.*Anna*.
—¡USTED ESTÁ EMBARAZADA! —Gritó al borde de la histeria cuando dejó de toser y yo agradecí internamente que nadie estuviese cerca.
—¡Baja la voz! —lo regañe.
—¿Está embarazada? —volvió a pregunta pero esta vez casi en susurro.
—Sí, lo estoy —admití y sentí mis mejillas arder.
Él dejó los cubiertos en la mesa y se tomó todo el vaso de agua que tenía enfrente.
—Adolfo se morirá cuando se entere —murmuró y las alarmas saltaron en mi interior.
No quería que se enterara por nadie, yo misma quería decirle pero de una manera original. Por eso le pedí a Brad que fuésemos a comprar una ropita de bebé, justamente ese conjunto verde que vi el otro día.
Pensaba a mitad de la cena colocar el regalo sobre su plato para estar atenta a su reacción cuando lo abriera y deduciera lo que significaba.
—Por favor no le vayas a decir nada a Adolfo —le supliqué y su boca formó una enorme O y me miró con más sorpresa que hace unos instantes.
—La criatura es de Luis —murmuró con convicción y eso me molesto.
¿Por qué todo el mundo pensaba que mi hijo era de Luis?
*'Quizás porque todos saben los sentimientos que sientes hacia ese desgraciado y saben que podrías entregarte a él sin problemas'* —habló Velika por primera vez en toda la noche.
«Ahora sí apareces lobo traidor» —le reclamo.
Desde hace mucho rato estoy preguntándole por el paradero de Adolfo y ni siquiera se tomó la molestia de decirme por lo menos que estaba vivo.
—Adolfo se volverá loco —comentó Adam, trayéndome a la realidad.
—¿Qué?
—Cuando sepa que estás embarazada de Luis enloquecerá —habló con desesperación mientras se cubría la cara con ambas manos.
—Adam, el padre de mi bebé es Adolfo —aclare y por la expresión de duda en su rostro supe que no me creyó. —¿Por qué piensas que el padre es Luis?
—Anna, —tomó mis manos entre las suyas —no vayas a sentirte avergonzada pero…
«¿En qué momento comenzó a tutearme?» —me pregunté pero no le dije nada, prefería que me tratara informalmente.
—Adolfo nos contó a Iván, Brad y a mí que tú… —la cara de Adam se puso del mismo color que su cabello —lo habías traicionado con Luis Miller el mismo día que estuviste con él —dijo rápidamente y yo me congele en mi lugar.
«¿Cómo Adolfo sabía eso?» —un escalofrío surcó mi cuerpo.
Se supone que nadie nos había seguido a Sao Paulo y para ese entonces nadie sabía que yo existía, así que no pudieron reconocer que yo era la mate de Adolfo.
—Él se enteró de tu traición por las marcas que aparecieron en su cuerpo —dijo como si hubiese leído mis pensamientos.
En ese preciso momento las quemaduras de diferentes tamaños y grados que adornaban todo el torso de Adolfo, las mismas que supuraban un líquido escarlata, la noche que me marcó a la fuerza vinieron a mi mente.
“Esto ¡ES GRACIAS A TI!” su voz retumbó en mi cerebro y me sentí mal por él.
Yo mejor que nadie sabía lo que dolían esas marcas así como también sabía lo horrible que era sentir esa sensación de asfixia mientras te estaban engañando.
—Él no tiene moral para reprocharme nada, él me era infiel cada noche con la tarántula —menciono con rencor. —De no ser por Margaret y Fina que curaban esas mismas heridas cada mañana hubiese muerto de una infección y eso a él no le importó.
—Sí le importaba, ¿Quién crees que llamaba al médico cada vez que te ponias mal? Adolfo…
—¡Eso no era suficiente! —lo interrumpí. —Si tanto se preocupaba por mí debió parar de herirme.
—Tienes razón, no justifico lo que hizo, pero solo actuó cegado por los celos. Los hombres lobos solemos ser muy impulsivos y celosos.
—¿Por qué Adolfo te contó que lo había engañado con Luis? —cambié la dirección de la conversación.
Para mí Adolfo no tenía justificación.
—Él yo eramos muy buenos amigos, pero su comportamiento contigo me decepcionó tanto que decidí tratarlo solo como mi Alfa.
Mi boca se abrió de par en par al comprender que para todos aquí, o al menos para todo los que hayan escuchado a Adolfo, yo era una ramera que se acostó con su amante horas después de haber estado con su mate.
La ira poco a poco empezó a llenar cada una de mis células porque me estaban difamando.
—Escuchame bien, Adam —levante su barbilla y lo obligué a mirarme directamente a los ojos. —JAMÁS me acosté con Luis —resalte el jamás para que no quedara duda. —Él único hombre con el que he estado es Adolfo y todavía no me explico cómo fui capaz de eso —eso último lo dije más para mí que para él.
Después de lo que viví el contacto físico me repugnaba, tuve que pasar por muchas terapias para volver a tolerar los abrazos y otras muestras de cariño. Pero todo tenía un limite y esa noche con Luis llegue a él.
«¿Cómo fue que con Adolfo pude pasar ese límite?» para mí eso era un verdadero misterio. Al principio creí que era por lo borracha que estaba pero con Luis también estaba bastante tomada y no pude hacerlo con él. Entonces, ¿qué influyó para que dejara que Adolfo me tocara de una forma de tan intima?
—¿Eras virgen cuando estuviste con Adolfo?
—Sí —admito —y por unas copas de más termine en su cama.
Inmediatamente me arrepentí de decir eso porque soné una puta.
—Si eso fue así ¿cómo explica las quemaduras en el cuerpo de Adolfo? —Inquirió.
No quería recordar mi pasado, porque esa herida todavía me dolía demasiado, pero debía hacerlo para quitarme la mala fama que tenía por culpa de un lengua suelta.
—Esa noche… —rasque mi cuello —estuve a punto de acostarme con Luis —reconocí. —Pero los fantasmas de mi pasado no me dejaron —miré a un punto fijo.