Joyce.
¿Han deseado tener ese mágico momento en donde te estás despertando? ¿Ese en el que quisieras despertar como la Bella durmiente o Blanca nieves? ¿En dónde un príncipe azul te despierta con un beso y entre los alrededores se pasean las aves cantando su típica canción? Porque yo si lo he tenido, pero como la realidad es otra tenemos que despertar como las momias de Tutankamon mientras tratas de no mirar al espejo para que este no se rompa o tu no salgas espantada al mirar tu propio reflejo. Triste realidad ¿No?
Trato de levantarme sintiendo como en cualquier momento mi cara saludará el suelo por la falta de visión y cuando logro hacerlo me dirijo al baño como si de un zombi se tratara. Al entrar me deshago de la poca prenda que llevo y me doy una ducha rápida puesto que el agua esta algo fría, lavo varias veces mi rostro para despertarme lo mejor que logro permitirme y ya aseada y sin rastros de momia en mi cuerpo, tomo una toalla que se encuentra colgada a mano izquierda y la enrollo en mi ser.
Voy de regreso a mi habitación y busco lo que me pondré dentro del armario, decidiéndome por unos pantalones desgastados, una camisa a cuadros color rosa pálido y unos botines cortos color beige. No duro mucho en vestirme, puesto que no quiero que se me haga tarde y por ultimo dejo mi cabello oscuro amarrado en una coleta improvisada, dejando suelto algunos pequeños rulos. Camino por la habitación y me detengo unos segundos en el espejo.
—Tan bella como siempre y sin dejar de ser natural —me alago ya que hacerlo de vez en cuando no matará a nadie.
No soy fea y eso siempre lo he sabido, tampoco es que me crea la gran cosa porque se perfectamente que tengo muchos fallos, pero eso no me impide alabarme cuando tengo la oportunidad para hacerlo.
Mientras las personas busquen todos tus defectos uno mismo tiene que intentar buscarle sus ventajas. De todos modos las personas siempre estarán preparando un poco de veneno para lanzarte, solo tienes que llevar a cuesta tu propio antídoto para evitarlo.
Tomo mi mochila y reviso para asegurarme que no se me quede nada importante. Cuando ya me he asegurado de que todo esté en orden salgo de la habitación y camino por el pequeño pasillo hasta llegar a la sala donde todo se encuentra a oscuras, quizás unos que otros rayos de sol dispersándose a través de la ventana pero nada más.
Miro el sofá a dos pasos de mí y me acerco dejando mis cosas en él. Noto que Max aún no se ha levantado y suspiro como siempre que sé que llegaré tarde a algún lugar. Ya ha pasado tres días de lo ocurrido y tres días de haber llegado a este país. Hasta el momento Max ha estado en buena condición, pero como los santos no existen cada vez que llega uno que otro amigo finge estar en las peores condiciones.
De todos modos a pesar de aun no haberme acostumbrado del todo a las personas, su cultura o cómo actúan aquí, no me es imposible acostumbrarme a Max, a sus locuras, sus contantes coqueteos o sonrisillas con otros chicos o su mala costumbre de llegar tarde a algún lugar. Es ahí a donde nos lleva el día de hoy con el ahora mientras camino a su habitación.
Cuando entro a su habitación lo veo totalmente rendido en su cama roncando como oso y envuelto entre la sabana como si de un rollo se tratara, me acerco a él y lo llamo.
— ¡Max! —empiezo a moverlo pero se enrolla más en la sabana volviéndose un ovillo— Max ya... suéltalo —digo tratando de quitarle la sabana pero éste solo gruñe y lo agarra con más fuerza.
Sigo tirando hasta que de un momento a otro la suelta provocando que vaya de bruces contra el piso, escucho como el tarado se empieza a reír.
—Eres un idiota —lo fulmino con la mirada mientras me pongo de pie y empiezo a sobar mi trasero.
—Cariño ¿No me dijiste que lo soltara? Pues eso hice —se hace el inocente restándole importancia mientras mueve sus manos de un lado a otro y me guiña un ojo.
Este bosteza e ignorando mi petición vuelve a enrollarse entre las sabanas ahora con más fuerza, suspiro con desgane y cuando voy a abrir las ventanas de su habitación, una idea fugaz pasa por mi mente así que luego de abrirlas todas simulo caminar hacia la puerta y hablo esta con desinterés.
—Como sea, solo quería mencionarte que afuera se encuentra un chico preguntando por ti desde hace dos hora, le dije que ibas a estar listo pronto pero como prefieres quedarte acostado le diré que se vaya.
Voy a abrir la puerta para salir cuando su voz me hace detenerme.
—Dile que estaré en quince minutos. No te atrevas a decirle que se vaya o te asesino.
—No, si quieres puedes quedarte, no habrá ningún problema si le digo que vuelva más tarde.
— ¿Qué? Claro que no, no te atrevas o juro que hasta hoy respiras Joyces.
—Como usted diga señor —bromeo haciendo un saludo militar para luego salir de su habitación.
Niego con la cabeza y con una sonrisa me dirijo a la cocina. Camino hacia la alacena y busco un vaso y un paquete de mis galletas favoritas, dejo el paquete encima del desayunador y voy hacia la nevera con el vaso en mano para un poco de limonada.
Ya con el jugo en mano me siento cerca de donde deje mis preciadas galletas.