Soy la mate del alfa

Cap extra 3

.*Anna*.


Creí que al darle la noticia a Adolfo de que estaba embarazada, tal como él quería, me consentiría, me minaría, cumpliría con mis caprichos y antojos y siempre estaría para nuestros hijos y para mí, pero ocurrió todo lo contrario. Ahora está más empeñado en encontrar a Octavio Kozlov antes de que nazcan los bebés.


Frente a los demás finjo fortaleza, como si está situación no me afectara, pero eso no significa que no me duela su ausencia. Me duela sentirlo lejos. Me duela que no pase tiempo conmigo y sus hijos.


—Mami —la voz de mi hija interrumpe el curso de mis pensamientos.


—¿Qué sucede, mi amor?. —Le pregunto cuando atraviesa la puerta de mi recámara.


—No puedo dormir —dijo trepando a mi cama y eso me inquieto.


Desde que Victoria era una bebé ha sufrido de insomnio, pero últimamente ha empeorado y eso significa que se está familiarizando cada vez más con la noche y con Naia.


«“Si sigue así terminará ocupando el lugar de Naia”» —las palabras de Vladimir se repiten una vez más, ya que él tuvo un sueño en donde Victoria no moría en esa guerra sino terminaba siendo la sucesora de Naia. —«No pienso permitir ese destino para mi hija».


—¿A las pulgas de la casa les gustaría un poco de compañía? —la pregunta de Luis me toma completamente desprevenida. Mis ojos lo captan y veo que luce su pijama favorita y en la mano trae una bandeja con dos tazas humeantes.


—Siempre y cuando seas tú, por supuesto —le respondo con una sonrisa.


No sabía cómo hacía Luis para enterarse cuando Victoria y yo estábamos solas y despiertas, pero me alegraba mucho de que él siempre estuviera para nosotras, cada vez que lo necesitábamos.


—¿Eso es chocolate? —los ojos de mi hija brillaron de alegría.


—Sí, pulguita, y este es sólo para —le entregó una taza a Victoria. —Y este es para tu mamá. —Me entrego la otra taza a mí.


—Gracias, Luis. —él me guiñó un ojo.


—¡QUÉ RICO ESTÁ! —exclamó mi niña luego de darle el primer sorbo. —Gracias, papá Luis.


A mi esposo no le gusta que Victoria llame papá a Luis, pero yo no puedo culparla o regañarla por eso, ya que él pasaba más tiempo con ella que Adolfo. Además me gusta ver como los ojos de Luis se iluminan cada vez que mi hija le dice papá.


—Me alegro que te guste, hija —él acarició con añoranza la cabeza de mi hija y eso me hizo sentir mal.


Me parece que mi madre fue muy injusta con Luis, no debió atarlo a mí de por vida, ya que él nunca podrá enamorarse o tener hijos propios sin hacerme daño. Y me llena de tristeza pensar en lo desdichado que es y será por mi culpa.


—Te amo tanto, papi —ella le dio un beso en la mejilla.


—Y yo a ti, pequeña.


«Al menos Victoria puede alegrar un poco su corazón». —Me digo a mí misma.


—¿Anna, por qué lloras? —me pregunta Luis cuando me enfoca.


—No estoy llorando —miento.


—Tienes los ojos rojos y un par de lágrimas corriendo por tu rostro —me hizo ver.


«Él no puede saber que estoy llorando porque le tengo lástima ».


—¿Qué tienes? —preguntó cuando Victoria se sentó en sus piernas. —¿Es por el perro cobarde?. —No le respondo para que asuma que es por eso, puesto que él, al igual que Daniela, saben cuando les miento. —Sé que es por él, últimamente se está ausentando mucho e imagino que lo extrañas demasiado.


—Él quiere encontrar a Octavio  —es lo único que le digo con la vista clavada en el suelo.


—Y lo admiro por eso —lo observo sin entender a qué se refiere. —No cualquiera es capaz de proteger a su familia como lo hace él.


—¿Mami, me das tu chocolate?. —mi hija reclama mi atención.


—Claro, mi cielo —le entrego mi taza y ella comienza a tomarse todo el contenido.


—Prometeme que el perro cobarde no se enterará de lo que acabo de decir —esbozo una sonrisa.


—Lo prometo.


—¿Papá Luis, me podrías dar más chocolate? —habló Victoria cuando se terminó mi chocolate.


—Sólo si me das un besito aquí —dijo Luis señalando su mejilla.


—Nop. —Mi niña se cruzó de brazos e hizo un puchero.


—Entonces no te doy más chocolate.


Victoria lo miró y luego a mí.


—Mami, dale un besito a mi papá para que me de más chocolate. —Pidió y tanto Luis como yo nos reímos.


—¡LARGO DE MI CASA! —el grito de Adolfo interrumpió nuestro momento de alegría.


Al ver la expresión de su cara me di cuenta de que había escuchado parte de nuestra conversación.


«Que no sea lo que pienso, por favor».


Luis al ver que mi esposo se acerca, como un toro embravecido, bajó a Victoria de sus piernas.


—¡NO TE QUIERO CERCA DE MI HIJA O DE MI MUJER! —Adolfo tomó a Luis por la camisa y lo tiró en el suelo.


—¡ADOLFO CALMATE! —exclame.


—¡¿CÓMO ME PIDES QUE ME CALME, SI ÉSTE INFELIZ SE ESTÁ ROBANDO A MI FAMILIA?!. —Gritó colérico. —¡SUFICIENTE TENGO CON QUE VIVA AQUÍ!


—Yo no te estoy robando nada —se defendió Luis poniéndose de pie.


—¡AH NO! ENTONCES EXPLICAME ¿POR QUÉ MI HIJA TE DICE PAPÁ? —dijo con ironía.


–Quizás sea porque él pasa más tiempo con ella que tú —intervine antes de que estos dos se agarraran a golpes.


—¡YA ENTIENDO CUÁL ES TU JUEGO! —me dedica una mirada de desprecio. —¡ERES UNA…


—Ni se te ocurra llamarme de esa manera o te arrepentirás —lo amenacé, porque la Anna que le tenía miedo y se dejaba insultar por él es muy diferente a la Anna que soy ahora.


—¡¿CÓMO SE SUPONE QUE DEBO LLAMARTE?! —alzó la voz. —¿ACASO ME VAS A NEGAR QUE ME OBLIGASTE A VIVIR BAJO EL MISMO TECHO QUE ÉSTE IMBÉCIL PARA VERME LA CARA DE ESTÚPIDO?




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