Las primeras horas del día daban inició y Lara veía como la hija de la familia a la que servía, caminaba de una manera un tanto rara.
-¿Se encuentra bien, señorita?- preguntó la ojiverde.
La niña, que sentía su orgullo algo dañado por ser vista así, evitó mirarla directamente.
El día anterior fue la primera vez para su cuerpo practicar esgrima y hacer algo de ejercicio, por lo que ahora le dolía todo hasta el punto en no poder fingir estar bien.
-Si, sólo... me duele todo el cuerpo.- respondió con honestidad.
La sirvienta, al oír éso, se dio cuenta de todo al instante y cerró sus ojos, haciendo un gran esfuerzo para no reír.
-Sólo tiene práctica de esgrima los lunes y jueves, así que hoy puede descansar.- exclamó Lara, para que la niña sepa que ése día podía descansar.
Sofía, sintiendo tentador la necesidad de descansar, se paró firme de manera forzada.
Tenía tiempo, pero de igual modo no podía detenerse para descansar, no ahora.
Ésos días de paz donde no conocía personalmente a la tonta protagonista y a sus tontos seguidores, era el mejor momento para mejorar en cada área necesaria.
-Hoy quiero ir a la biblioteca a estudiar algunos libros.- dijo la de ojos grises que a pesar de saber ya muchas cosas, seguía pudiendo aprender mucho más.
Gracias a todo lo que sabía, era más que suficiente para mostrarse como una niña genio, pero no le importaba tal reconocimiento.
La pequeña vio como su sirvienta personal la veía con la boca algo abierta del asombro y se enojó un poco.
-¿Por qué me mirás así?- preguntó.
Era sabiendo que cuando era niña, ella no entrenaba, no estudiaba y no quería hacer nada más que rabietas, pedir cosas y actuar como si todo le pertenecía, cambiando ahora de repente para los demás, pero no era para tanto.
La chica se acercó a la niña y apoyo una mano sobre la frente de ella.
-¿Tiene fiebre?- preguntó, preocupada.
No era de sorprender que ésa niña enfermé de un día al otro por haber forzado su cuerpo a entrenar, así que debía asegurarse de que no esté mal y sin cuidado o se metería en problemas.
-¿Quieres que finja llorar para que venga mi padre y le diga que fuiste mala conmigo?- preguntó la niña mientras sonreía de manera dulce, haciendo que la sirvienta la suelte y se aleje.
-No hace falta, pido disculpas por mi atrevimiento.- se disculpo la ojiverde.
Sofía dio un gran suspiro y se dirigió a la biblioteca donde en verdad tenían muchos tipos de libros diferentes.
El conocimiento es poder, así que era momento de adquirir mucho poder y poner en práctica cada cosa para que no sea en vano.
Así, los días fueron transcurriendo, donde Sofía practicaba esgrima, leía libros y se mantenía bastante alejada del resto por estar tan sumergida en su mundo.
Un mes había pasado, su cuerpo estaba casi del todo preparado para tener sus habilidades antiguas y ya casi había leído todos los libros que habían en la biblioteca.
Francisco que había estado ocupado con su trabajo, supo del gran cambio de su hija y éso le preocupó, así que decidió ir a verla.
Y allí estaba su hija, la última persona que amaba en el mundo, leyendo un gran libro, con tres listos para ser los siguientes en ser leídos o quizás ya habían sido leídos, sentada en una silla y con sus pies sin poder alcanzar el suelo.
-¿Qué lees, Sofía?- preguntó el hombre, acercándose a su querida hija.
La última vez, ella sólo podía leer un par de palabras con dificultad, pero ahora, leía libros completos.
¿Cómo era éso posible?
-Libros de medicina.- respondió la niña, sin dejar de leer.
El dueño de casa se sintió algo dolido por no ser ni mirando y apoyo una mano sobre el hombro de su hija que parecía ignorarlo.
-Cariño, ¿te pasa algo malo?- preguntó, claramente preocupado.
¿Será qué por su culpa su hija se sentía muy sola y ahora se apartaría de todos, inclusive de él, por ser un mal padre?
La niña, por primera vez apartó la mirada del libro para ver a su padre, de manera inocente.
-No, ¿por qué?- preguntó, curiosa.
Claro que sabía por que estaba preocupado su padre, pero fingiría inocencia para verse adorable.
-Últimamente eres... diferente, muy diferente.- dijo el hombre robusto, intentando no ser malinterpretado.
-Sólo estoy creciendo, ¿no es éso normal?- preguntó ella mientras sonreía orgullosa, como un típico niño cuando le dicen que ya es un adulto.
Tenía planeando ganar el corazón de todos con su inocencia y dulzura, pero primero debía enfocarse en lo más molestó de todo, estudiar.
-Tienes 8 años.- señaló Francisco con seriedad.
Él a ésa edad, odiaba estudiar más que nada en el mundo, es más, hasta ahora que era adulto detestaba tener que aprender algo que no quería.
-Pero tengo los genes del mejor papá del mundo.- dijo la niña, sonriente y muy emocionada.
El hombre al oír tales palabras, retrocedió y se aclaró la garganta.
-Bueno... supongo que tienes razón en éso.- dijo con orgullo de saber lo inteligente que era su hija para su edad, todo gracias a sus genes.
La niña, sonrió levemente con burla al ver a su padre tan feliz.
Demasiado fácil, su padre no es un reto.
-Por cierto, hablé con su majestad, Claude, y mañana podrás ir a jugar con su hijo menor.- habló el hombre que organizó el primer encuentro de su hija con el príncipe menor.
Sofía, al oír éso, tuvo que contener una sonrisa malvada y reemplazarla por una alegré, mientras la sirvienta se acercaba y la veía con seriedad.
-¿De verdad? Estoy tan ansiosa por éso que no me puedo contener.- dijo la alegré niña.
Le sería tan difícil ver a ése niño bonito, no saltar sobre él y estrangularlo, pero debía contraerse y jugar muy bien sus cartas, mientras roba por completo el papel de la protagonista sin olvidar que es una villana.