Soy la mate del alfa

Epílogo

.*Anna*.


5 años después....


Me desperté exaltada, sudando frío, respirando con dificultad y con el corazón acelerado por culpa de esa horrible secuencia de imágenes que se repiten en mi cabeza noche tras noche.


—Ya paso, tranquila —siento como los brazos de Adolfo me envuelven y comienzo a sollozar porque la imagen del cuerpo inerte de mi hija se repite una y otra vez en mi mente. —Fue sólo un sueño más.


A veces pienso que vivir en la ignorancia es mucho mejor, porque mientras no sepas algo podrás vivir tranquilamente sin preocuparte por ello, así como está Adolfo.


—No fue un sueño. Fue una visión —susurró en su pecho antes de romper en llanto, porque me duele tanto llevar esta carga sola.


—¿Qué fue lo que viste que te alteró tanto? —me pregunta cuando logro calmarme un poco.


—Como me gustaría contarte y que entre los dos evitaramos que eso suceda, pero va contra las reglas de los dioses decírtelo —digo hundiendo mi cabeza en su cuello.


—Cuanto daría por estar en tu lugar —confiesa después de dejar un beso en mi cabeza. —Desde que te convertiste en la hija de la Luna no hay una noche en que no tengas pesadillas —yo levanto un poco la cabeza para mirarlo a ese par de gemas azules que tanto amo.


—Te equivocas —lo corrijo. —¿Te acuerdas el día que Luis, Adam y tú se emborracharon hasta olvidarse de su nombre?


—¡Cómo no me voy acordar! Si ese idiota tuvo el atrevimiento de venir a dormir con nosotros —exclamó indignado y yo me reí.


—Esa noche no tuve pesadillas —la expresión de Adolfo cambió de enojo a preocupación. —Naia me dijo que para controlar mis poderes debo permanecer muy cerca de mis dos mates.


Adolfo se quedó callado, mirando un punto fijo por varios segundos, lo que me hizo pensar que estaba procesando mis palabras.


—¿Por qué no me habías dicho eso antes? —acaricia mi mejilla tiernamente. —Hubiésemos buscado una solución para ese problema.


—No la hay.


—Claro que sí —toma una gran bocanada de aire, como para juntar valor antes de hablar. —Hubiésemos traído al idiota para que duerma aquí con nosotros —mis ojos se abrieron de la impresión.


—¿Permitirías eso? —preguntó incrédula, porque jamás pensé que Adolfo fuese del tipo de hombre que es capaz de compartir a su mujer.


—Con tal de que tú estés bien yo haría eso y mucho más —me siento encima de él y dejo un casto beso en sus labios.


—Gracias por quererme tanto —digo después de unir nuestro labios. —Pero no es necesario traer a Luis para acá, prefiero estar a solas contigo —lo vuelvo a besar, pero esta vez de una forma apasiona.


Él entiende mi mensaje y no tarde en corresponderme, cosa que agradezco porque necesito algo para distraerme de tantas cosas que tengo en la cabeza.


Luego de hacer el amor, Adolfo cayó profundamente dormido y yo me mantuve viendo el techo, mientras ideaba un plan para cambiar el destino de mi hija. Pero mi principal obstáculo para conseguirlo era el tiempo, puesto que hoy es el cumpleaños número 5 de Victoria y todavía no he podido hacer que cambie su forma de ser.


Cada día es más más tosca, más agresiva, más ruda, más salvaje y eso me tiene aterrada, ya que si sigue así cuando cumpla 21 años tendrá que liderar esa horrible guerra en dónde morirá de un balazo en el pecho.


«Hoy es mi último día para intentar que Victoria actúe más como una niña y menos como un niño». —Es el único pensamiento que cruza por mi mente cuando me levanto de la cama para comenzar el día.


—¿En qué piensas, mi niña? —me preguntó Margaret con mucho interés cuando entro en la cocina recién bañada. —Luces muy triste.


—Me parece increíble que Victoria ya esté cumpliendo 5 añitos... —miento por omisión, ya que a nadie puedo contarle lo que pasará, ni siquiera a mi esposo.


—Eso si es verdad, el tiempo está pasando muy rápido. —Dice colocando una fresa sobre el paste de Victoria. —En menos de lo que canta un gallo la pequeña Vikinga se enamorará, se casará y formará su propia familia.


Si todo seguía igual eso jamás pasaría, porque en el destino de Victoria estaba escrito morir.


—No la llames así, Margaret, por favor —le pido amablemente.


—¿Por qué? —inquiere con el ceño fruncido.


«Porque ese es el apodo de la mujer que va frente a una batallón de soldados, dispuestos a dar la vida por la paz».


—Si a mi Viki le encanta ese sobrenombre —añade.


—Pero a mí no, ese apodo es de bárbaros y ella es una princesa, por lo que debe comportarse como tal. —Digo elevando un poco el tono de voz.


—Anna, todo el mundo sabe que Victoria es todo menos frágil, refinada, y delicada, como generalmente son las princesa. —Comenta Josefina entrando a la cocina.


—¡Es que ustedes no pueden entenderme! —digo frustrada, por tener que callar todo lo que sé.


—Ya sé que es lo que le sucede —dice Margaret mirando a Fina con una sonrisa —Ella no le gusta que Victoria sea tan independiente, porque piensa que dejará de necesitarla y por consiguiente dejará de quererla —sus ojos me enfocan —¿Es eso, mi niña? —no le respondo. —Anita, los hijos siempre van a necesitar a su madre, tenga la edad que tengan. Así que no te tengas miedo de que Victoria deje necesitarte y menos de quererte.


—Gracias, Margaret —dije abrazándola.


Aunque ella no sepa el verdadero motivo que me tiene tan afligida no significa que sus abrazos no sean reconfortantes.


—¿Por qué Adolfo y tú no tiene otro bebé? —pregunta Fina comiéndose una fresa.


«Porque si salgo embarazada tendré un varón y, como él sería el sucesor de Adolfo, Victoria tendría que ser la emperatriz de los vampiros y eso la haría sufrir demasiado» —Pienso rápidamente.




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