Soy la mate del alfa

Cap 60

.*Anna*.


Justamente hoy podría ser uno de los días más felices de mi vida; Isidoro dio a conocer el sexo de mi bebé y a mi lado estuvieron casi todas las personas que quiero y apreció; mis abuelos, Iván, Daniela, Fina, Brad, Margaret, Luciano, su esposa y gran parte de la manada. Pero ¿adivinen quién faltó? Nada más ni nada menos que el padre de la criatura, el único e inigualable, el maldito perro cobarde.


—¿Aún no llega? —le pregunto fríamente a Margaret mientras veo, por la ventana, como comienza a llover.


Adolfo anoche se despidió de mí, diciendo que iría a la ciudad a resolver unos asuntos, pero prometió que estaría de regreso antes de que terminara el baby shower, y eso pasó hace más de 5 horas.


—No y nadie sabe adónde se fue —contesta con la vista clavada en el suelo, avergonzada por el comportamiento del "niño" que crió.


De hechos nadie en la casa se atreve a darme la cara; algunos por vergüenza, otros por lástima y la mayoría por temor. Con ellos nunca he sido mala o grosera, pero desde la desaparición de Adolfo estoy tan furiosa que he pagado el coraje con el todo el que se me cruce enfrente.


«Más te vale que tengas una muy buena excusa Adolfo o descansarás 3 metros bajo tierra» —Pienso.


—Quizás le paso algo grave —comenta Margaret con un hilo de voz.


—Cada vez que intento comunicarme con él me bloquea y hace 20 minutos sentí un ardor en mis labios —digo mirando a Margaret con rabia. —Así que debe estar en muy buena compañía —noto como ella palidece ante mi respuesta.


—No creerás que.... —no la deje terminar.


—Es justamente lo que creo. Y juro por mi bebé que voy a matarlo en lo que cruce esas puertas, a menos que tenga una muy buena excusa —dictamino señalando las puerta del despacho.


—Mi niña, debe haber otra explicación. Adolfo te adora, no creo que sea capaz de engañarte… —acude a su defensa y la ira crece en mi interior.


—¡YA LO HIZO UNA VEZ Y ES MUY PROBABLE QUE LO LO HAGA DE NUEVO! —grito tan fuerte que Margaret se asustó. —Lo siento, no debo desquitar mi rabia contigo —digo masajeando mi cien con los dedos para traquilizarme.


—No te preocupes mi niña —ella me acaricia la cabeza dulcemente, como una madre lo haría con su hija. —Sé como te estás sintiendo, el miedo y la incertidumbre te están consumiéndo.


No dije nada pero era verdad lo que ella decía; estaba actuando así para ocultar mis verdaderos sentimientos; porque lo que realmente sentía era pavor de que le hubiese pasado algo malo.


—Mi niña, yo sé quienes pueden saber dónde está Adolfo —murmuró. —Solo hay dos personas en esta casa a las que mi niño le confiaría su vida y la de sus seres queridos sin dudar —añade al ver mi cara de confusión.


Todas los engranajes de mi cerebro empezaron a trabajar y solo dos nombres se me vinieron a la mente. Camino hacia el escritorio y me siento en la silla del Alfa.


—Aunque dudo mucho de que les puedas sacar la información que necesitas —agrega.


—Claro que lo haré, así que Dile a Brad e Iván que quiero hablar con ellos ahora mismo —le pedí amablemente.


—Los llamé hace rato pero ¿Cómo piensas hacer que hablen? —pregunta con curiosidad.


—Tengo mis métodos —me limito a decir.


Pensaba recurrir al chantaje emocional, porque esa es una de las mejores herramientas que una hermana menor tiene pero no estoy de humor para eso, así que los amenazare con lo que más les importan: "Daniela y Josefina".


—Está bien —dice antes de irse, porque los dos hombres que mandé a llamar entraron en el despacho; uno con la mirada clavada en el suelo y el otro con una gran sonrisa en su cara bonita. Les hago un ademán con la mano para que tomen asiento frente a mí.


—En este mismo momento —comienzo en lo que se sentaron —me van a decir ¿Dónde esta el perro de su jefe? —les ordeno sin emoción alguna.


Ambos me miran y se miran entre ellos un par de veces. En los ojos se Brad logro ver el reflejo de su miedo y en los de mi cuñado solo diversión.


—Cuñis, ya te hemos dicho varias veces que no tenemos ni idea de…


—No les creo —le corto el discurso premeditado.


—Ese es tu problema no el mío —dice Iván encogiéndose de hombros mientras Brad permanece en completo silencio, confirmándome que sí saben y me lo están ocultando.


«Tendré que presionarlos más para que hablen».


—Les daré una última oportunidad para confesar o se atendrán a las consecuencias —los amenazo seriamente.


—¿Qué nos podría hacer una mujer embarazada? —dice con sorna mi cuñado.


—No tienes ni idea de lo que una mujer enojada puede hacer —abro la gaveta a mi derecha, saco una daga de plata y comienzo a jugar con ella entre mis manos. —Y más si ésta está embarazada.


Ellos miraron con detenimiento el arma y noté que sus cuerpos se tensaron.


—Ustedes deciden, o me dicen lo que quiero saber o los haré sufrir tan lentamente que rogaran para que acabe con su miserable existencia —me sorprendo ante lo dura y fría que salió mi voz al decir eso.


—Tú no serias capaz de hacernos daño —asegura un Iván muy sonriente.


—Pruebame —lo apunto con la daga y su sonrisa desapareció en el acto y el pánico se apoderó de su rostro. —Recuerda que soy la Luna Superlativa, una sola orden mía y la parte más importante de sus cuerpos será amputada —al terminar de decir eso ellos cubrieron su entrepierna, con ambas manos, en modo de defensa.


—¡Te contaremos todos! —se apresuraron a decir al unisono muertos del miedo.


Si no estuviese tan enojada juro que me hubiese orinado de la risa ante ésta escena, porque jamás pensé que yo podría ser tan intimidante y menos que ellos malinterpretarian la amenaza para mi bien; ya que yo no me refería a su polla sino a sus manos o pies.




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