Soy la mate del alfa

Cap 51 parte 3

.* Ana*.


Después de varias canciones en español comenzó esa canción de Alan Walker que no podía sacarme de la cabeza, The Spectre. En lo que los primeros acordes se oyeron varias de mis nuevas amigas gritaron emocionadas y empezaron a entonar la letra.


Yo por el contrario me mantuve callada, sin despegar la mirada de los ojos de Adolfo, mientras me movía lentamente, al ritmo de la música. Los ojos de este hombre me encantaban; había tantas tonalidades de azul en su iris que me inquietaba y al mismo tiempo me otorgaba una paz infinita.

 
—¿Te estás divirtiendo? —emuló con los labios y yo asentí, pero luego de eso no pude despegar la vista de allí. Sus suaves, apetecible y rojos labios me incitaban a probarlos cuanto antes.


Sin embargo, me tomé mi tiempo para caer en la tentación; primero posé mis manos en su cuello y luego recorte toda la distancia que nos separaba, para sentir su calor y su olor.


Él aprovechó esto para tomarme por la cintura y apretarme contra su cuerpo para que así no tuviese oportunidad de huir. Lo que él no sabía era que mis pensamientos de abandonarlo había desaparecido casi por completo.


«Ya no te volverás a acercar a la tarántula peluda» —pensé en lo que juntó su frente con la mía y al sentir su respiración contra mi piel mi autocontrol se terminó por completo, sucumbi a mis deseos de besarlo apasionadamente. Adolfo no tardó en corresponderme con la misma vehemencia que yo y en ese momento me sentí plena. Sentí como todos mis miedos se desvanecían, que todos a nuestro alrededor desaparecieron y solo estábamos él y yo, hasta que tuve que alejarme en busca de oxigeno.


Mi corazón palpitaba a toda velocidad, mi respiración era errática y me sentía ansiosa y desesperada por obtener más de él, por tenerlo todo de él.


—¿Esto es real? ¿De verdad me quieres? —la voz de Adolfo inundó mi cavidad auditiva. Pero no pude responderle porque el sonido de los fuegos artificiales se escuchó a lo lejos y millones de colores iluminaron el salón. Todos salimos a la terraza para contemplar mejor las luces del cielo y no pude evitar recordar la maravillosa tarde que pasamos en el parque Disney. Sonreí como estúpida y al mirar a Adolfo me entraron unas ganas de volver a sentir sus labios sobre los míos pero vi a la estúpida de Sophie no muy lejos de nosotros y decidí ponerlo a prueba una vez más.


—Ya son las doce, deberías ir con tu amante —murmuro cuando veo a las otras parejas abrazarse y besarse.


—Mi familia eres tú, no ella —unió su frente con la mía. —Así que… ¡Feliz año ,belleza! —su aliento me estremeció de cabeza a pies y lo besé. Él rápidamente me siguió ya que anhelaba este beso tanto o más que yo. Pero a diferencia del que nos dimos en la pista de baile este era lleno de ternura, amor y dulzura.


—Te quiero tanto perro cobarde que… —No pude terminar la oración porque unas arcadas me llegaron.


—¿Qué ocurre? —Preguntó con preocupación. —¿Te sientes mal?


—Voy al baño —logré articular antes de entrar corriendo de nuevo al salón y él me siguió.


—Te acompaño... No mejor dejo de molestarte —dijo con voz apagada pero antes de que pudiese preguntarle a qué se refería las nauseas volvieron a inundarme y corrí lejos de él.


Afortunadamente para mí no había nadie en el baño y pude vomitar sin ninguna interrupción. Pero después de vomitar por décima vez deseé que alguien apareciera y llamara al médico, porque me sentía tan débil que creí que en cualquier momento me desmayaría.


—¡AQUÍ ESTÁ! —oigo la voz de Fina detrás de mí. —¿Anna, estás bien? —me ayuda a ponerme de pie. —Te hemos buscado por todas partes.


Mis ojos la enfocan y notó la preocupación en su mirada.


—Mis emociones están tan revueltas que no he dejado de… —No terminé porque tuve que arrodillarme de nuevo frente al inodoro.


—¿Cuántas veces has vomitado? —quiso saber.


—Once —murmuro en lo que logro incorporarme y caminar con su ayuda al lavamanos.


Necesitaba enjuagarme la boca y echarme agua fría en la cara para ver si dejaba de sentirme tan mareada y desorientada.


—No creo que sea buen momento, Josefina —murmura una voz masculina. —Hay que llevarla al pethouese para que descanse.


—Hay que decirle, una noticia como esa no la puede tomar desprevenida —susurra Fina y es cuando noto la presencia de Brad.


—¿Cuál noticia? —los interrogo y ambos se tensan al oírme. —¿Qué sucede? —comparten una mirada de pena antes de dirigirse a mí.


—Es que… —Brad mira a Fina y ella se muerde el labio inferior.


—¡Adolfo reconocerá al hijo de Sophie como su heredero! —suelta ella tan rápido que a mi cerebro le tomó un poco de tiempo procesar la información.


—No puede ser… Él…no…no —tartamudeó sin control porque no podía creer semejante barbaridad. —Dime que no es cierto. Dime que es una broma pesada —le pedí a Brad y él negó con la cabeza.


—No Anna, él nombrará a Sophie como Luna Superlativa para que su hijo se convierta en su sucesor —mi presión arterial disminuyó hasta casi hacerme perder el conocimiento. —Te dije que no era buena idea decirle —opina Brad mientras me sostiene para que no caiga al piso.


—Ella tenía que saberlo, porque si se enteraba mañana o peor aún que estuviese presente durante el anuncio, ¿cómo crees que se sentiría? —repuso Fina. —Huele esto —colocó un pañuelo que tiene un fuerte olor a menta.

—¿Qué es eso?


—No tengo idea, Margaret me lo dio por si Anna se desmayaba esta noche.


—¿Ella sabía lo que Adolfo haría? —La cara de Fina palideció y yo aparte el pañuelo de mi cara.


—Diganme que no es cierto —murmuro pese al nudo de mi garganta. —Diganme que Adolfo no prefirió a la tarántula por encima de mí, no después que le confese que le quería —las lágrimas inundaron mis ojos.




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