A los 16 años había una chica que me gustaba mucho, desde que la vi, no podía apartar mi mirada de ella.
Pero, ella era imposible.
Primero, era heterosexual.
Segundo, tenía un novio, de nombre Dylan.
Tercero, era mayor que yo... sí, ella tenía 26 años y era mi maestra de Literatura. Se llama Nicole.
Todo mal. Puse mis ojos en una mujer que no debía.
Como todos los lunes a viernes, tenía que ir al colegio, me encantaba y al mismo tiempo odiaba ir al colegio.
Fácil, me encantaba porque la veía en casi todas las aulas, y la odiaba porque cuando la veía, yo tenía la mala suerte de verla con su novio que la iba a visitar frecuentemente.
Y ese día no era la excepción, ahí estaban los dos riéndose como si no hubiese un mañana. Cosa que me pareció hermoso porque por lo menos la veía feliz.
En eso habían tocado el timbre, que significaba fin del receso.
Todos habíamos entrado y sentado en su lugar que a todos les correspondía.
En eso mi maestra se levanta de su asiento y nos dijo.
- Alumnos, como muchos ya saben, me voy a casar en dos semanas.
Todos comenzaron a aplaudirle, excepto yo. No podía aplaudir porque no estaba feliz. O sea, la chica que que me gusta se iba a casar en dos semanas.
Pensaba en si suicidarme era la mejor opción. No.
Mi abuela no pararía de llorar y moriría de la depresión.
Los días iban pasando y mi tristeza aumentaba más y más.
Cada noche, lloraba en mi habitación, mis padres no sabían que me estaba pasando, ellos seguramente pensaban que algún chico me había roto el corazón.
No. Lloraba porque la chica que me gusta desde la primera vez que la vi, se iba a casar y yo sin declararme a ella.
Así que decidí hacerlo. Me iba a declarar.
Tres días antes de la boda, como siempre mi maestra apareció, ella dijo que no le importaba si tenía muchas cosas. Que quería pasar sus últimos días con sus alumnos favoritos. O sea, nosotros.
Pensaba en declararme en el último receso, ya que ella se va a otra aula.
Las hora pasaban y tocó ese receso que tanto me ponía nerviosa, que me hacía tener ganas de vomitar o llorar.
Todos mis compañeros se habían ido y yo me quedé con ella. A solas.
- Señorita Aiyana, ¿no irá a su último receso? Mire que después le toca con la maestra Nogales y no la va a dejar salir en su clase.
- Maestra... tengo algo importante que decirle.
Ella me miró, su mirada siempre me transmitía paz, algo que me encantaba de ella.
- Dígame.
- No sé cómo decirle, pero siento algo por alguien... creo que me enamoré de esa persona, y no puedo ser correspondida por dos razones.
- El amor siempre ha sido así, señorita. Es duro.
- Es una chica.
- ¿Hay algo de malo con eso?
- No, esa no es la primera razón... la primera razón es que... es mayor que yo y... es usted.
Mi maestra abrió los ojos muy asombrada. Obvio, una de sus alumnas se le estaba declarando cuando ella en tres días se iba a casar.
Después, calmó su rostro y me miró.
- Aiyana, no te puedo corresponder, lo siento. Me casaré en tres días y no le quiero ser infiel a mi futuro marido. Espero que lo puedas entender, sé que habrá una chica que sí pueda corresponderte.
Agarró sus cosa ya preparadas, no me di cuenta cuando las preparó.
Ella se fue, dejándome a mí sola.
Mi corazón le dolía todo esto, pero por lo menos me saqué un gran peso sobre mis hombros.
¿Así se sentía ser rechazada? Pues, es la cosa más horrible que he experimentado en mi corta vida.
Papá... sí, soy una débil. Porque si no fuera débil, no estaría llorando en el baño del colegio.
Sólo me faltaba decirles a mi familia, caso que será difícil.
Iré preparando mis maletas. Nadie me va a humillar, porque a Aiyana Rodríguez, nadie la humilla, ni le quita su dignidad.