La tecnología es algo que siempre me ha costado un poco entender. Si bien, era común en mí sacar buenas notas en mis estudios con respecto a la ciencia del cuerpo humano, el hecho de tener que aprender a investigar una rama completamente diferente que tiene que ver con un ser inanimado, lleno de cables, y quién sabe qué otros elementos más posee de la ciencia tecnológica, me resulta todo un embrollo.
—¡Así no! ¡Inténtalo otra vez! —me reprochó una voz envuelta en un enfado que yo no podía contener.
—¡Sí, lo siento! —respondí con nerviosismo y algo cohibida.
La persona que me regañaba e intimidaba en estos momentos, se trataba nada más y nada menos, que de mi instructor; un hombre que escapaba a los ojos de la sociedad, y que trabaja a escondidas para el señor Bon, es decir, un hacker de primera categoría. Es de sabios preguntar el porqué de mi entrenamiento cuando cuentan con semejante individuo a su disposición, pues es simple, porque no pueden revelar una de sus armas más inteligentes.
—¡Lo estás haciendo mal de nuevo! ¡A este paso no podrás serle de utilidad al señor Bon, chica estúpida! —me gritó, y provocó que mi cuerpo se tensara a tal grado, que empecé a temblar.
—¡Sí! —volví a responder en lo que mis dedos se esforzaban por moverse ahora más rápido que antes, pues estaba intentando descifrar un código que él mismo había armado para mí, y desde luego, apenas llevaba unas horas en esto, y ya me estaba desesperando por culpa de Asteris; así se hacía llamar este tipo, pues al parecer no deseaba airear su verdadera identidad.
Mis nervios iban en ascenso, y esto podía notarse con sólo mirar mi piel, la cual expulsaba notablemente una fría sudoración producto de lo mismo.
Me encontraba atrapada en un mal momento, pero fui salvada por la campana, o mas bien, por el novio de mi hermano, Davis, quien había entrado azotando la puerta, lo cual provocó que volteáramos.
—Es hora de empezar a movernos, Lili, así que prepara tus cosas, y no lleves más de lo necesario. Será un viaje de ahora en adelante exhaustivo y sin descansos de por medio —me advirtió el pelinegro con el mechón colorado, así que miré a mi maestro, quien me observó por detrás de sus anteojos, e hizo una señal con la cabeza para hacerme entender que no se oponía.
—Seguiremos con las clases más tarde, por ahora es de vital importancia mantenerla segura —declaró aquel sujeto, y entonces yo asentí.
—Está bien Davis, gracias por avisarme —de repente, entraron unos hombres encapuchados, los cuales enseguida supuse que se trataban de sus subordinados.
—Ellos te guiarán hasta la casa, pero ten cuidado, no sabemos qué pueda suceder de ahora en adelante —yo asentí ante la advertencia de Davis, y me dejé guiar por los guarda espaldas que me había asignado.
Salir del lugar al que me habían llevado previamente después de mi retirada del hospital, fue algo engorroso, principalmente por la intensa lluvia que se mostraba ahora mismo. El espeso aguacero me entregaba cierta nostalgia por la ausencia de: mi hermano, Davis, pero más que nada, de mi novio. No había pasado mucho tiempo desde que me había declarado, de modo que me sentía disconforme, ya que no habíamos estado juntos lo suficiente como para disfrutar de eso, en su lugar, nos preparábamos cada uno para librar una batalla que nos entregaría la libertad que deseábamos.
Ahora, despegándome de mis pensamientos y, aplastando los charcos debajo de nosotros con nuestros zapatos, nos subimos a la camioneta más próxima para luego dirigimos a la casa. En cuanto arribamos, entré con velocidad, y tomé lo que necesitaba. No me detuve a elegir demasiado entre mis pertenencias, o quizás un poco de “sí” había en eso. He de admitir que perdí unos minutos eligiendo entre mis variadas mochilas, por lo que en ese momento mi hermano me llamó por teléfono, así que mientras seguía en mi odisea, lo puse en alta voz.
—¿Qué tanto andas eligiendo? ¡Tenemos que apresurarnos para ir al aeropuerto! —declaró Louis.
—¡Ya casi termino! —me tomó unos segundos darme cuenta de que él sabía lo que hacía—. ¿Cómo es que sabes qué estoy haciendo? —pregunté desconcertada.
—Hay cámaras por toda la casa. Es una medida preventiva que puse después de la desaparición de Gael —me informó.
—¡Ah! ¡Ya! —iba a quejarme con él sobre mi privacidad, pero luego recordé que eso era lo de menos, más que nada cuando teníamos a una banda de matones detrás de nuestras cabezas. A todo esto, logré finalmente decidirme por una mochila en forma de gato con sus respectivos tonos brillantes, es decir, la típica moda que se ve hoy en día.
—¡Apresúrate de una vez! —lo oí quejarse de nueva cuenta, y poniendo una mala cara le respondí lo siguiente.
—Ya voy —con los ánimos encendidos, apagué el teléfono, tomé mis cosas, pero tampoco me olvidé del perfume que Dalton había ganado para mí; a ese lo llevaría sin falta en mi mochila. Después de hacer un gesto sonriente justo antes de retirarme del cuarto, me despedí de mi habitación con la viva esperanza de regresar en algún momento.
Darle la espalda a un lugar que llamaste hogar por más de veinticinco años no es nada fácil, y más cuando tienes que hacerlo obligatoriamente sólo por tu propia seguridad y la de los demás. Aquí no tiene cabida el egoísmo, y la estrategia es algo que quizás nos lleve por el camino de la supervivencia.
Nuevamente, otra vez a fuera, busqué con la mirada a mis guías, y me interné a la aventura junto a ellos, quienes se encargaron de acercarme al aeropuerto, en el cual, para mi sorpresa, se encontraban tanto: Louis y Davis junto al amor de mi vida en silla de ruedas.
—¡Lili! —gritó Dalton, quien hizo el ademan de levantarse, pero tanto el dolor que tenía como también mi hermano, le impidieron reincorporarse.
—¿Estás bien Dalton? —le dije preocupada en lo que me acerqué a él a las corridas.
—Sí, estoy bien; aún me duele bastante lo que me hizo ese bastardo —me respondió colocando una cara de molestia.