesta voz que no dejaba de atormentarme se coló en mis pensamientos.


—El asunto que lo requería se complicó —se limitó a decir y una sensación extraña me embargó.


«Ese asuntos tiene nombre, apellido y es dueña de una rubia melena y unas curvas voluptuosas» —opinó la misma voz.


«Claro que no, él me prometió que haría lo imposible por conseguir mi perdón y sabe que si vuelve a engañarme con la tarántula me perderá para siempre».


«A él no le interesas, no le importa ganarse tu perdón. Solo te quiere para tener a su sucesor contigo» —se rió estruendosamente. —«¿Cuándo vas a entender que a una loca como tú nadie puede querer?».


«¡Cállate!».


—¿Luna, se encuentra bien? —la voz de Adam me trajo de nuevo a la realidad.


—Sí, no te preocupes.


—¿Segura? Yo la veo muy pálida —insistió.


—Eso es porque no he comido —miento. —¿Por qué no estás celebrando la navidad con los otros? —le pregunto para desviar el tema. —Tengo entendido que los jóvenes de la manada se divertirian esta noche en una discoteca.


O al menos eso era lo que Josefina me dijo cuando le pregunté por su cita con Brad.


—No me gustan las fiestas…


«Ni a mí» —pensé.


—Además…


—Mirame —le ordené porque me molestaba que mantuviera la cabeza baja.


—Además estoy aquí para cuidar de usted, por ordenes del alfa —dijo como un robot después de darme la cara.


—Puedes tutearme —le sugerí.


No me gustaba que me tratasen de usted, a pesar de que la edad no era algo que me preocupase. Es más yo sería del tipo de mujer que luciría sus canas con orgullo.


—Eso sería una falta de respeto de mí para con usted.


—No me trates de usted —hice un puchero —no soy mucho mayor que tú, a penas tengo 20 años y tú… —Evalúe las facciones de su lindo y delicado rostro. —¿18? —una enorme sonrisa se dibujó en su cara.


—Tengo 218 años humanos —mi boca se abrió de la impresión —pero gracias por quitarme edad.


—¿Tienes 218 años? —repetí sin poder creerlo.


De los hombres que se la pasan con Adolfo Adam es el más joven, y si él eran tan viejo ¿cuántos años tenía mi marido que parecía ser el mayor de ellos?


—Después de mí viene Iván con 319 y le siguen Brad y Adolfo con 328 —dijo como si me hubiese leído la mente.


—¡Pero si aparenta 28 años! —exclamó estupefacta y él se rió.


—Recuerde que para nosotros los años pasan de diferente manera.


—Cierto, pero eso no… —un estrepitoso estómago me interrumpió y yo me partí de la risa porque que no había sido el mío. —¿Tienes hambre? —Adam se sonrojó de la vergüenza que le hizo pasar su estómago.


—No, señora —mintió y yo Sonreí.


—Vamos, acompañame a cenar —le propuse y él negó enérgicamente.




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